6 - Capítulo 6 — Los 6 primeros sellos del juicio

Libro del Apocalipsis


Después de la anticipación de la escena celestial y de las glorias del Cordero (cap. 4 y 5), el Espíritu Santo nos presenta, mediante las visiones reveladas al apóstol Juan (cap. 6-11), lo que serán los caminos de Dios hacia el mundo, desde el arrebato de la Iglesia hasta la venida de Cristo en gloria.

El Hijo del hombre debe tomar posesión de su heredad personalmente; allí desea asociar a sus redimidos, los hijos de Dios, que son declarados «herederos de Dios y coherederos con Cristo» (Rom. 8:17).

El Hijo había sido establecido por Dios «heredero de todo» (Hebr. 1:2). Pero el usurpador, Satanás, se apoderó de la heredad mediante la astucia, y pretendía conservarla para administrarla a su manera (Lucas 4:6). Con ese objetivo incluso había empujado a los hombres a matar al heredero, prometiéndoles que la heredad sería para ellos (Lucas 20:14). Dios ha soportado esta injusticia aproximadamente durante 60 siglos; pero llegará el tiempo en que Cristo hará valer sus justos derechos sobre toda la creación, a la vez como Dios Creador y como Dios Redentor. Este es uno de los grandes temas del Apocalipsis. Antiguamente en Israel, el contrato de adquisición de una heredad (por ejemplo un campo) requería la elaboración de 2 documentos escritos: una carta sellada certificada por los testigos (habiendo sido pagado el precio de la compra) y una carta abierta (Jer. 32:10-11, 14).

Será lo mismo para Cristo cuando tome posesión de la creación:

El libro sellado con 7 sellos (cap. 5:1) es el contrato de la heredad que debe volver al Hijo de Dios, quien venció al usurpador, Satanás; contiene las providencias escondidas de Dios.

El libro abierto (cap. 10:2) es un testimonio público a los derechos de Cristo.

Así, toda la historia futura de la tierra comienza con la apertura de los sellos que introducen los juicios de Dios sobre los habitantes de la tierra para establecer el reino de su Hijo.

Los 7 sellos anuncian acontecimientos sucesivos. La apertura del séptimo sello introduce los juicios de las trompetas. De igual manera, el sonido de la séptima trompeta introducirá los juicios de las copas. Todos los juicios son anunciados y descritos en los capítulos 6 y 11. Ciertos detalles serán retomados más adelante en el capítulo 16 para las copas.

6.1 - Cronología de los juicios

En la sucesión de los juicios, primero se trata de «la hora de la prueba» (cap. 3:10). Su duración es indeterminada, pero se acaba con las 70 semanas de años de Daniel inaugurada por la apertura del sexto sello. Al comienzo, esta semana está caracterizada por la alianza entre la bestia (Roma) y el falso profeta (el anticristo), dos instrumentos de Satanás (cap. 13:12; Is. 28:15).

Durante la segunda mitad de la última semana (cap. 11:3; 12:6, 14; 13:5), la gran tribulación alcanzará más especialmente a los judíos. Es el «tiempo de angustia para Jacob» (Jer. 30:7). Al comienzo de este periodo, Satanás es lanzado del cielo a la tierra (cap. 12:9); y el sacrificio continúo cesa en el templo de Jerusalén (Dan. 9:27). Entonces será, estrictamente hablando, el tiempo de la ira de Dios y del Cordero.

Durante este periodo de prueba tan intenso, el Evangelio del reino, ya presentado por Juan el Bautista y por el Señor Jesús, será predicado nuevamente (Mat. 24:14). Entre los que lo acepten, varios serán conservados con vida para gozar del reino terrenal del Señor, mientras otros pasarán por la muerte y serán resucitados para entrar en él (cap. 20:4).

Todo lo descrito aquí es aún futuro, pero los acontecimientos del pasado y del periodo actual dan un anticipo de lo que se desarrollará: despotismo, guerras, hambre y muerte ya están en acción. Hasta aquí, el juicio había sido a nivel de una ciudad, de un país, eventualmente de un continente. Pero en ese momento los efectos del juicio serán a escala mundial.

El Cordero está investido de toda la autoridad para ejecutar el juicio. Este periodo corresponde a lo que el Señor llama «principio de dolores» (Mat. 24:8). Los sellos del libro que tiene en sus manos serán abiertos; esas manos son las de aquel a quien el hombre clavó en la cruz.

6.2 - El primer sello (Apoc. 6:1-2)

Cuando el primer sello es abierto, uno de los seres vivientes (semejante a un león) declara con una voz como de trueno: «¡Ven!» Esta orden, que será repetida 4 veces, ¿se dirige a Juan o a uno de los que han sido llamados los 4 jinetes del Apocalipsis? Es difícil determinarlo.

En la Escritura los caballos representan las fuerzas que el hombre puede utilizar para su servicio. Sin embargo, el caballo siempre requiere la mano firme de un jinete para canalizar su energía, que puede servir para bien o para mal. Los caballos de la profecía de Zacarías (Zac. 1:8-17; 6:1-8) simplemente se pasean por la tierra. Aquí los 4 caballos son canales del juicio divino y salen para castigar la tierra. Sus colores evocan los diferentes agentes de los cuales Dios se va a servir: vanas filosofías mundialmente expandidas han devastado las naciones; terribles guerras han asolado los continentes; aterradoras hambrunas han aniquilado los países; pestes de diversas clases han diezmado las poblaciones. Estas cosas no son nuevas, pero se repetirán a una escala que jamás se había alcanzado. Los hombres pueden llamar a todo esto los caprichos inevitables de la suerte, pero Juan muestra que el Cordero en el trono es quien decide sobre todos esos acontecimientos providenciales sobre la tierra.

Cuando el primer sello es abierto, Juan oye y ve simultáneamente. Primero aparece un caballo blanco y su jinete. El color del caballo simbolizaría un poder triunfante y próspero. Ese conquistador irresistible sale para vencer sin, no obstante, derramar sangre. Él posee un arco, arma que sirve en el combate a distancia, pero no flechas. Recibe ya una corona, sus victorias son ágiles. Pero este primer jinete presenta ciertas analogías con el Señor Jesús, quien más tarde saldrá del cielo para ejercer los juicios guerreros (cap. 19:1). Pero más bien debería ser puesto en contraste con Cristo, porque es un gran conductor que obra para el mal, un imitador y un falsificador.

6.3 - El segundo sello (Apoc. 6:3-4)

A la apertura de este sello, anunciada por el segundo ser viviente (semejante a un becerro), aparece un caballo rojo o bermejo, color de la sangre, como también del dragón, Satanás (cap. 12:3). Su jinete recibe una gran espada, arma utilizada en el combate cuerpo a cuerpo. Le fue dado el poder de quitar la paz aparente y precaria que el jinete anterior había establecido. La paz universal con la cual el mundo sueña, mientras rechaza al Príncipe de paz, solo puede ser de corta duración (1 Tes. 5:3). Solo podrá ser establecida permanentemente bajo el cetro de Cristo.

Una terrible guerra (civil, tal vez) se desatará. Los hombres se matarán unos a otros, como en el tiempo de Gedeón o de Saúl (Jueces 7:22; 1 Sam. 14:16). No se tratará solamente de las guerras que estallan hoy en un sector limitado del planeta, sino de un reino mundial de terror, en el cual la sangre será vertida sobre toda la faz de la tierra. El Señor ya había anunciado a sus discípulos esos grandes conflictos de nación contra nación y de reino contra reino (Mat. 24:7).

6.4 - El tercer sello (Apoc. 6:5-6)

Por orden del tercer ser viviente (semejante a un hombre), un caballo negro, símbolo de duelo, trae una gran hambre. El Señor también había hablado de ella: «Y habrá hambres» (Mat. 24:7). Con estos juicios de Dios que caerán entonces sobre la tierra, no es sorprendente que tras un gran conflicto venga una gran hambre.

En medio de los 4 seres vivientes «una voz» anuncia que, desde entonces, no se podrá obtener más de 2 libras de trigo o más de 6 libras de cebada por un denario (La cebada es el primer cereal que madura, pero es poco estimada; es el alimento de los pobres en Oriente). Solo el aceite y el vino escapan a estas restricciones. El que pronuncia estas palabras no es designado, hecho que se renueva muy a menudo en el Apocalipsis.

En vez de las armas de guerra, el jinete tiene ahora una balanza, destinada a medir cuidadosamente el alimento, como en una ciudad sitiada (Ez. 4:16-17; Lev. 26:26). Esto es indispensable debido al hambre y al exorbitante precio alcanzado por los alimentos de primera necesidad. En los tiempos del Señor, un denario correspondía al salario de un obrero en un día completo de trabajo (Mat. 20:2). Entonces se recibían 8 medidas de trigo por un denario; ahora solo se obtenían 2 libras.

Productos menos indispensables, pero muy útiles para la subsistencia de los hombres (Os. 2:8-22), estaban disponibles, bajo esta orden divina: «No dañes al aceite ni al vino». El aceite sirve para la cocina, el alumbrado y los cuidados corporales. El vino, en ausencia de agua potable, es la bebida normal para la comida. Aunque disponibles, estos productos solo podrán ser comprados con moderación, por falta de recursos materiales. El hambre predicha no está rigurosamente al punto de engendrar la muerte, como cuando se abra el siguiente sello (v. 8). Esta hambre aún permite sobrevivir, pero con gran dificultad. No existirá más la prosperidad a la cual una parte del mundo, y más particularmente la civilización occidental, está ampliamente acostumbrada. Tal vez este pasaje también haga alusión al contraste, en el mundo occidental, entre los países pobres y los países ricos, que serán heridos primero.

Es claro que los acontecimientos se sucederán para oprimir de cerca a los que habitan la tierra. Las cosas se agravan a medida que el Cordero abre los sellos. Primero vemos la pretensión de un conductor que usurpa el lugar que ha sido negado a Cristo. El resultado son los conflictos que causan estragos en la tierra, debido a que los hombres rechazan la autoridad que busca imponerse. La destrucción de la economía y el hambre se generalizan.

6.5 - El cuarto sello (Apoc. 6:7-8)

«Miré, y vi»; es la expresión de una gran sorpresa. En efecto, cuando se abre el cuarto sello, aparece un caballo amarillo, y el que lo cabalga tiene por nombre Muerte. Es el único de los 4 jinetes directamente identificable y que se presenta acompañado de otro personaje, el Hades. Aquí la Muerte (en relación con el cuerpo) y el Hades (en relación con el alma) están como personificados. La muerte es el salario inevitable del pecado. Esto muestra bien los límites de la medicina humana. El Hades, que aquí sigue a la muerte, es ese lugar invisible donde se encuentran de manera temporal las almas de los hombres después de la muerte (Mat. 11:23; Lucas 16:22). Es preciso no confundirlo con la gehena o el lago de fuego (cap. 20:13-14). Cristo tiene las llaves de la muerte y del hades (cap. 1:18), y más tarde las lanzará al lago de fuego (cap. 20:14).

El cuarto ser viviente (semejante a un águila volando) les da poder para destruir a los habitantes de la cuarta parte de la tierra. Tal vez es necesario comprender que se trata de la tierra del imperio romano reconstruido. La muerte está asociada con las fieras, la espada y el hambre, para formar los 4 juicios desastrosos de Jehová (Ez. 5:16-17; 14:21). El Señor también habla de ese juicio mortal, pero aquí no se ve que esté seguido por el arrepentimiento, si aún era tiempo.

6.6 - El quinto sello (Apoc. 6:9-11)

Como agentes del gobierno providencial de este mundo, los 4 seres vivientes invitaron por turno al apóstol Juan a venir para asistir a la apertura de los 4 primeros sellos, que forman un todo.

Los 3 últimos sellos constituyen un segundo grupo. Esta división de los sellos en 4 y 3 se repetirá en el caso de las 7 trompetas y de las 7 copas, como ya había aparecido en el de las 7 iglesias.

Con la apertura del quinto sello, la escena cambia, pues, completamente. El apóstol ve un altar en el cielo. En la Escritura es frecuente hallar la idea del cielo presentado como el templo de Dios (Hab. 2:20); dicha idea también es retomada más adelante en este libro (cap. 11:19; 15:5; 16:17). Aquí no se precisa si se trata del altar de oro o del altar de bronce. Pero la mención de la sangre derramada recuerda que el alma (es decir, la vida) de la carne (es decir, el hombre) está en la sangre (Lev. 17:11). Bajo este altar Juan ve las almas de los que habían sido muertos, que claman: «¿Hasta cuándo, Soberano…?». No se dirigen al Padre. Esas almas son las de los mártires del periodo que sigue al arrebato de la Iglesia. Han dado su vida por el testimonio de Jesús, y sus almas no están cautivas.

Esta compañía de redimidos debe ser claramente distinguida de los 24 ancianos, ya resucitados, glorificados, y que han alcanzado la perfección (Hebr. 11:40). Las almas de los mencionados aquí todavía están separadas de su cuerpo. Su resurrección es, pues, futura, pero segura (cap. 20:4).

El hecho de que esas «almas» sean vistas bajo el altar (v. 9) es sin duda una alusión a su fidelidad hasta la muerte (Fil. 2:17; 2 Tim. 4:6). Es una primera compañía de mártires, antes de la gran tribulación; otras le seguirán durante esta (cap. 13:7, 15). Ellas aún deben descansar un poco de tiempo en esta espera. Todos tendrán vestiduras blancas, como justos y vencedores (cap. 7:9, 13; Dan. 11:35). ¿De dónde viene esta blancura? De la eficacia de la sangre del Cordero (cap. 7:14; 22:14).

Las palabras del Señor en el monte de los Olivos dan la clave de esta escena. Hablando a sus discípulos de origen judío, les dice: «Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán; y seréis aborrecidos de todas las naciones a causa de mi nombre» (Mat. 24:9). El Señor hablaba de esta otra compañía de discípulos de origen judío, durante el periodo del fin, después del arrebato de la Iglesia, justo antes del establecimiento del Milenio.

Cristo no se quedará sin testimonio. Llamará a un remanente de fieles, sacado de su pueblo Israel, para anunciar la futura venida del Mesías, quien los liberará y será su Rey. Muchos de entre ellos sufrirán el martirio. Su clamor: «¿Hasta cuándo»? No es otro que la oración bien conocida de los judíos piadosos, y su petición, para pedir que su sangre sea vengada, también presenta un carácter judío.

Tales llamados a la venganza recuerdan los salmos escritos con antelación por el Espíritu Santo, en anticipación a la persecución final de los creyentes judíos (cap. 11:5-6; Sal. 94:1-7). En contraste, los cristianos jamás deben pedir ser vengados de sus enemigos.

«Hasta que también se completaran sus consiervos, y sus hermanos » (v. 11; cap. 19:10; 22:9) que han de morir son los mártires de ese remanente durante los últimos 3 años y medio, es decir, durante la segunda parte de la gran tribulación.

6.7 - El sexto sello (Apoc. 6:12-17)

¿Es preciso comprender las cosas mencionadas en el sexto sello en un sentido literal o figurado? Sin duda una gran parte es simbólica. Sin embargo, al mismo tiempo, grandes alteraciones físicas se producirán: es posible que el terremoto sea material, como los mencionados más adelante (cap. 6:12; 11:13; 16:18). El Señor había anunciado los terremotos en diversos lugares. ¿No es conmovedor comprobar que cuanto más nos acercamos al fin, su frecuencia y su intensidad aumentan más?

No obstante, el lenguaje empleado aquí también tiene un alcance simbólico: en este triste mundo nada es estable, todo debe ser sacudido (Sal. 46:2-3; Is. 40:4; Miq. 6:1-2). Los poderes civiles y gubernamentales serán reducidos a pedazos. Todas las clases sociales, desde los grandes de este mundo hasta los excluidos de la sociedad, serán heridos y aterrorizados. Los tronos serán derribados y la anarquía reinará. El derrumbamiento de la civilización y de la sociedad estará acompañado de señales en la tierra y en el cielo.

El cielo se enrolla (v. 14), como un libro que ya no se puede leer; no hay más sabiduría de lo alto (Is. 34:4; Amós 8:11). Varios rasgos de esta descripción recuerdan las señales empleadas por el profeta Joel, en relación con «el día grande y espantoso de Jehová» (Joel 2:10, 30-31; 3:15-16). Entonces los habitantes «de la tierra» verán acercarse anticipadamente el día de la ira. Por primera vez los hombres reconocerán una intervención divina y estarán listos para decir, como antiguamente los hechiceros egipcios: «Dedo de Dios es este» (Éx. 8:19).

El terror invadirá a todos los hombres en la tierra. Los que hayan rechazado a Cristo y despreciado la oración se esconderán en la oscuridad de las cuevas (Josué 10:16), y dirán a los montes y a las peñas: «Caed sobre nosotros y escondednos del rostro del que está sentado en el trono, y de la ira del Cordero» (v. 16; Os. 10:8; Lucas 23:30). Cristo juzgará entonces como el Cordero, título que se le dio cuando vino en humildad y dulzura para ofrecerse en sacrificio.

«¿Quién puede sostenerse en pie?» (v. 17; Nah. 1:6). En realidad, el tiempo de la ira de Dios (cap. 11:18) todavía es futuro; esto solo es un «principio de dolores» (Mat. 24:8). Cuando se abra el séptimo sello, se producirá una intervención divina directa.