16 - Capítulos 21:9 al 22:5 — La nueva Jerusalén durante el Milenio

Libro del Apocalipsis


Un ángel llama a Juan a contemplar otra escena maravillosa, la de la Iglesia durante el reino milenario de Cristo. Con el apóstol, nosotros somos conducidos a retroceder en el tiempo, o más exactamente a volver en el tiempo, porque el estado eterno está fuera del tiempo. Parece claramente que se trata de una retrospectiva histórica:

  1. Dios no es visto en la plenitud de su ser divino (Padre, Hijo y Espíritu Santo) como en el estado eterno, sino nuevamente como el Eterno, en sus nombres de pacto o de relación (Señor Dios Todopoderoso: v. 22), y Cristo aparece de nuevo como el Cordero (v. 22).
  2. La Iglesia está en relación con las naciones en la tierra (v. 24; cap. 22:2) y los santos reinando (cap. 22:5). Bajo el carácter de la nueva Jerusalén, está vista como la metrópoli celestial de un mundo bendecido bajo el cetro de Cristo, mientras la ciudad amada (la Jerusalén terrenal) sigue siendo la capital terrenal del reino (Zac. 14:16). En el estado eterno, al contrario, todo reino habrá terminado para ser entregado a Dios, quien es todo en todos. Las naciones y los reyes de la tierra no se mencionan más.

Esta descripción de la Iglesia, revestida e iluminada con la gloria de Dios (v. 11, 23), presenta sucesivamente:

  1. La ciudad tal como aparece a un observador exterior, su aspecto general, su arquitectura y sus dimensiones (v. 9-17).
  2. La naturaleza de la ciudad y sus caracteres propios (v. 18-23).
  3. Las relaciones de la ciudad con el mundo exterior, las naciones de la tierra milenaria (v. 24-27).
  4. La vida de la ciudad y sus bendiciones interiores (cap. 22:1-5).

16.1 - Vista exterior de la ciudad (Apoc. 21:9-17)

El apóstol oye las mismas palabras que había oído anteriormente (cap. 17:1; 21:9), pronunciadas por uno de los 7 ángeles que tenían las 7 copas de juicio. La primera vez era para ver la ciudad terrenal y escuchar la sentencia de juicio de la segunda Babilonia, la ramera. Ahora se trata de la ciudad celestial, la esposa del Cordero. En efecto, la santa ciudad está identificada con la esposa del Cordero (v. 9-10). Así, la ciudad no es la morada de la Asamblea; ella constituye, en sí misma, la Asamblea. Al mismo tiempo, los redimidos tienen el derecho de entrar en la ciudad, al contrario de todos los malvados que están fuera.

16.1.1 - Una vista general de la ciudad (Apoc. 21:10-11)

Para disfrutar de una justa perspectiva de la escena, el apóstol debe subir a un monte grande y alto (en contraste absoluto, Juan había sido llevado al desierto, a un medio estéril, para comprobar el destino de la gran ramera (cap. 17:3), como lo hizo Balaam antiguamente para ver la belleza del pueblo de Dios (Núm. 23:9, 28), como Moisés para contemplar el país de la promesa (Deut. 34:1), o como Ezequiel para ver la tierra renovada de Israel, la Jerusalén terrenal y el templo nuevo en medio de ella (Ez. 40:2).

El profeta Ezequiel invitó a los de la casa de Israel a avergonzarse por «sus pecados», ante la visión profética del templo nuevo y de la gloria de Dios que volvía a estar en medio de su pueblo (Ez. 43:10). ¡Que la contemplación, por la fe, de las glorias futuras de la nueva Jerusalén produzca en nuestros corazones el mismo sentimiento de tristeza, frente a nuestras infidelidades y a la decadencia de la Iglesia!

La santa ciudad, la nueva Jerusalén, presenta 2 caracteres relacionados con su origen (v. 10-11):

1. Es celestial: es la Jerusalén celestial que desciende del cielo. De igual manera, la casa de cada creyente (su cuerpo glorioso) es «eterna, en los cielos» (2 Cor. 5:1).

2. También es divina: «teniendo la gloria de Dios». Está revestida de la gloria divina, simbolizada por el jaspe cristalino, que refleja la luz de un cuerpo celestial (del sol, imagen de Cristo). El jaspe también expresa el carácter de Aquel que está sentado en el trono para dominar sobre toda la creación (cap. 4:3). Aquí el símbolo del fulgor muestra que la luz divina resplandecerá por medio de la Iglesia en la tierra para guiar a las naciones durante el Milenio (v. 24).

16.1.2 - El muro de la ciudad, sus puertas y sus fundamentos (Apoc. 21:12-14)

El muro, grande y alto, está puesto sobre 12 fundamentos y posee 12 puertas.

La muralla de una ciudad marca sus límites geográficos y administrativos. Garantiza la seguridad, gracias a la presencia de los guardas (Is. 62:6). Separa también lo santo de lo profano (Ez. 42:20). De esta manera la santa ciudad permanece exenta de toda mancha (v. 27; cap. 22:14). Las puertas permiten entrar en la ciudad o salir de ella, controlando así las relaciones con el exterior. Antiguamente en Jerusalén era muy importante mantenerlas en buen estado son sus aleros, cerrojos y barras, y abrirlas solo en el momento oportuno, hasta que el sol calentara (Neh. 3:3; 7:3). Estas precauciones no serán más necesarias para la santa ciudad (v. 25).

La puerta también era el lugar donde se rendía el juicio; era el centro administrativo de la ciudad (Rut 4:1). La santa ciudad posee 12 puertas, símbolo conocido de la perfección administrativa divina en el hombre.

En cada puerta, un ángel vela. Ahora ellos son solamente siervos, y no ejercen más el poder administrativo que les fue confiado en otro tiempo; el mundo venidero no será sometido a ellos, sino a la Iglesia (Hebr. 2:5). Sobre las 12 puertas se ve el nombre de las tribus de los hijos de Israel. A menudo las puertas de una ciudad tienen nombres según el destino de las calles que controlan. Así, las bendiciones salidas de la santa ciudad se derramarán primero sobre el pueblo de Israel, luego se extenderán a las naciones de la tierra. La sucesión de los puntos cardinales presentada aquí (este, norte, sur y oeste) recuerda la disposición de las tribus de Israel alrededor del tabernáculo en el desierto.

El orden era el siguiente (Núm. 2), 3 tribus se ubicaban a cada uno de los 4 puntos cardinales:

  • Este: Judá, Isacar y Zabulón.
  • Sur: Rubén, Simeón y Gad.
  • Oeste: Efraín, Manasés y Benjamín.
  • Norte: Dan, Aser y Neftalí.

José está dividido en 2 para respetar el número 12 y compensar la ausencia de Leví con las otras tribus. La tribu sacerdotal estaba en medio del campamento, por así decir asociada al tabernáculo. De igual manera, en la santa ciudad, los santos celestiales serán sacerdotes de Dios y de Cristo (cap. 20:6).

Los 12 cimientos del muro llevan los nombres de los 12 apóstoles del Cordero, y no, como las 12 puertas, el de las tribus de Israel. Los creyentes de la Iglesia han sido colectivamente edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (del Nuevo Testamento), siendo Jesucristo mismo la piedra principal del ángulo (Efe. 2:20; 1 Cor. 3:11). En su tiempo y a través de su ministerio los 12 apóstoles establecieron lo que será el gobierno y la administración del reino milenario por la Asamblea. No es el punto de vista del misterio escondido concerniente a Cristo y su Iglesia (su Cuerpo) revelado por los escritos del apóstol Pablo, quien no era de los doce (1 Cor. 15:9).

16.1.3 - Las dimensiones de la ciudad (Apoc. 21:15-17)

El ángel que hablaba al apóstol Juan disponía de una caña de oro (v. 15) para medir la ciudad, según las medidas del ángel (v. 17). Es una perfección humana evaluada por una criatura celestial. Para nosotros, medir las dimensiones de la ciudad es comprender y conocer las medidas del propósito de Dios y del amor de Cristo (Efe. 3:18). Para esto se necesita una caña de oro, un instrumento de medida divina. Al contrario, el hombre, puede ser un ángel, que acompañaba al profeta Ezequiel para medir Jerusalén, solo disponía de una caña o bastón (Ez. 40:5). Cuando esta misma ciudad es entregada a las naciones antes del reinado, el apóstol Juan es invitado a medir solo una parte, con una caña que no era de oro (cap. 11:1).

De orden divino, las dimensiones de la ciudad son perfectas; pero permanecen finitas, porque el hombre está comprometido y solo Dios es infinito. Construida sobre un plano cuadrado (la longitud es igual a la anchura), la ciudad es un cubo en el espacio (la altura es igual a las dimensiones de su base): todas las aristas son idénticas y todas las caras son de igual superficie. Esta perfección ya se encuentra en las dimensiones del lugar santísimo del tabernáculo en el desierto o del templo en el país. La medida de 12.000 estadios (es decir, 1.500 millas romanas o 2.220 km.) sugiere más bien un valor simbólico que real. En comparación, la dimensión de la muralla es muy frágil (144 codos, es decir, alrededor de 70 metros). Tal vez se trata más bien de su espesor que de su altura.

La repetición del número 12 y de sus múltiplos (144 o 12.000) para la ciudad, su muro, sus puertas, sus cimientos, los ángeles y los apóstoles no es fortuita. La ciudad es una joya de la obra de Dios, expresando en ella la perfección administrativa de sus caminos.

16.2 - Naturaleza de la ciudad (Apoc. 21:18-23)

Después de esta aproximación general, descubrimos la naturaleza muy preciosa de cada una de las partes de la ciudad. En el orden, la descripción cubre primero el muro, la ciudad misma, los 12 cimientos del muro, las 12 puertas y la calle de la ciudad.

El muro de jaspe (v. 18). Anteriormente, el fulgor de la ciudad era comparado a una piedra de jaspe (v. 11). En Cristo brilló sobre la tierra todo el resplandor de la gloria y de la luz de Dios. Esa función será confiada a la santa ciudad durante el reino milenario. Aquí el Espíritu Santo agrega que la gloria y la luz de Dios serán la protección de la ciudad, como una muralla. El remanente fiel de Judá habla de ello en su cántico de anticipación: «Salvación puso Dios por muros y antemuro» (Is. 26:1).

«La ciudad era de oro puro» (v. 18). El oro es el símbolo de la gloria de Dios; es la naturaleza misma de la ciudad. Pero aquí el oro es semejante al vidrio puro, porque la ciudad es santa, y su pureza es comparada a la transparencia del cristal. Nada malo, nada escondido puede subsistir en la luz de Dios. Desde ahora, el nuevo hombre en el creyente está creado según Dios «en justicia y santidad de la verdad» (Efe. 4:24).

Los cimientos del muro estaban adornados con piedras preciosas (v. 19-20). Ya sabemos que los 12 cimientos del muro llevan los nombres de los 12 apóstoles del Cordero (v. 14). A través del símbolo de las piedras preciosas ahora vemos que cada cimiento refleja algo de la gloria de Dios y de su luz. En la Biblia las piedras preciosas presentan:

• Las glorias de Dios y de Cristo en la creación (Ez. 28:13).

• La gloria y la gracia de Cristo como sumo sacerdote, desplegadas en figura sobre el pectoral de Aarón, quien llevaba los nombres de las 12 tribus de Israel sobre sus hombros y sobre su corazón (Éx. 28:9, 17-20).

• Aquí ellas son el adorno de los cimientos de la santa ciudad. Podemos pensar que esos 12 cimientos estaban dispuestos 3 por 3 bajo cada uno de los 4 lados del muro; de la misma manera, las piedras del pectoral sacerdotal eran ubicadas según 4 hileras de 3 piedras cada una. En la santa ciudad, el orden sería el siguiente:

  • 1. Jaspe; 2. Zafiro; 3. Ágata;
  • 4. Esmeralda; 5. Ónice; 6. Cornalina;
  • 7. Crisólito; 8. Berilo; 9. Topacio;
  • 10. Crisopaso; 11. Jacinto; 12. Amatista.

En una armonía divina, porque todo es de oro en la ciudad, Cristo hace brillar en cada uno de los suyos un rasgo particular de su gracia y de su gloria.

Las 12 puertas eran 12 perlas (v. 21a). «Cada puerta era de una sola perla». Aquí el lenguaje es puramente simbólico. A diferencia de las piedras preciosas extraídas de la tierra, las perlas salen de la profundidad de los mares. La perla de gran precio para Cristo (Mat. 13:46), el fruto de sus sufrimientos, sale de las aguas profundas del juicio que solo él experimentó en la cruz. El recuerdo de esto está guardado en el perfume de la concha aromática y del incienso compuesto (Éx. 30:34).

Cada perla expresa aquí la belleza moral de la Iglesia para Cristo. A las puertas de la ciudad, esta belleza es vista por los hombres y por los ángeles.

La plaza de la ciudad era de oro puro (v. 21b). Se trata, en la ciudad, de su calle o de su plaza, del lugar por donde pasan sus habitantes. El piso es sólido y puro, formado por los mismos materiales que la ciudad; la justicia y la santidad divinas apartan todo peligro de mancha.

Ni templo, ni luz (v. 22-23). En el templo, Dios moraba antiguamente en medio de su pueblo, escondido en la oscuridad profunda. El nuevo templo, construido en la Jerusalén terrenal durante el Milenio, será el lugar de adoración para Israel y las naciones (Zac. 14:16). Pero durante el mismo periodo, la Jerusalén celestial no tendrá templo; posee mucho más: la presencia de Dios mismo en medio de los suyos. Dios y el Cordero son el lugar de culto, sin velo. No obstante, el lado de las relaciones del Padre con sus hijos, su familia celestial, no es vislumbrado aquí. No se trata de relación, sino de administración. La desposada, la esposa del Cordero, tampoco está vista como el Cuerpo de Cristo.

Las 2 lumbreras (el sol y la luna) fueron creadas por Dios el cuarto día para alumbrar la tierra y para marcar el ritmo de los días y de las estaciones (Gén. 1:14-19). Pero ya no son necesarias para la vida y la felicidad de la santa ciudad que posee mucho más: la luz y la gloria de Dios y del Cordero la iluminan, y no habrá más noche (v. 25).

16.3 - Relaciones exteriores (Apoc. 21:24-27)

Luz de Dios y homenaje de las naciones: por una parte, la ciudad aporta la luz de Dios a la tierra para alumbrar a las naciones (v. 24a). Se trata de los pueblos salvados por los juicios que acaban de herir la tierra. La promesa hecha en otro tiempo a Israel y a la Jerusalén terrenal (Is. 60:3), expresada en términos idénticos, muestra que el origen celestial de la luz será la santa ciudad, pero que el canal sobre la tierra será el Israel de Dios. Inversamente, los reyes de la tierra traerán su gloria a la ciudad, la gloria y el honor de las naciones (v. 24b, 26). Así reconocen al cielo y su reino como la fuente de sus bendiciones.

Puertas abiertas: las puertas de la ciudad celestial pueden permanecer abiertas, porque ningún peligro la amenaza más. No hay más noche; las tinieblas han dado lugar a la verdadera luz (1 Juan 2:8). Allí todavía la comparación con la Jerusalén terrenal es conmovedora (Is. 60:11), pero muestra que esta no está ubicada sobre un terreno tan elevado como la Jerusalén celestial. En la tierra, el ciclo del día y de la noche subsiste, pero las puertas permanecen abiertas continuamente.

La santidad absoluta de la ciudad de Dios: nada inmundo entra en la ciudad (v. 27), ni nada que tenga que ver con la idolatría (Dios es el único templo) o con la mentira (Dios solo es verdadero). El mal permanece todavía en el corazón del hombre, incluso si es librado de las seducciones de Satanás durante el Milenio. Pero el carácter mismo de la ciudad impide la entrada de cualquier mal en su seno. ¡Qué contraste absoluto con la ciudad terrenal del hombre!, ¡la Babilonia corrompida, llena de idolatría y mentira! (cap. 17:4).

Solo aquellos cuyo nombre está escrito en el libro de la vida entran en la ciudad (v. 27), porque la ropa de cada uno de ellos ha sido lavada en la sangre del Cordero (cap. 7:14; 22:14). En su conjunto, la ciudad es la Esposa. Pero sus puertas son abiertas para recibir a otros habitantes, los santos celestiales que no son la Iglesia ni las naciones de la tierra, para gozar de bendiciones individuales.

16.4 - Bendiciones interiores (Apoc. 22:1-5)

La santa ciudad no tiene templo (cap. 21:22), porque Dios y el Cordero son el templo. En contraste, ella posee el trono de Dios y del Cordero (v. 1, 3), la sede del poder universal y la fuente de todas las bendiciones.

Un río de agua viva, resplandeciente como cristal, tiene su fuente en el trono, semejante a las aguas de la bendición que emanan del santuario terrenal (Ez. 47:1, 12). Son bendiciones espirituales vivificantes, primero para los habitantes de la ciudad en el cielo, y luego para las naciones en la tierra. ¡Qué felicidad llegar por fin a la fuente de todo refrigerio, la verdadera fuente de las aguas de la vida!

El árbol de vida, rociado por el río de la gracia, produce 12 frutos a lo largo del año. El jardín de delicias de la primera creación poseía 2 árboles: el del conocimiento del bien y del mal (imagen de la responsabilidad del hombre) y el árbol de la vida (imagen de los propósitos de Dios). El primer árbol no tiene más su lugar en la nueva creación, porque la responsabilidad del primer Adán tuvo fin en Cristo, el último Adán. En el paraíso de Dios solo subsiste eternamente el árbol de la vida.

«Comed, amigos; bebed en abundancia, oh amados» (Cant. 5:1). Así los santos celestiales glorificados comen el fruto vivificante del árbol de la vida y se refrescan en el río del agua viva. Mientras la Iglesia todavía está en la tierra, cada creyente está invitado a volver al primer amor y a vencer, para gustar las primicias de este alimento espiritual (cap. 2:7).

Las hojas del árbol, símbolo de lo que se ve, son para la sanidad de las naciones que todavía están en la tierra. Durante el reino de Cristo, todos los conflictos entre los pueblos o etnias, que constantemente han desolado el mundo desde el diluvio, desaparecerán absolutamente.

«No habrá más maldición» (v. 3): la maldición es el resultado del pecado del hombre en el mundo, desde la desobediencia de Adán y el crimen de Caín (Gén. 3:17 b; 4:11). Cuando el trono de Dios y del Cordero está establecido en la santa ciudad, todas esas maldiciones desaparecen, para dejar subsistir una perfecta bendición.

Los siervos de Dios lo sirven, ven su rostro, llevan su nombre sobre sus frentes y están iluminados por su luz. Ellos reinan, no solamente durante 1.000 años (cap. 20:6), sino «por los siglos de los siglos» (v. 5), es decir, eternamente. Así, esta maravillosa retrospectiva sobre la nueva Jerusalén durante el reinado milenario se prolonga en el estado eterno.

16.5 - Resumen de la posición de la Iglesia

La parte profética del libro del Apocalipsis se termina con esta visión de la Iglesia. Objeto de un propósito divino eterno, la Iglesia está edificada por Cristo para pertenecerle por siempre. Celestial y divina en su origen y su destino, la Iglesia refleja, por sus caracteres y sus bendiciones, las glorias variadas del Cordero, ya en el reino milenario y en la eternidad.

«De su plenitud (del Hijo único) nosotros todos hemos recibido, y gracia sobre gracia» (Juan 1:16). Algunos de los caracteres recordados a continuación, ¿no nos confunden en la admiración y la adoración?

16.6 - Las bendiciones de la Jerusalén celestial

No habrá más maldición en la ciudad Bendición y redención perfectas
El trono de Dios y del Cordero está allí Administración divina perfecta
Los siervos sirven a Dios Actividad perfecta
Ven el rostro de Dios Comunión perfecta
El nombre de Dios está en su frente Sello de una identificación perfecta
Ni noche, ni lumbreras en la ciudad Luz divina perfecta
Un reinado por los siglos de los siglos Eternidad perfecta