4 - Capítulo 4 — Cristo, Creador y los santos como reyes

Libro del Apocalipsis


Mientras la Asamblea está aún en la tierra (cap. 2 y 3), Cristo anda en medio de los 7 candeleros de oro. Luego, después del arrebato de los santos al cielo (cap. 3 y 4), Cristo es visto como el Cordero que está en medio del trono. Los caminos de Dios hacia el mundo comienzan cuando los de Cristo hacia su Iglesia han terminado. La Iglesia estará entonces en el cielo, guardada de la tribulación (cap. 3:10); nunca más es vista en la tierra, salvo para acompañar a Cristo después de los juicios y reinar con él (cap. 19:14; 20:4). Por el contrario, la Iglesia infiel, formada por los profesos sin vida, ha sido dejada en la tierra. Su juicio ha sido decretado (cap. 2:22; 3:3; 3:16), pero todavía no ha tenido lugar. Solo es descrito en el capítulo 18.

Después de la visión de la escena celestial, aún futura para nosotros que esperamos el regreso del Señor (cap. 4 y 5), los caminos de Dios hacia el mundo son anunciados proféticamente bajo dos aspectos diferentes que se complementan:

– Como salidos del trono de Dios y del Cordero, símbolo de poder político (cap. 6-11). El gobierno de Dios hacia las naciones conduce a la instauración del reino milenario de Cristo (cap. 11:17).

– Como proveniente del templo de Dios y del arca de la alianza (cap. 12-22:5). Es el aspecto religioso de los acontecimientos, teniendo en vista principalmente a Israel. Más allá del reino y del juicio del gran trono blanco (cap. 20:11), el fin es entonces el estado eterno (cap. 21:3).

4.1 - La puerta abierta y la visión del trono (Apoc. 4:1-3)

La escena cambia bruscamente. Según la división del libro indicada por el Señor al apóstol (cap. 1:19), a partir de ahora se trata de «lo que debe suceder después de esto».

Después del desarrollo de la historia de la Iglesia en la tierra, Dios prosigue sus propósitos. Nosotros somos transportados al cielo, al tercer cielo (Hebr. 9:24; 2 Cor. 12:2). Los capítulos 4 y 5 corresponden al periodo que sigue al arrebato de la verdadera Iglesia; un periodo que precede a los juicios que la iglesia apóstata, que quedará en la tierra, atravesará durante la gran tribulación (cap. 3:10). La Asamblea no es más reconocida por el Señor, y por ello no se menciona más después del capítulo 3, para reaparecer como la «esposa del Cordero» justo antes de la aparición de Cristo en la tierra para reinar (cap. 19:7). Se puede notar que la última mención de los 24 ancianos, de los cuales se va a tratar (y por otras razones, la de los 4 seres vivientes), interviene justo antes de que la esposa sea introducida (cap. 19:4).

Esta puerta abierta, esta voz que invita: «Sube acá», y la presencia en espíritu de Juan en la gloria, muestran de manera simbólica el cumplimiento de la promesa de Cristo (Juan 14:3; 1 Tes. 4:15-17). La feliz esperanza de la Iglesia se cumple repentinamente. Su arrebato de la tierra será tan súbito como su comienzo (Hec. 2:1-2).

Como la visión en el curso de la cual Juan contempla al Hijo del Hombre (cap. 1:10), la voz es como la de una trompeta (véase Apoc. 8:2; Is. 18:3; Jer. 6:17; Ez. 33:3-4; Joel 2:1).

Majestuosa, esta visión de Juan se concentra ahora en un trono ubicado en el cielo (Sal. 103:19), sede del gobierno universal divino, en el mismo momento en que, en la tierra, los tronos humanos comienzan a tambalear y a desmoronarse. Juan contempla un maravilloso espectáculo ante el cual exclama: “He aquí”, expresión que no se vuelve a hallar en escenas similares (Ez. 1:1). El día del hombre se acaba con los derrocamientos anunciados, pero un trono subsiste, al cual nada puede hacer tambalear. Aquí su carácter no es el de la gracia (Hebr. 4:16), ni el del gran trono blanco, todavía futuro (cap. 20:11). Es la sede del gobierno del mundo.

Los ojos del que está sentado en el trono (Dios en su carácter de creador) recorren la tierra; él se ríe de la sublevación del hombre y de su locura (Sal. 2:4). Aquí él es semejante al jaspe y a la cornalina. El Señor, en las glorias personales de su Ser, a menudo es representado por esas piedras preciosas. En particular, el jaspe (tal vez se trata del diamante) (cap. 21:11, 18-19) representa su gloria manifestada. El jaspe deja pasar la luz, pero solo pone en relieve las formas visibles; en el capítulo 21, al contrario, esta piedra representa todas las glorias de Dios. Es también la última piedra ubicada en el pectoral del sumo sacerdote (Éx. 28:17-20). El trabajo redentor de Cristo es simbolizado por otra piedra, roja, la cornalina (o rubí), la primera piedra del pectoral. Juntas, estas 2 piedras recuerdan «el alfa y la omega», el «principio y el fin» (el cumplimiento) de la gloria divina. Ellas también serán mencionadas en el libro (cap. 21:19) en relación con los fundamentos de la santa ciudad.

Del trono salen relámpagos y truenos, emblemas del poder y del juicio divinos. A menudo mencionados en el curso de este libro (cap. 8:5; 11:19; 16:18), resaltan el carácter repentino e inesperado de los juicios (Mat. 24:27; Sal. 18:13-14; Ez. 1:13). En cuanto a las voces, son llamados poderosos y solemnes de Dios (cap. 1:15).

Podemos leer sobre este tema algunos pasajes del Antiguo Testamento:

  • «Oíd atentamente el estrépito de su voz, y el sonido que sale de su boca» (Job 37:2)!
  • «Voz de Jehová sobre las aguas; truena el Dios de gloria, Jehová sobre las muchas aguas. Voz de Jehová con potencia; voz de Jehová con gloria… Voz de Jehová que derrama llamas de fuego; voz de Jehová que hace temblar el desierto… En su templo todo proclama su gloria» (Sal. 29:3-9).
  • «Bramaron las naciones, titubearon los reinos; dio él su voz, se derritió la tierra» (Sal. 46:6).
  • «He aquí [Jehová] dará su voz, poderosa voz» (Sal. 68:33).
  • «Oí el sonido de sus alas cuando andaban, como sonido de muchas aguas, como la voz del Omnipotente, como ruido de muchedumbre, como el ruido de un ejército» (Ez. 1:24).

El arcoíris, señal del pacto entre Dios y el hombre (Gén. 9:13), es comparado a una esmeralda. Esta piedra verde es del color del follaje y de la hierba. El arco indica que, si los juicios van a desatarse sobre la tierra, solo serán parciales aún (cap. 10:1; Sant. 2:13; Ez. 1:28). La naturaleza será liberada en virtud de la alianza de Dios con Noé (Rom. 8:21). La gracia no faltará: se mantiene en reserva para Israel. Los juicios definitivos solo intervendrán más tarde (2 Pe. 3:7).

4.2 - Los 24 ancianos (Apoc. 4:4-5)

¿Quiénes son esos 24 ancianos sentados sobre 24 tronos alrededor del trono central? No son ángeles, los cuales nunca son representados sentados sobre tronos, ni coronados. Los ángeles no cantan –como lo hacen los ancianos– el cántico de la redención. Solo hay un significado posible: esos ancianos representan a los santos glorificados.

Están vestidos de blanco, la vestimenta característica de los redimidos, una señal de pureza y de santidad (cap. 3:5, 18; 6:11; 7:9). Se notará que la palabra empleada en el capítulo 15:6 concerniente a la manera como los ángeles están vestidos, se traduce por «resplandeciente» y no por blanco. Son reyes: tienen coronas de oro. Naturalmente pensamos en las coronas prometidas a los creyentes pertenecientes a la Iglesia (cap. 2:10; 3:11; 2 Tim. 4:8; Sant. 1:12; 1 Pe. 5:4). Si han sido coronados es porque el tiempo de su servicio ha terminado y ellos han recibido su recompensa. Su dignidad real está asociada a la justicia divina. Ellos reinarán sobre la tierra (cap. 3:21; 5:10; 1 Cor. 6:2).

Esta compañía celestial de reyes y sacerdotes rodea al que está sentado en el trono. Es mencionada de esta manera en 12 ocasiones (cap. 4:4, 10; 5:5-6, 8, 11, 14; 7:11, 13; 11:16; 14:3; 19:4).

¿Por qué son 24? Esta cifra recuerda las disposiciones tomadas por David, designando las clases de sacerdotes llamados a sucederse para asegurar el servicio en el templo (1 Crón. 24:4, 7-18). Dos veces 12: esa cifra sugiere que podría tratarse del conjunto de santos del Antiguo y del Nuevo Testamento hasta la venida de Cristo.

Delante del trono se hallan 7 lámparas de fuego, una plenitud del Espíritu (cap. 1:4), imagen de los pensamientos y de los caminos perfectos de Dios en gobierno. Esas lámparas están en el cielo, no están más en la tierra, porque el Espíritu Santo, el que «lo retiene», lo ha dejado para abandonarlo a las tinieblas morales del «misterio de la iniquidad» (2 Tes. 2:7). Tampoco es, como ahora para la Iglesia, el Espíritu Santo en sus caracteres de «fortaleza, de amor y de sensatez» (2 Tim. 1:7).

Este conjunto describe el trono de Dios bajo su aspecto judicial.

4.3 - Los 4 seres vivientes y la adoración (Apoc. 4:6-11)

El mar de vidrio recuerda el mar de fundición en el templo de Salomón (2 Crón. 4:2, 6), donde los sacerdotes debían lavarse. Pero aquí este mar es de vidrio, su pureza es inmutable. En contraste con la declaración del profeta en otro tiempo, donde el mar continuamente en movimiento es un símbolo de agitación (Is. 57:20), aquí todo es calma y claridad. No se necesita más agua para la purificación de los santos. Lavados en la sangre del Cordero, ahora pueden andar en la calle de la santa ciudad sin riesgo de mancharse (cap. 21:21).

Junto al trono y alrededor de este había 4 «seres vivientes» (o animales). Estos no representan a la Iglesia o a una clase particular de santos. Son símbolo de los atributos del juicio y del gobierno divino, y como tales participan a la vez del carácter de los querubines, de los serafines y de los ángeles.

Traen a la memoria los querubines del Antiguo Testamento ubicados en la entrada del huerto del Edén, cerrado a Adán (Gén. 3:24), y a los de las grandes visiones de Ezequiel (Ez. 1:5; 10:20-22). Ejercen el poder judicial en el gobierno de Dios hacia el mundo y hacia los hombres.

Pero, al igual que los serafines (Is. 6:2), tienen seis alas. Con 2 se cubren el rostro, no pudiendo mirar la santidad divina en Cristo. Con 2 se cubren los pies, no atreviéndose a estar delante de él; y con 2 vuelan, para proclamar por doquier su santidad absoluta. Así repiten constantemente delante de Dios: «Santo, santo, santo», como la expresión de la naturaleza misma de su Ser. Adoran al «Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, y que es, y que viene» (v. 8).

Los 4 «seres vivientes» tienen la responsabilidad de ejecutar los juicios divinos. Según su semejanza a un león, a un becerro, a un hombre o a un águila, ellos representan la fuerza del juicio, su firmeza y su paciencia, su inteligencia o su rapidez de acción.

También poseen ciertos caracteres que son, por cierto, los de los ángeles (Ez. 1:5, 10-12, 14; Is. 6:2). Están «llenos de ojos»: primero «delante y detrás» (v. 6), luego «alrededor y por dentro» (v. 8). De esta manera su conocimiento y su discernimiento, tanto del pasado como del futuro, son perfectos. También tienen una percepción interior perfecta sobre lo que normalmente está escondido, excepto para Dios (2 Crón. 16:9; Jer. 23:24; Prov. 15:3; Zac. 4:10). Las facultades de los seres vivientes sobrepasan, pues, las de los querubines que obran en el carro del gobierno divino de la visión de Ezequiel.

En esta escena (cap. 4) los ángeles no son designados por nombre, mientras los seres vivientes y los ancianos son claramente distinguidos los unos de los otros. En la siguiente escena (cap. 5), al contrario, los seres vivientes están estrechamente asociados a los ancianos. Juntos se postran y cantan el mismo cántico; pero son claramente distinguidos de los ángeles. En la historia del mundo, hasta el arrebato de la Iglesia, los ángeles han cumplido el oficio de los seres vivientes como instrumentos del gobierno divino. No será así en el mundo futuro (Hebr. 2:5). Los santos celestiales (simbolizados por los ancianos) reinarán con Cristo para ejercer el juicio (confiado hasta ese momento a los seres vivientes). Es un verdadero cambio de dinastía.

Los 24 ancianos poseen la sabiduría y el discernimiento espirituales. Tienen una comprensión profunda de las cosas. Echan sus coronas delante del trono. No las guardan para sí mismos, como muy a menudo lo hacen los hombres de este mundo. Toda la gloria vuelve a Cristo. Solo él es digno de ser alabado como Creador (v. 11) y Redentor (cap. 5:9). ¿Tendremos nosotros coronas para echar a sus pies?

Mientras los ancianos permanecían aparentemente inmutables ante las aterradoras señales de poder que salían del trono, ahora caen sobre sus rostros y «se postraban delante del que está sentado sobre el trono» (v. 10), en cuanto los seres vivientes le rinden homenaje.

En este capítulo 4, Dios mismo (Rom. 11:36) es el autor de la obra creadora: «por tu voluntad» (v. 11; Sant. 1:18; Juan 1:13). En contraste, en el capítulo 5, la obra de la redención es presentada como la consecuencia de la victoria del León de la tribu de Judá (v. 5).