1 - Introducción

Libro del Apocalipsis


El mismo Señor Jesús nos enseña que «El Espíritu de verdad… os anunciará las cosas venideras» (Juan 16:13).

Este es el tema del Apocalipsis.

Los escritos del apóstol Juan muestran a Cristo, el Hijo de Dios, la Vida eterna, quien vino en gracia a la tierra; asimismo anuncian cómo volverá para ejercer los juicios e introducir su reino.

El Apocalipsis, último escrito inspirado del apóstol Juan, es la continuación profética de los dos últimos capítulos de su evangelio (cap. 20 y 21), en los cuales Cristo resucitado anuncia bajo una forma profética y misteriosa los caminos futuros de Dios hacia la tierra.

Llamado a veces el libro del retorno del Señor, el Apocalipsis presenta primero el juicio que caerá sobre la Iglesia o Asamblea en la tierra, responsable de mantener el testimonio de la verdad. Luego presenta el juicio que se ejecutará sobre el mundo político, la falsa iglesia (Babilonia), los judíos apóstatas y, por último, sobre los muertos incrédulos. Dios retoma entonces el gobierno de la tierra, para establecer los derechos y el reino de su Hijo, y por último para destruir enteramente todo el poder del mal e introducir el estado eterno.

A pesar de esto, el hilo de plata de la gracia divina corre a través de todo el libro: en el saludo de la introducción por las 3 personas divinas, la Iglesia reconoce a Cristo, quien la ama (cap. 1:5); y cuando la revelación se cierra, ella se vuelve naturalmente hacia Aquel a quien ella espera (cap. 22:17). Antes de anunciar cada uno de los juicios que se sucederán, el Espíritu muestra a los rescatados protegidos por la providencia divina: la Iglesia es llevada al cielo (cap. 4 y 5) antes de los juicios de los sellos (cap. 6); más tarde, los creyentes judíos y luego los de las naciones serán sellados y bendecidos (cap. 7) antes de los juicios anunciados por las trompetas (cap. 8), etc. A lo largo de estos terribles juicios se promete bendición y felicidad a los fieles; 7 bienaventuranzas son pronunciadas en su favor.

1.1 - El autor del libro

Se piensa que Juan escribió el Apocalipsis en el año 95 de nuestra era, es decir, alrededor de 25 años después de que Jerusalén fuera destruida por el ejército romano de Tito. Juan fue uno de los escasos (tal vez el único) apóstoles del Señor que sobrevivió a este drama, mientras estaba condenado al exilio en la isla de Patmos, por orden del emperador romano Domiciano.

Juan, el discípulo «a quien Jesús amaba» (la expresión se encuentra 5 veces en su Evangelio: cap. 13:23; 19:26; 20:2; 21:7, 20) no se presenta aquí como apóstol, sino como profeta, para anunciar las cosas que han de venir.

1.2 - La Iglesia en los escritos de Pedro, Pablo y Juan

La Iglesia o Asamblea está formada por el conjunto de todos los creyentes (salidos del pueblo judío y de las naciones) puestos, mediante la fe, a favor de la obra de Cristo. Él la edifica desde Pentecostés (el día que el Espíritu Santo descendió a la tierra) hasta su retorno para llevarla con él al cielo. Ella es la Habitación de Dios, el Cuerpo y la Esposa de Cristo, es decir, la familia celestial del Padre. En la tierra ella también es testigo de la luz y del amor de Dios.

El apóstol Pedro considera a la Iglesia primero como la Casa de Dios formada por piedras vivas (1 Pe. 2:5), luego la considera como la grey del Señor (1 Pe. 5:2-3). Pescador de profesión, Pedro se convirtió en pescador de hombres (Marcos 1:17; Lucas 5:10). Lanzó la red del Evangelio en medio del pueblo judío, para traer una multitud de almas a su Señor (Hec. 2:41; 4:4). De él recibió ese servicio especial respecto al rebaño de ovejas judías (las de «la circuncisión»), durante ese periodo de transición de 40 años cuando la Iglesia comenzaba su historia, y en el cual Dios todavía soportaba el judaísmo. La destrucción de Jerusalén por los ejércitos de Tito (en el año 70) marca el fin de esta cohabitación provisional del cristianismo y del judaísmo como testimonio de Dios en la tierra.

El apóstol Pablo presenta la Iglesia sacada fuera del mundo (este es el sentido de la palabra griega «ekklesia»). Como un sabio arquitecto, puso el fundamento, el cual es Jesucristo (1 Cor. 3:10-11). Trabajó para llevar a la fe en Cristo a los creyentes de entre las naciones («el evangelio de la incircuncisión», según Gál. 2:7), añadidos a los creyentes judíos. En sus Epístolas, los cristianos son presentados en los lugares celestiales en Cristo por la fe.

El apóstol Juan ejerce su servicio en una escena de ruina, donde la Iglesia está en decadencia. La actividad profesional que realizaba cuando fue llamado tiene un significado simbólico: mientras Pedro echaba las redes en el mar, Juan las remendaba en la ribera, anticipación de lo que sería su servicio para el Maestro (Marcos 1:19-20). Los escritos y el ministerio del apóstol Juan presentan esencialmente las glorias de Cristo. Sin embargo, Juan también habla de la manera cómo Dios administra el mundo, del servicio del Evangelio y de los cuidados con el rebaño del Señor. En Él todos los creyentes tienen la vida eterna (es el tema de las Epístolas de Juan). Cristo es el centro de los caminos de Dios hacia el mundo (expuestos en el Apocalipsis). La Iglesia (representada por diversos testimonios locales en la tierra, tal como las 7 asambleas de Asia menor) debe llevar la luz de Dios en medio de un mundo que está en tinieblas. Incluso cuando la Iglesia es infiel y pierde en parte ese carácter de testigo (como Laodicea), el Señor sigue siendo «el testigo fiel». Cuando la Iglesia haya sido llevada al cielo (a partir del cap. 4), él mantendrá el testimonio divino hasta en el reino terrenal futuro.

Durante el periodo de los juicios que precede al reinado, los santos celestiales (los creyentes arrebatados o resucitados en la primera venida de Cristo) rodearán el trono del Creador, del Cordero inmolado, el Juez de toda la tierra (cap. 4 y 5). La celebración de las bodas del Cordero, anunciada por Pablo (Efe. 5:27), solo es descrita por Juan en este libro del Apocalipsis (cap. 19:7-9). Cuando Cristo descienda a la tierra para cumplir los últimos juicios guerreros que introducirán su reino, los santos celestiales lo acompañarán (cap. 19:11-16). Entonces la Asamblea se convertirá en la verdadera metrópolis del universo, la sede del gobierno de Dios en el mundo venidero (cap. 21:9 al 22:5).

Al final de toda la revelación, Cristo mismo se presenta como la Estrella resplandeciente de la mañana, a quien la Esposa espera (cap. 22:17), como a menudo lo presentan también los escritos de Pablo y Pedro. Estos 3 apóstoles, Juan, Pablo y Pedro hacen enardecer nuestros corazones en presencia de esta bienaventurada esperanza.

1.3 - El Apocalipsis y las otras profecías de la Biblia

Las profecías del Apocalipsis deben ser leídas sin perder de vista las otras profecías de la Biblia:

1. Las del Antiguo Testamento, especialmente los libros de los profetas (en particular Daniel). Estas conciernen a Cristo e Israel, y se detienen en el Milenio, descrito detalladamente por algunos (Is. en particular). Se notará la extraordinaria similitud entre la posición de 2 profetas, Ezequiel y Juan (el evangelista). Al primero, Dios le revela la infidelidad y el juicio del pueblo terrenal, luego su restauración futura. Al segundo, le muestra la historia de su pueblo celestial. Los 2 profetas son conducidos por el Espíritu (Ez. 3:12; 43:5; Apoc. 4:2) y contemplan el resultado de los caminos de Dios desde la cima de un monte muy alto (Ez. 40:2; Apoc. 21:10).

2. Las del Nuevo Testamento: los Evangelios exponen las profecías del Señor concernientes al reino de los cielos (Mat. 13) y al futuro del mundo hasta el juicio de los vivos (Mat. 24; 25:15-30). Varias Epístolas anuncian la apostasía y los juicios que seguirán (en especial 2 Pe., 2 Tes. y Judas).

El Apocalipsis habla ampliamente sobre el futuro del mundo religioso; introduce el reino de Cristo en la tierra, el Milenio, sin otra referencia que su duración de 1.000 años y la descripción de las relaciones de la Iglesia celestial con las naciones de la tierra. Anuncia el juicio de los muertos y la introducción del estado eterno.

El Espíritu Santo nos ha revelado todo lo que debemos saber sobre estos temas proféticos; sin embargo, no quiso que una correlación completa entre todas las profecías de la Biblia pudiera ser establecida, de manera que la prudencia y la humildad son esenciales para emprender el estudio de tales temas. Muchas preguntas todavía no tienen respuesta para nosotros hoy. Por ejemplo, ¿cómo los santos del periodo milenario, que tienen la vida de Dios, la vida eterna, serán transportados al estado eterno, cuando la primera creación sea destruida? (2 Pe. 3:7, 12). Dios nos ha revelado lo que debemos saber ahora (Deut. 29:29) y nos invita a esperar para conocer a fondo, como fuimos conocidos (1 Cor. 13:12).

1.4 - Las personas divinas en el Apocalipsis

Dios: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Las 3 personas divinas forman una unidad insondable, pero siguen siendo distintas. No obstante, esta distinción no siempre es fácil de percibir en los escritos de Juan, especialmente en el Apocalipsis.

Dios el Padre: En este libro Dios se presenta como el Eterno, el Todopoderoso, el Jehová del Antiguo Testamento, sus nombres del pacto y de relaciones con el hombre (de Israel en particular). En el Apocalipsis, Dios no es visto como Padre, porque allí Cristo generalmente es presentado como Hijo del hombre y no como Hijo de Dios. La Asamblea, Cuerpo responsable, no está presentada como la familia celestial del Padre. Las 5 menciones de Dios como Padre solo son incidentales (cap. 1:6; 2:27; 3:5, 21; 14:1), y todas conciernen a la relación de Jesucristo, Cordero de Dios, con su Padre.

Dios el Hijo: Desde la introducción (cap. 1:5), Jesucristo se presenta como revestido de los atributos de vida y del poder. Es el Hijo del hombre, semejante al Anciano de días del Antiguo Testamento, revestido de 12 atributos de gloria y de juicio, bajo los cuales se presentará a la asamblea responsable (cap. 1:12-16). En las visiones de Daniel, el Hijo del hombre está: sea claramente distinguido del Anciano de días (Dan. 7:13), sea identificado a él (Dan. 7:22).

El Creador (cap. 4) también es el Cordero, el Redentor (cap. 5) que hará valer sus derechos en la tierra mediante los juicios.

Pero el Cordero (cap. 14:1) también es el Ángel poderoso (cap. 7:2; 10:1) que envía a sus ángeles a ejercer los juicios introducidos por las trompetas (cap. 8:9) y luego por las copas (cap. 16).

Su nombre es «El Verbo de Dios» (cap. 19:13), cuando se presenta en las nubes (cap. 1:7) para ejecutar los últimos juicios.

Por último, él es el Esposo (Juan 3:29) de la Esposa (cap. 19:7), el objeto de la esperanza de ella (cap. 22:17).

Dios el Espíritu Santo: La abundancia de enseñanzas sobre el Espíritu Santo constituye una de las riquezas de los escritos de Juan. Su Evangelio y su primera Epístola presentan la persona divina y los atributos del Espíritu Santo. En cambio, el Apocalipsis lo presenta bajo un carácter diferente, más cercano a las revelaciones del Antiguo Testamento que a las enseñanzas del Nuevo Testamento, debido al carácter profético del libro.

El Espíritu no es considerado como habitando en la Asamblea o en el creyente, ni como el garante de nuestra posición en Cristo ante Dios. En contraste, aparece más bien en la plenitud de sus atributos de sabiduría, de poder y de luz. De ahí su denominación, en 4 ocasiones, como «los siete Espíritus». El número 7 indica una plenitud divina en relación con Cristo o con su trono. Ya en el tabernáculo en el desierto, el candelero tenía 7 brazos rindiendo testimonio a las perfecciones de Cristo. Los 7 Espíritus también son evocados por Isaías, como reposando sobre el Mesías, vara y vástago viviente (Is. 11:1-2).

Cuando se dirige a las asambleas, se pone como retraído para advertirles. No obstante, al final del libro, el Espíritu recuerda a la Iglesia el inminente regreso del Señor, y se une a ella para clamar: «Ven» (cap. 22:17).

1.5 - Prólogo del libro del Apocalipsis

La división del libro en 3 partes aparece en la instrucción dada al apóstol Juan: «Escribe, pues, las cosas que has visto, y las que son, y las que han de suceder después de estas» (cap. 1:19).

  • Introducción (cap. 1:1-8).
  • Primera parte (cap. 1:9-20): «Las cosas que has visto»; es la visión gloriosa de Cristo, Hijo del hombre y Anciano de días.
  • Segunda parte (cap. 2 y 3): «Las (cosas) que son»; es la historia de la Iglesia responsable en la tierra en sus desarrollos sucesivos, desde su formación hasta la venida del Señor.
  • Tercera parte (cap. 4:1 al 22:5): «Las (cosas) que han de ser después de estas». Esta parte principal del Apocalipsis comienza con las palabras: «Después de esto», cuando el andar de la Iglesia en la tierra ha terminado. Ella se subdivide en 2:
    • La primera división (cap. 4 al 11) muestra la escena celestial (cap. 4 y 5), luego el curso de los acontecimientos proféticos hasta el establecimiento del reino de Cristo (cap. 6 al 11:18).
    • La segunda división (cap. 12 al 22) expone el aspecto religioso de los últimos días, los actores de la escena final y su desenlace, el reino milenario de Cristo, la nueva Jerusalén y el estado eterno.
  • Un apéndice (cap. 22:6-15) recuerda la venida del Señor en relación con la profecía del libro.
  • El epílogo (cap. 22:16-21) presenta a la Iglesia el retorno del Señor como la estrella de la mañana, para ella.