2 - Capítulo 1

Libro del Apocalipsis


2.1 - El título del libro (Apoc. 1:1-8)

La palabra «Apocalipsis» significa «Revelación». Así es como esta palabra original griega es traducida en la Biblia en inglés o en alemán. El lenguaje corriente ha deformado el sentido de esta palabra para designar un cataclismo o una desgracia catastrófica. Este libro es, pues, una revelación divina concerniente a los acontecimientos futuros, muchos de los cuales serán juicios que alcanzarán al mundo.

Pero, por encima de todo, el Apocalipsis habla de Jesucristo, de su persona y de sus glorias.

2.1.1 - El autor y los destinatarios de la Revelación (Apoc. 1: 1-2)

Es la revelación que Dios mismo ha dado a Jesucristo. Cristo se presenta aquí como el Siervo del Eterno, el Hijo del hombre, el Mesías rechazado y el Cordero, y más tarde como el Jefe sobre todas las cosas. Esta revelación es notificada de forma indirecta, por el ángel del Señor (un mensajero) a Juan su siervo, a los santos en la tierra, llamados aquí siervos del Señor, para revelarles «las cosas que deben suceder pronto» (v. 1). Esta simple expresión muestra que incluso los mensajes a las 7 iglesias (cap. 2 y 3) tienen un alcance profético. Estas cosas conciernen a la Iglesia en el mundo y al mundo mismo.

La cadena de la revelación es, pues: Dios el Padre, Dios el Hijo, la mediación de un ángel, Juan y los cristianos. Al mismo tiempo, estas cosas nos son comunicadas por el Espíritu de verdad (Juan 16:13). Aunque estas «cosas» nos conducen hasta el retorno de Cristo e incluso hasta el estado eterno, deben suceder «pronto» (como en el cap. 22:7, 12, 20), sin tardar, contrariamente a la afirmación de la casa de Israel en el tiempo de Ezequiel (Ez. 12:27) o a las pretensiones de los burladores del fin (2 Pe. 3:4, 9).

El carácter del mensaje del Apocalipsis es triple:

  • Es el «testimonio de la palabra de Dios». Este libro es, pues, una parte integrante de la revelación inspirada, tiene la autoridad divina.
  • Es el «testimonio de Jesucristo», identificado más adelante con «el Espíritu de la profecía» (cap. 19:10). Todas las revelaciones del libro tienen un vínculo con Cristo y sus glorias. Además, el apóstol no es solamente el siervo de Jesucristo, sino también su profeta.
  • Es una exposición completa de «todas las cosas» vistas por Juan. A lo largo del libro se notará la repetición de la expresión «vi», la cual introduce una sucesión de revelaciones (cap. 19:11, 17, 19; 20:1, 4, 11-12; 21:1-2). Las visiones de Juan generalmente están descritas en forma de señales o símbolos. La revelación fue «notificada» a Juan, es decir, comunicada por medio de «señales», asemejadas a milagros en su evangelio.

2.1.2 - Una beatitud (Apoc. 1:3)

Debido a la inminencia de los acontecimientos futuros, una bienaventuranza (o una felicidad) es prometida al que lee, a los que oyen y guardan las palabras de esta profecía. Es necesario acostumbrarnos a leer la Palabra, a escucharla atentamente cuando nos es presentada, y luego guardarla, es decir, someternos a ella, de manera que tenga una influencia poderosa en nuestras almas. En el sombrío cuadro del futuro del mundo, la promesa del retorno del Señor y sus glorias es un gran rasgo de luz que debe iluminar nuestro andar y desligarnos moralmente de la tierra.

Hemos subrayado la similitud entre las bienaventuranzas del Apocalipsis y las del reino mencionadas por el Señor Jesús en el sermón del monte. La felicidad prometida a los «pobres en espíritu» (Mat. 5:3; Lucas 11:28) es similar a la presentada aquí. La limitación de nuestras capacidades intelectuales no es un obstáculo para comprender el mensaje divino, puesto que esas facultades naturales nunca dan solas la clave de las Escrituras. Se requiere la acción del Espíritu Santo en un corazón humilde y sumiso.

2.1.3 - El saludo de parte de las personas divinas (Apoc. 1:4-5a)

Juan anuncia la gracia y la paz a las 7 asambleas de Asia, de parte de las 3 Personas de la Divinidad:

Dios, Jehová, «el que es, y que era, y que viene». El que se reveló a Moisés en la zarza como: «Yo soy el que soy» (Éx. 3:14), se presenta aquí en la naturaleza esencial de su Ser, en su existencia eterna, presente, pero también unido al pasado (el «que era»). El que se reveló a los hombres de fe del Antiguo Testamento está listo para venir a cumplir lo que fue anunciado a su respecto (Mat. 11:3).

El Espíritu Santo presentado como el agente directo del poder en la séptuple perfección atribuida por el profeta Isaías a la persona, al gobierno y al reino del Mesías (Is. 11:2). Aquí los 7 Espíritus (una plenitud) están delante de trono de Dios, listos para intervenir en el gobierno de la tierra. Sin embargo, la unidad del Espíritu, que es uno (Efe. 4:4), permanece eternamente.

• Por último, Jesucristo, el Hombre que en el pasado fue el testigo fiel, quien resucitó de entre los muertos, «el primogénito de entre los muertos» (Col. 1:18), y quien mañana será el «soberano de los reyes de la tierra», en el ejercicio de su gobierno.

2.1.4 - La alabanza de los santos (Apoc. 1:5b-6)

Cuando el nombre del Señor Jesús es pronunciado, el corazón de los santos desborda para recordar inmediatamente lo que Cristo hizo por ellos: son los objetos de su amor y han sido lavados con su sangre. Es la primera expresión de la alabanza de los rescatados, seguida inmediatamente por la declaración de los resultados de la obra de Cristo en gloria: «Y ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes para su Dios y Padre». ¡Qué felicidad estar sumisos y asociados a él, a fin de ejercer esta función de sacerdotes para su Dios y Padre, desde ahora y para siempre! Más tarde ellos serán reyes y reinarán con él (cap. 5:10).

2.1.5 - Cristo viniendo con las nubes (Apoc. 1:7)

Esta solemne declaración resume el tema de todo el libro. Las «nubes» son los instrumentos de su poder (Mat. 26:64); «El que pone las nubes por su carroza, el que anda sobre las alas del viento; el que hace a los vientos sus mensajeros» (Sal. 104:3-4). Ya Daniel había visto al Hijo del hombre venir «con las nubes del cielo» (Dan. 7:13). En el versículo 1 del capítulo 10 Cristo será visto como envuelto en una nube, símbolo de su gloria divina.

Cuando Cristo venga en gracia para tomarnos con él, seremos llevados con los santos resucitados «en las nubes para el encuentro del Señor en el aire» (1 Tes. 4:17), por encima y fuera de la tierra. Entonces el mundo no le verá. En cambio, algunos años más tarde, cuando Cristo descienda en gloria para tomar su reino, «todo ojo lo verá». Los creyentes del residuo reconocerán a quien «traspasaron» (Zac. 12:10), y serán conscientes del crimen cometido por la nación judía al haber dado muerte a su Mesías. Ante su tristeza y arrepentimiento, Dios responderá con el perdón, basado en el valor de la sangre del nuevo pacto. Pero todas las tribus de la tierra, todos los hombres vivos, comprenderán entonces que su causa está perdida frente al justo juicio que les espera.

La Iglesia había sellado la alabanza a su Redentor mediante un glorioso «Amén» (v. 6). Ahora se asocia a la justa sentencia pronunciada contra los rebeldes mediante otro «Amén» (v. 7). La yuxtaposición de estos dos «Amén» (en verdad, sí, así sea) a la gracia de Dios y a su juicio es de una solemnidad extrema.

2.1.6 - Los 7 atributos de Cristo (Apoc. 1:8)

La introducción del libro (v. 1-8) concluye con la revelación de 4 títulos de gloria de Cristo, agregados a los 3 mencionados en el saludo (v. 5), para completar la plenitud de los atributos de nuestro Salvador

2.2 - La visión del Hijo del hombre (Apoc. 1:9-20)

2.2.1 - Juan en la isla de Patmo (Apoc.  1:9-11)

El apóstol Juan estaba exiliado en la isla de Patmos, por orden del emperador romano Domiciano, quien perseguía a los cristianos. Juan se presenta, no como apóstol, ni siquiera como profeta, sino como un simple miembro de la familia cristiana, compartiendo con sus hermanos la tribulación, el reino y la paciencia de Jesucristo:

1. La tribulación es la parte de todos los creyentes fieles en el mundo actual (Juan 16:33). Compartirla con nuestros hermanos nos permite estrechar los vínculos de la comunión fraternal.

2. Juan, con todos los creyentes vivos en la tierra, también tenía parte en el reino de Dios, todavía en misterio (porque Cristo, el Rey, aún está escondido en el cielo), esperando su manifestación en gloria, es uno de los temas principales del libro.

3. En el intervalo, tenemos necesidad de paciencia, la misma de Cristo (2 Tes. 3:5).

La injusta reclusión del apóstol serviría para cumplir el objetivo divino: dar a Juan, mediante una visión, una revelación que constituye la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. Durante el día del Señor, el Espíritu Santo eleva el alma del profeta, y el Señor se sirve incluso de las circunstancias para comunicarle su revelación.

El apóstol Juan oye una gran voz, como el sonido de una trompeta, que llama su atención (v. 10; Is. 18:3). Más tarde esta misma voz lo invitará a subir al cielo para ver «lo que debe suceder después de esto» (cap. 4:1). La voz que escucha está detrás de él, porque Juan se vuelve manifiestamente hacia el futuro del mundo que le va a ser revelado.

Juan debía escribir en un libro lo que veía y enviarlo a las 7 asambleas de Asia que existían en ese momento y cuyo estado moral presenta proféticamente toda la historia de la Iglesia considerada en su responsabilidad en la tierra.

2.2.2 - Cristo, el Hijo del hombre (Apoc. 1:12-20)

Volviéndose «para ver la voz» –se trata de una expresión sorprendente y notable, porque normalmente oímos una voz, pero no la vemos. La misma expresión se encuentra al comienzo del libro de Amós: «Las palabras de Amós, que fue uno de los pastores de Tecoa, que profetizó acerca de Israel». Aquí, pues, la voz está personificada, identificada con Aquel que la pronuncia, Cristo. Juan tiene ante sí al Señor Jesús, no como la Cabeza celestial del Cuerpo, ni siquiera como el Cristo (título particular que Jesús toma respecto a su pueblo judío), sino semejante al Hijo del hombre, el juez de toda la tierra, que recibe el dominio universal. Estaba en medio de 7 candeleros de oro, que son 7 asambleas (cap. 1:20).

La visión gloriosa muestra 9 caracteres de Cristo como Dios: 3 glorias personales, 3 glorias morales y 3 glorias oficiales son sucesivamente declaradas por la voz celestial. Varios de estos atributos ya habían sido revelados al profeta Daniel en su visión junto al río Tigris (Dan. 10:1-9). Más adelante Cristo mismo declara a Juan otras 3 de sus glorias en relación con la redención (v. 17-18).

2.2.3 - Las 3 glorias personales de Cristo

1. El vestido que le llegaba hasta los pies resalta su dignid!ad y su majestad. No es realzada por un cinto para la marcha o para el servicio (Lucas 12:37), ni es puesta de lado como cuando Jesús se ocupaba de sus discípulos en su debilidad (Juan 13:4). Tampoco es la ropa azul del sumo sacerdote celestial, ni la túnica sobre la cual los soldados se atrevieron a echar suertes (Sal. 22:18; Juan 19:23-24). No, aquí se trata del vestido llevado por el Juez de toda la tierra.

2. El cinto de oro en el pecho: Daniel había visto a Cristo llevando un cinto de oro sobre sus lomos. La gloria de Dios (el oro) se expresa en justicia en el Mesías, el Rey (Is. 11:5). Juan contempla ahora la dignidad del Hijo del hombre como unida a la justicia divina. Pero el cinto está en el pecho. En presencia de la infidelidad de los suyos en la tierra, la expresión de sus afectos es como reprimida, aunque estos sigan siendo los mismos, mientras él debe juzgar y castigar (cap. 3:19).

3. Su cabeza y sus cabellos, blancos como blanca lana o como nieve. Es el Anciano de días, eterno e inmutable en su existencia (Dan. 7:9), que inspira respeto, porque es preciso levantarse ante las canas (Lev. 19:32; Prov. 16:31). Por otro lado, los «cabellos crespos, negros como el cuervo» (Cant. 5:11) del muy Amado, nos dicen que el Hombre Cristo Jesús, el Anciano de días, está fuera de todo alcance del tiempo, contrariamente a los seres humanos.

2.2.4 - Las 3 glorias morales de Cristo

1. Sus ojos como llama de fuego. «Los ojos de Jehová contemplan toda la tierra» (2 Crón. 16:9; Prov. 15:3; Zac. 4:10), escrutan todas las cosas, como también la Palabra de Dios discierne todo (Hebr. 4:12).

2. Sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno, simbolizan el juicio de Dios frente al hombre pecador y responsable. Este juicio es a la vez firme (los pies) y justo (bronce bruñido). Así se expresan la estabilidad y la marcha de Cristo (Ez. 1:27; Sal. 9:16; 89:14).

3. Su voz como estruendo de muchas aguas: esta voz poderosa y majestuosa invita a toda la tierra a callar delante de Dios (Hab. 2:20).

2.2.5 - Las 3 glorias oficiales de Cristo

1. En su mano derecha tenía 7 estrellas. Las estrellas son el símbolo de una autoridad subordinada. En efecto, los 7 ángeles de las 7 asambleas son puestos bajo la autoridad suprema de Cristo (v. 20).

2. De su boca salía una espada aguda de dos filos. El poder del juicio es por su Palabra (la tierra está reservada para el fuego y el juicio por la Palabra de Dios). Cuando Cristo salga para ejecutar los juicios guerreros, su espada, que es la Palabra, servirá para herir a las naciones (cap. 19:15).

3. Por último, «su rostro era como el sol cuando brilla en su fuerza». En el monte de la transfiguración, los 3 discípulos, con Moisés y Elías, vieron el rostro de Cristo resplandecer como el sol (Mat. 17:2; 2 Pe. 1:17-18). El «sol» es el emblema de la autoridad suprema, visible en la faz de Cristo cuando posea el dominio oficial. Más tarde, el «Sol de justicia» traerá salvación en sus alas (Mal. 4:2).

La visión profética deja sin fuerza al apóstol, como les sucedió a otros antes de él, en particular a Daniel e Isaías. El ejemplo de Juan muestra nuevamente la influencia, sobre su ser físico, de lo que percibe o experimenta el espíritu de un creyente. Pero el Señor, el Vivo, lo sostiene y lo tranquiliza, como a Daniel en tiempos pasados (Dan. 10:10, 18-19). Entonces el Señor se le revela en sus glorias de la redención y de la resurrección.

2.2.6 - Las 3 glorias de Cristo en redención (Apoc. 1:17-19)

Las 3 glorias son agregadas a las 9 glorias de la visión precedente:

1. Él es el primero y el último, y el que vive: como el Eterno, él es el Mismo eternamente (Is. 41:4). Posee la vida en sí mismo. Tal es la gloria de su divinidad.

2. Estuvo muerto, pero vive por los siglos de los siglos: él dio su vida, pero salió de la muerte en el poder de la resurrección. Es su gloria personal en la redención.

3. Tiene las llaves de la muerte y del Hades. Es la gloria de su dominio sobre todos y sobre todas las cosas. Cristo venció a la muerte y la anuló (2 Timo. 1:10); abolió el pecado mediante su sacrificio (Hebr. 9:26), destruyendo el poder de Satanás. Poseer las llaves significa que tiene todo el poder sobre el doble dominio sobre la muerte y el Hades:

  • la muerte cuando se trata del cuerpo del hombre;
  • Hades cuando se trata de su alma. Llamado Seol en el Antiguo Testamento, el Hades es el lugar invisible a donde van las almas después de la muerte, mientras esperan la resurrección. Seol y Hades deben ser cuidadosamente distinguidos de la Gehena (derivado de Gué-Hinnom, valle de inmundicias situado al sur de Jerusalén), que designa simbólicamente el lugar de los tormentos eternos.

Se notará que varios de los caracteres y atributos de Cristo presentados en esta escena gloriosa aparecen en la manifestación de Cristo a las 4 primeras iglesias, mientras algunos caracteres personales serán revelados a las 3 últimas.

2.2.7 - Las 7 iglesias (Apoc. 1:20)

2.2.7.1 - El misterio de las 7 estrellas y de los 7 candelabros (Apoc. 1:20)

El Señor anda en medio de los 7 candeleros de oro (v. 13). La Asamblea es, pues, vista en su totalidad (7 candeleros son el símbolo de una unidad completa), pero cada candelero representa una asamblea particular en su posición en la tierra, puesta por Dios según su justicia y su gloria (como lo indica el oro). Así, cada iglesia local está llamada a llevar la luz divina en el mundo. Si es infiel, el Señor quitará el candelero de su lugar, como en Éfeso (cap. 2:5). Antiguamente, en el tabernáculo, el candelero con 7 brazos simbolizaba la luz divina que en el mundo rendía un testimonio perfecto por el poder del Espíritu (Éx. 25:37; 27:20-21). Durante su vida en la tierra, Cristo mismo era la luz (Juan 8:12; 9:5; 12:46). Ahora la Asamblea debe hacer brillar la luz que Dios le ha confiado, y Cristo se ve diferente a los candeleros que son responsables de brillar para él. Las asambleas locales (las lámparas) son los candeleros, porque la luz misma es la fuente divina y celestial.

El Señor también tiene las 7 estrellas en su mano derecha. Las estrellas son autoridades subordinadas, llamadas a brillar y a representar a Cristo en la noche, durante su ausencia. El ángel o mensajero es el representante administrativo simbólico de la asamblea, al cual Cristo comunica su mensaje relacionado con el estado moral de la asamblea. Es así como, dirigiéndose al ángel, el Señor habla a toda la Asamblea en su responsabilidad general.

2.2.7.2 - El plan de los mensajes a las 7 iglesias

Así vemos el orden notable seguido en estas cartas y los caracteres que se desprenden.

1. Los atributos de Cristo. En primer lugar, el Señor se presenta a cada iglesia de una manera adaptada a su estado: los caracteres generales evocados en la visión del capítulo 1, para las 4 primeras, que presentan el conjunto de la historia general de la Iglesia; los caracteres personales que, para las 3 últimas, presentan un aspecto particular de la historia de la Iglesia.

2. Lo que agrada a Cristo. Cada mensaje comienza con estas palabras: «Conozco» tus obras, tu tribulación, etc. (cap. 2:13). Y en seguida el Señor da su apreciación. Siempre reconoce el bien que su gracia ha producido en la asamblea. Solo para Laodicea no señala nada bueno. Sin embargo, el llamado a vencer resuena todavía en esta última asamblea.

3. La amonestación. Partiendo del bien que todavía puede ver en la asamblea, el que tiene los ojos como llama de fuego sondea el verdadero estado moral y pone en evidencia lo que él no aprueba. La censura es introducida mediante la expresión: «Pero tengo contra ti» (cap. 2:4, 14, 20), o también: «Yo conozco tus obras» (cap. 2:2; 3:1, 15). De esta manera los reproches, acompañados de una amenaza de juicio, son dirigidos a las asambleas de Éfeso, Pérgamo, Tiatira, Sardis y Laodicea. Solo Esmirna y Filadelfia no se exponen a los reproches: estas son animadas y consoladas por Cristo.

4. Un llamado al arrepentimiento. Este llamado es dirigido a las 5 asambleas que recibieron el reproche (cap. 2:5, 16, 22; 3:3, 19).

5. Una exhortación individual a escuchar («el que tiene oído, escuche») lo que el Señor y el Espíritu disciernen en la esfera de la asamblea.

6. Una promesa al vencedor. Esta también se dirige individualmente («al que venciere») en relación con el estado del momento y de las dificultades a superar. Por ejemplo, el vencedor en Esmirna, probado hasta la primera muerte, es tranquilizado con la promesa de no sufrir la segunda muerte. La exhortación a escuchar y la promesa al vencedor son presentadas en un orden diferente por las 3 primeras epístolas y las 4 últimas: primero va dirigida al conjunto cuando la esperanza de una restauración colectiva aún está en vista: la exhortación a escuchar precede a la promesa al vencedor. A partir de Tiatira, el orden se invierte: la exhortación a escuchar, dada después de la promesa al vencedor, solo se dirige a los que venzan en la asamblea.

7. Por último, el retorno del Señor es presentado a las 4 últimas iglesias, lo cual muestra que ellas deben subsistir juntas hasta el fin.