7 - Capítulo 7 — El intervalo antes del séptimo sello

Libro del Apocalipsis


7.1 - Un paréntesis: el remanente de Israel (Apoc. 7:1-8)

Este es el primer paréntesis que se presenta en el libro del Apocalipsis, intercalado en el curso de los juicios, para describir 2 escenas de bendición antes de abrir el séptimo sello (cap. 8). Desde el comienzo de este capítulo, «otro ángel que subía de donde sale el sol», quien representa a Cristo, ordena a los 4 ángeles que están en pie sobre los 4 ángulos de la tierra retener un momento los 4 vientos de la prueba, preparados para devastar la tierra. Esos «cuatro vientos de la tierra» contrastan con los «cuatro vientos del cielo» de Daniel 7:2. En Daniel, el juico de Dios trae cambios provenientes del cielo, y no solamente confusión en la tierra.

Es como una prolongación de la paciencia de Dios:

  • Hasta que Dios haya puesto aparte y sellado en la frente (Ez. 9:4) a los que le pertenecen en cada una de las tribus de Israel (v. 1-8).
  • Luego, en la siguiente escena (v. 9-17), hasta que haya llamado a él a los extranjeros sacados de en medio de las naciones (Lev. 23:22).

Para hallar el significado de esta doble visión y evitar muchas confusiones, no debemos perder de vista estos 2 grandes hechos:

  • Este capítulo no se puede aplicar a la Iglesia, porque esta se halla completa en el cielo. La plenitud de las naciones ya ha entrado (Rom. 11:25).
  • En la primera escena (v. 1-8), los que son sellados pertenecen a las tribus de Israel. Antes de ejecutar todo juicio, el Señor mostrará su gracia hacia su pueblo terrenal y llamará a él un remanente, representado aquí por una cifra simbólica: los 144.000 sellados. ¿

¿Hay aquí un motivo para considerar el orden en el cual las tribus son mencionadas? Judá, citada primero, es la tribu real de la cual surgió el Señor. Rubén, primogénito de Jacob, solo viene después de Judá, porque perdió su derecho de primogenitura, transferida a José (1 Crón. 5:1-2).

Las tribus de Dan y Efraín no son mencionadas debido a su apostasía. Pero también se ve a Dios ocuparse de ellas en gracia para restaurarlas. Aunque la tribu de Dan es la que estaba situada más lejos del santuario, es la primera mencionada en la tierra milenaria (Ez. 48:1). De Efraín, Oseas dice que: «Se ha mezclado con los demás pueblos… Devoraron extraños su fuerza, y él no lo supo» (7:8-9).

A pesar de la ausencia de estas 2 tribus, el número 12 (normalmente, 12 es el número de la plenitud del gobierno divino, en contraste con el número 7, que es la plenitud de los propósitos de Dios en gloria), emblema de la perfección administrativa celestial, es respetado mediante la mención simultánea de José y de su hijo Manases. Judá y José son dos magníficas figuras del Señor Jesús. Él es a la vez el león de la tribu de Judá y el divino José. La lista de las tribus se termina con Benjamín, el «amado de Jehová» (Deut. 33:12), otro tipo notable de Cristo. Aquí la función de las 12 tribus es administrar en la tierra a las naciones durante el reinado. Israel estará a la cabeza, y las naciones en la cola (Deut. 28:13). Esta compañía elegida es llamada a rendir un poderoso testimonio. La elección es un secreto conocido por la familia de Dios, y de la cual estamos convencidos después de haber creído. Esta compañía debe proclamar el evangelio del reino a todas las naciones, antes de que llegue el fin (Mat. 24:14). Dicho evangelio anuncia la venida del Rey, llama al arrepentimiento, a creer en su Nombre, y ofrece todavía la gracia.

Este paréntesis no se puede situar de manera cronológica precisa, porque el periodo de la apertura sucesiva de los 6 sellos cubre todos los acontecimientos del fin. El jinete del caballo blanco continuará en la escena al final de la gran tribulación, mientras las guerras se prolongarán todavía, hasta llegar a su punto culminante en la batalla de Armagedón. Sucederá lo mismo con las hambres y las pestes. El sexto sello hace entrever el fin. Posteriormente veremos la correspondencia entre el séptimo sello y la séptima copa. Los juicios introducidos por las trompetas y las copas son más intensos que los que resultan de la apertura de los sellos. Sus efectos se superponen los unos a los otros. La revelación del capítulo 7 cubre todo el periodo de los últimos 7 años y permite entrever los acontecimientos posteriores a la gran tribulación.

7.2 - «Una gran multitud, que nadie podía contar» (Apoc. 7:9-17)

Como en el caso anterior, este pasaje tampoco se debe aplicar a la Iglesia, porque ella entrará en la gloria celestial antes de la gran tribulación y «de la hora de la prueba» (cap. 3:10).

Tampoco se trata de los que han rechazado el Evangelio de la gracia de Dios durante la dispensación de la Iglesia. El mensaje del Evangelio del Reino ya no será para ellos. Ya no tendrán una “segunda oportunidad”, contrariamente al sofisma mortal enseñado por ciertos falsos maestros de hoy.

Esta escena concierne a los que, de entre las naciones, serán salvos en ese momento en la tierra. «Estos son los que vienen de la gran tribulación» (v. 14). Han aceptado el Evangelio del reino, se han arrepentido y han sido lavados en la sangre preciosa de Cristo. Están vestidos con ropas largas y blancas, símbolo de pureza y de justicia práctica reconocida (cap. 6:11; Mat. 22:12). Las palmas que tienen en las manos evocan la justicia, la paz, la victoria y el gozo milenario (Sal. 92:12; Juan 12:13; Lev. 23:40). En la tierra expresan su alabanza a Dios y al Cordero (v. 10).

En el gran juicio de las naciones, el Señor habla como de esas «ovejas a su derecha», que heredan el reino. Los «hermanos» del Señor son el remanente de Israel (Mat. 25:31, 40). Esta gran multitud no estará alrededor del trono celestial, como los 24 ancianos (cap. 4:4; 5:8), sino delante del trono del Milenio, en la tierra. No tienen coronas, no están glorificados, pero gozan de una bendición especial en la tierra, que emana de una fuente celestial (v. 15-17). Uno de los ancianos agrega que ellos sirven noche y día en el templo del Cordero (Is. 56:6-7).

Por último, son consolados: «Dios enjugará toda lágrima de sus ojos». Es una anticipación del estado eterno, cuando toda pena y todo sufrimiento habrán desaparecido para siempre (cap. 21:4; Is. 25:8).