10 - Capítulo 10 al 11:13 — El intervalo antes de la séptima trompeta

Libro del Apocalipsis


10.1 - Otro ángel poderoso, Cristo (Apoc. 10:1-3)

Este capítulo empieza proclamando la aparición de un ángel poderoso. ¿Quién es este ángel? Bajo una forma velada, probablemente se trata de Cristo mismo, lo que confirma la expresión: «Que descendía del cielo» (v. 1). Parece que el Señor se presenta bajo forma de un ángel cuando se abre el último sello (cap. 7:2), luego en el ejercicio de sus oficios sacerdotales (cap. 8:3). Aquí, antes de la séptima trompeta, aparece nuevamente bajo una forma angelical. Su dignidad real se manifiesta acompañada de señales de la gracia. La nube en la cual está envuelto ya era la expresión de la gloria en medio de Israel y recordaba los cuidados en el desierto (Éx. 13:21-22). Era la señal de su presencia en medio de su pueblo. Más tarde llenó el templo (1 Reyes 8:10). Pero ahora la presencia de Dios es visible en su Hijo, bajo los rasgos del Hijo del hombre. El arcoíris sobre su cabeza recuerda el pacto de Dios con la tierra (Gén. 9:13). Su rostro era «como el sol», señal de su autoridad suprema (cap. 1:16). Sus pies eran «como columnas de fuego»; pone su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra, para afirmar sus derechos sobre todas las cosas (1 Cor. 15:26-28).

Su voz es semejante a la de un león que ruge (cap. 5:5).

Los 7 truenos emiten su sonido, la voz misma de Dios, como para aprobar lo que acaba de ser pronunciado. No tratemos de conocer las cosas escondidas (Deut. 29:29). Es también la única porción del libro del Apocalipsis que debe ser sellada, al menos por un tiempo; por lo demás, se le dice a Juan: «No selles las palabras de la profecía de este libro» (cap. 22:10).

«Ángel» o «Hijo del hombre» son títulos, y no significa que quien los lleva sea un ser creado. A menudo el Antiguo Testamento menciona el «Ángel de Jehová». Son prefiguraciones de Cristo, llamadas teofanías o cristofanías. Cristo también lleva el título particular de «ángel de su faz» (Is. 63:9).

10.2 - El fin del misterio de Dios (Apoc. 10:5-7)

Rápidamente se acerca la hora en la cual todos los reinos de la tierra formarán el reino de Cristo. Pero, por el momento, teniendo en la mano un «librito… abierto», Cristo levanta la mano derecha hacia el cielo y jura «por el que vive por los siglos de los siglos» (v. 6) que no habrá más plazo.

Qué gozo para los mártires que clamaban: ¿«Hasta cuándo»? (cap. 6:9-11). El día del hombre se acaba. Cuando el séptimo ángel toque la trompeta, el «misterio de Dios» se terminará, como lo anunció «a sus siervos los profetas».

¡Cuán insondable es este misterio! Que sorprendente, en efecto, es ver el bien pisoteado y a los malos prosperar. Hasta entonces, el mal triunfa en apariencia, y los cielos guardan silencio (Job 24:12; Sal. 83; Jer. 12:1; Hab. 1:13). Satanás, el «dios de este siglo», seduce a las naciones. La ceguera de Israel, hasta que la plenitud de los gentiles haya entrado (Rom. 11:25), también era un misterio. Lo mismo sucedía con el «misterio de la iniquidad» (2 Tes. 2:7) y con todo lo que había parecido oscuro en los caminos soberanos de Dios. Todo se aclarará cuando la gloria del Señor sea manifestada.

Viene, pues, el tiempo en que ese «misterio de Dios» se acabará. Es el único misterio cuya revelación todavía no es completa en la época actual. Las buenas noticias de los profetas concernientes a la bendición de Israel y al establecimiento del reino de Cristo al fin se cumplirán, en un reino de justicia y de paz.

10.3 - El librito abierto, dulzura y amargura (Apoc. 10:8-11)

¿Qué significa el librito que el ángel tiene en su mano? No es un libro sellado, sino abierto. Su contenido es revelado en el siguiente capítulo: se trata de lo que hablan los profetas del Antiguo Testamento –como también el Señor (Lucas 19:41-44)– respecto a Israel. Todo se desarrolla durante la gran tribulación, y termina con la aparición gloriosa del Señor en los albores de su reino. La misma voz que prohibió a Juan revelar las palabras de los 7 truenos (v. 4), ahora le ordena tomar el librito de la mano del Ángel (v. 8), comerlo (v. 9) y apropiarse de él ávidamente, de manera que se convierta en una parte de él mismo. Uno hubiera podido pensar que Juan, con su gran conocimiento e inteligencia, sería un instrumento del cual Dios se serviría inmediatamente. Al contrario, a fin de capacitarlo para hablar como oráculo de Dios, primero debe gustar la verdad divina para sí mismo, antes de declarar lo que ha visto. Entonces su mensaje saldrá de su corazón (Ez. 2:8-10).

En la boca de Juan el libro es dulce como la miel (Sal. 119:103; Ez. 3:3). A menudo la miel es símbolo de los afectos naturales, que no siempre son controlados por el Espíritu de Dios. Pero David, para resaltar el valor de la Palabra de Dios, la compara a la miel (Sal. 19:10). El Señor comió un poco de un panal de miel después de su resurrección: esto muestra bien que la miel no es mala en sí.

Pero enseguida ese libro llena de amargura el vientre del apóstol. Antes de que el juicio se ejecute, Dios ha medido cada detalle, como también todas las consecuencias sobre la creación. Él quiere que su profeta también experimente algo de la solemnidad de sus profecías. Juan puede experimentar el gozo realizando que, mediante el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, el Señor acabará la obra que someterá todas las cosas bajo sus pies. Pero de ello también resulta la amargura, porque las consecuencias terribles y eternas tocarán a todos los que no se hayan sometido al Dios santo, aceptando su gracia soberana. Por último, a Juan se le ordena profetizar otra vez «sobre pueblos, naciones, lenguas y muchos reyes» (v. 11). Es una tarea que tampoco dejará de producir amargura en el profeta, porque la mayoría de los hombres no creerá. De la misma manera, el creyente que conoce algo de la verdad divina tiene la obligación de transmitirla a los demás. El que rehúya anunciar todo el consejo de Dios (Hec. 20:27) será tenido por responsable ante él (Ez. 33:7-9).

10.4 - El templo (Apoc. 11:1-2)

Nuevamente estamos transportados a Jerusalén: la mención del templo de Dios, del altar, del patio y de la ciudad santa muestra claramente que los acontecimientos anunciados en esta porción del Apocalipsis están relacionados con el pueblo de Israel. Sería absolutamente erróneo pensar que aquí se trata de la Asamblea y atribuirle ese templo.

Después del arrebato de la Iglesia, el pueblo judío, de regreso en su tierra, construirá en Jerusalén un nuevo templo donde el servicio sacerdotal será retomado según las ordenanzas levíticas (Is. 66:1-4). El anticristo, la bestia que sube de la tierra (cap. 13:11), quiere hacerse adorar como Dios (2 Tes. 2:3-4). El Israel apóstata (Juan 5:43) lo recibirá y se asociará a las naciones, especialmente al Imperio romano, mediante una alianza corrompida (Is. 28:14-15).

Pero en medio de esta masa mancillada que seguirá al anticristo y aceptará al hombre de pecado como su Mesías, los fieles serán manifestados. De ahí la orden dada a Juan de medir con una caña «el templo de Dios y el altar» (v. 1), donde Dios reconoce que hay verdaderos adoradores para él. Para el hombre de Dios, realizar tales medidas es conocer lo que Dios se ha reservado y que tiene su aprobación (cap. 21:15; Zac. 2:1-4; Ez. 40 y 41). Simbólicamente el templo representa el lugar donde Dios mora, y el altar representa el medio de acercarse a él sobre la base de un sacrificio. Durante este periodo de juicio, ¿no hallará Dios su gozo de ver a su pueblo acercarse a él para adorar?

En cambio, el patio no debía medirse, porque ha sido entregado a los gentiles. Estos hollarán la santa ciudad durante 42 meses (v. 2). Es claro que, durante este periodo final del tiempo de los gentiles, Dios se reservará un remanente fiel, mientras la mayor parte de la nación judía será entregada a la violencia de las naciones, que pisotearán a Israel. El mundo manifestará un salvajismo pagano y una corrupción desvergonzada. Como perros o cerdos, pisotearán lo que es santo para destruir al pueblo de Dios (Mat. 7:6; 2 Pe. 2:22).

La alusión a los 42 meses (3 años y medio) relaciona inmediatamente la revelación confiada a Juan y la dada a Daniel quien menciona un periodo de 70 semanas, al final de las cuales la justicia eterna será establecida bajo el reinado de Cristo (Dan. 9:24-27).

Las 70 semanas debutan con la orden de reconstruir Jerusalén durante el reino de Ciro. Daniel precisa que después de 7 semanas y 62 semanas «se quitará la vida al Mesías, mas no por sí». Cada día de esas semanas representa un año, y las 69 primeras semanas de años (es decir, 483 años) se terminaron en la cruz de Cristo. Una sola semana de 7 años queda, pues, por cumplirse. Al comienzo de esta, Daniel anuncia que el jefe del Imperio romano cerrará una alianza con los judíos por un periodo de 7 años, y que en medio de la semana él hará cesar el sacrificio continuo para introducir un ídolo abominable en el templo. Entonces, «a los santos del Altísimo quebrantará», y pensará cambiar los tiempos y la Ley, que serán entregados en su mano hasta un tiempo, tiempos y medio tiempo, es decir, en otros términos, durante 3 años y medio o 1.260 días (v. 3; Dan. 7:25; Sant. 5:17). Entonces la oposición de las naciones al pueblo judío alcanzará su efervescencia.

10.5 - Los 2 testigos son asesinados (Apoc. 11:3-10)

Durante este periodo terrible, la gran tribulación, pero de duración limitada porque es acortado por Dios (Mat. 24:22), los judíos fieles y piadosos huirán de Jerusalén (Mat. 24:16). Sin embargo, un testimonio será dejado en la santa ciudad, confiado a 2 testigos. El número «2» es utilizado simbólicamente para establecer el valor, a pesar de su debilidad (Deut. 19:15).

Dos figuras (los candeleros y los olivos) son empleadas para describir el carácter de estos 2 testigos y de su mensaje (Zac. 4:14). Como candelabros, rinden testimonio delante de los hombres, vestidos de cilicio, en medio del dolor y el oprobio. Como olivos, están ungidos del Espíritu Santo. Su mensaje recuerda los derechos de Cristo sobre la tierra, en relación con sus 2 dignidades (la realeza y el sacerdocio). A semejanza de Elías en Israel, tienen el poder de cerrar el cielo, a fin de que no llueva durante los días de su profecía (1 Reyes 17:1) y, como Moisés en Egipto, pueden herir la tierra con toda clase de plagas. Esos 2 testigos están delante del Señor de la tierra, y nadie puede hacerles daño hasta que hayan acabado su servicio. Se ha escrito mucho acerca de estos 2 testigos que aparecerán en Jerusalén. Es claro que la escena es futura y que se desarrolla en esta ciudad. Algunos los relacionan con Enoc y Elías; otros piensan que se trata de Moisés y Elías, vueltos en persona a la tierra. Pero en las Escrituras no se anuncia ninguna segunda venida de Moisés. Algo se encuentra sobre el trabajo de Elías en el futuro (Mal. 4:5-6). Pero las palabras del Señor (Mat. 11:14; 17:12) respecto a Juan el Bautista parecen mostrar que un retorno corporal de Elías, raptado sin pasar por la muerte, no debe ser considerado.

Por primera vez este libro es cuestión de la bestia romana (v. 7), cuyo símbolo mismo muestra que ella está desprovista de toda conciencia. «Está para subir del abismo» (cap. 17:8): se trata del Imperio romano restaurado. Además, es presentada bajo el aspecto del pequeño cuerno visto por Daniel. Dominando sobre las naciones, se volverá también contra esos judíos fieles en Judea y matará a los dos testigos (Dan. 7:8, 21). El carácter innoble de los apóstatas cegados se manifestará en particular por la manera en que tratarán los cuerpos de esos siervos de Dios, expuestos «donde también su Señor fue crucificado» (v. 8), es decir, en Jerusalén. La santa ciudad (v. 2) es ahora llamada «Sodoma», debido a la corrupción indignante de los que la dominan, y «Egipto», a causa de su independencia orgullosa frente a Dios. Dominados por un gozo malsano debido a la muerte de estos 2 testigos, los malvados de todas las naciones de la tierra no permitirán que sean sepultados, para seguir deleitándose con este espectáculo. Sus cuerpos serán vistos por «los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones»; la tecnología y los medios modernos de comunicación permitirán la realización literal de esta profecía. Pero los malvados están lejos de pensar que por ese medio preparan la demostración resplandeciente de su derrota. «Los habitantes de la tierra» se alegrarán y se enviarán regalos. Esta expresión se halla 7 veces en el Apocalipsis: cap. 3:10; 6:10; 8:13: 11:10; 13:8; 14:6; 17:8. Esos son los apóstatas (cristianos de nombre o judíos infieles) enteramente cegados y endurecidos. El apóstol Pablo precisa su carácter y su destino (Fil. 3:18-19). Ellos pretenden poseer la tierra, olvidando que Dios no es solamente el «Dios de los cielos», sino también «el Señor de toda la tierra» (v. 4).

10.6 - La resurrección de los dos testigos (Apoc. 11:11-13)

El poder de Dios se muestra rápidamente a través de su resurrección y su arrebato al cielo. «Después de tres días y medio, un aliento de vida procedente de Dios entró en ellos» (v. 11). Ellos se pusieron de pie, y una gran voz proveniente del cielo les ordenó: «¡Subid acá!» Sus enemigos apóstatas, semejantes a los que hoy se burlan de la resurrección del cuerpo y ridiculizan la esperanza bienaventurada del arrebato de los santos, contemplarán ese doble milagro. Un gran temor cae sobre los que los ven subir al cielo en la nube. Es probablemente la misma nube en la cual el ángel poderoso, figura de Cristo, estaba envuelto antes (cap. 10:1). Así esos 2 testigos tendrán parte en la primera resurrección (cap. 20:4).

El terror aumenta cuando la ciudad es sacudida «en aquella hora» por un gran terremoto. Este no es un acto simbólico, sino una alteración de la naturaleza que provoca la destrucción de la décima parte de la ciudad y la muerte de 7.000 personas.

Este acontecimiento marca el fin de la segunda desgracia. Entonces los que escaparon a esta visitación en juicio dan gloria al Dios de los cielos, pero solamente bajo el efecto del miedo. Habiendo rechazado la advertencia dada por Dios, no hay más arrepentimiento posible: «El segundo ay pasó; el tercer ay viene pronto» (v. 14).

11 - Capítulo 11:14-18 — La séptima trompeta

El sonido de la séptima trompeta anuncia la tercera y última desgracia. Es la ocasión para que nosotros seamos transportados al cielo y escuchemos grandes voces anunciar buenas noticias, la introducción del Milenio en la tierra: «El reino del mundo de nuestro Señor y de su Cristo ha llegado; y reinará por los siglos de los siglos» (v. 15, Dan. 7:14). Ese gran día llegará al fin, cuando el gobierno de este mundo esté en las manos del Señor Jesús (Is. 2:11).

El cielo entero se regocija y los 24 ancianos (que simbolizan a los santos celestiales) adoran dando gracias a Dios (v. 16; 19:4). Aparecen por cuarta vez (cap. 4:10; 5:8; 7:11) y se postran como antes, exponiendo sus motivos para hacerlo: «Porque has tomado tu gran poder y reinas» (v. 17).

La introducción del reinado de Cristo trae la bendición al pueblo de Dios, pero también anuncia una «desgracia» (v. 14) para los que moran en la tierra, los que han rechazado a Cristo y su mensaje para unir sus deseos y sus afectos a las cosas de la tierra. Esos últimos juicios antes del reino serán detallados en la siguiente sección del libro (cap. 16). Las 7 copas se superponen a la séptima trompeta, en el momento del tercer ay.

Los ancianos anuncian entonces un último mensaje: la ira de las naciones contra Cristo y los suyos (Sal. 2 y 83; Joel 3:9-13; Zac. 14:2-4) se encontrará con la ira de Dios (v. 18; Rom. 3:5-6; Hec. 17:31). Esto no es más un «principio de dolores» para el mundo, sino el día de la ira de Dios y del Cordero.

Ese será «el tiempo de juzgar a los muertos». Esta declaración concierne solamente a los incrédulos (Juan 5:29). El juicio de los vivos tiene lugar antes del milenio (Mat. 25:31-41). Al contrario, la resurrección de los muertos que no tienen la vida de Dios y su juicio delante del gran trono blanco solo tendrán lugar al final del reino de Cristo (cap. 20:5, 12). La profecía dada aquí es general, para presentar el gobierno de Dios en su conjunto.

Es también el tiempo de las recompensas. Los siervos y profetas de Dios, los santos y todos los que, a través de las edades, han mostrado su temor a Dios, recibirán su recompensa, mientras los que han rechazado la gracia de Dios sufrirán el castigo de una destrucción eterna (2 Tes. 1:9).

11.1 - Conclusión

El sonido de la séptima trompeta, anunciando la venida del tercer ay, concluye esta parte del libro (cap. 6 al 11:18), por la venida del reino del mundo de Dios y de su Cristo.

Las siguientes profecías son introducidas por la visión del templo de Dios abierto y del arca de su pacto. Israel y el aspecto religioso de los acontecimientos que le conciernen estarán más particularmente en evidencia.

El Apocalipsis es el libro de las cosas que están abiertas, en 7 grandes ocasiones:

  1. Una puerta es abierta en el cielo (cap. 4:1).
  2. Los sellos son abiertos (cap. 6:1; 8:1).
  3. El pozo del abismo es abierto (cap. 9:2).
  4. El templo de Dios es abierto (cap. 11:19).
  5. El templo del tabernáculo del testimonio es abierto (cap. 15:5).
  6. El cielo es abierto (cap. 19:11).
  7. Los libros de los juicios son abiertos (cap. 20:12)

En los capítulos 6 al 11 asistimos a los acontecimientos que sobrevendrán sobre toda la tierra cuando el Cordero rompa los sellos del libro de los juicios (los 7 sellos y las 7 trompetas). Esta parte finaliza con la celebración de la entrada de Cristo en su reino y mencionando los juicios y las recompensas que tendrán lugar al final de este reino, sin otra precisión. Los juicios que intervendrán sobre las naciones rebeldes al final del reinado de 1.000 años, como también la llegada del «tiempo de juzgar a los muertos», acontecimientos descritos en Apocalipsis 20:7-15, son evocados en el versículo 18 del capítulo 11. Al final del capítulo 11 (v. 19) hasta el capítulo 15 se abre un cuadro de los principales actores de la escena final, la que precede inmediatamente a la introducción del reino.