6 - Capítulo 5

Las Lamentaciones de Jeremías y su aplicación al tiempo presente


Por su misma construcción –pues, aunque conserva el número de versículos, no tiene el orden alfabético– este capítulo está claramente separado de los capítulos precedentes. Es como un apéndice del libro, pero al mismo tiempo está íntimamente ligado a él; es la recapitulación del estado del pueblo después de haber recibido la seguridad de su completa liberación (4:22). Esta liberación, aunque prometida y asegurada, aún no ha tenido lugar. Jerusalén debe esperar a un día futuro para poder disfrutar de las cosas prometidas. Su desolación todavía dura y continúa hoy; será renovada en todo su horror en un día futuro. Este día profético está a la vista en nuestro capítulo, que consta de 2 divisiones cuyo contenido examinaremos.

6.1 - Primera división (v. 1-18)

«Acuérdate, oh Jehová, de lo que nos ha sucedido; mira, y ve nuestro oprobio» (v. 1).

Habiendo terminado el castigo de la iniquidad de la hija de Sion (4:22), ahora tiene plena libertad para decir a Jehová: «Acuérdate». Hasta ahora hemos encontrado esta palabra solo en boca del profeta intercesor y representante de Cristo (3:19); ahora la encontramos en boca de Jerusalén. Ella misma no podría haber pronunciado antes estas palabras sin acordarse de sus iniquidades ante Dios. Terminadas esas iniquidades, ahora solo presenta ante él su prueba y su aflicción. Ella puede decir «Mira» de una manera completamente diferente que antes (1:9, 11, 20; 2:20; 3:63). Sabe que, cuando Jehová mirará desde el cielo (3:50), ya no verá el sufrimiento de Jerusalén como consecuencia de sus transgresiones. Habiendo terminado su culpabilidad, el cautiverio no se repetirá.

Sin embargo, cuando el remanente profético hablará de este modo, sus circunstancias aún no habrán cambiado. Jerusalén seguirá siendo pisoteada bajo los pies de las naciones. Los fieles tienen la certeza; todavía no tienen la liberación. Y seguirán diciendo, como Ezequías: «Andaré humildemente todos mis años, a causa de aquella amargura de mi alma» (Is. 38:15). Jerusalén resume todas sus pruebas ante los ojos de Aquel que «mira» y de quien nada escapa: «Nuestra heredad ha pasado a extraños, nuestras casas a forasteros. Huérfanos somos sin padre; nuestras madres son como viudas» (v. 2-3). Los padres habían pecado; ya no están; ¡y el yugo sigue pesando sobre sus hijos (v. 7)! Sin embargo, Jehová había dicho que los hijos vivirían después de que los padres hubieran muerto en su iniquidad (Ez. 18:17-18). ¿No parecía que la posición de los hijos contradecía este dicho? «Nuestros padres pecaron, y han muerto; Y nosotros llevamos su castigo» (5:7). ¿Podría Dios engañar? Todos estos sentimientos serán los del recto remanente del fin, tales como son descritos en los Salmos, pues nunca debemos olvidar que las Lamentaciones, al tiempo que describen la agonía actual del pueblo, son también un cuadro profético del trabajo del alma y de la conciencia que tendrá lugar en el fiel remanente judío de los últimos días. Este estado es, en cierto sentido, la condición actual de Judá y Jerusalén, oprimido y disperso, pero la Jerusalén de hoy no tiene perdón como el remanente del fin; está en la incredulidad y corre hacia juicios más terribles.

Para los creyentes del remanente profético, los tiempos anteriores a la restauración serán tiempos en los que Dios los tendrá por «bienaventurados» (véase esa palabra en los Salmos), pero no serán tiempos de regocijo, ni siquiera cuando se restablezca su relación con Dios. Por eso dicen aquí: «Cesó el gozo de nuestro corazón; nuestra danza se cambió en luto. Cayó la corona de nuestra cabeza; ¡Ay ahora de nosotros! porque pecamos» (v. 15-16). Y, en efecto, Dios aún no les había dicho: ¡Alégrense! (véase 4:22, comp. con 21). Sus corazones están abatidos; la desolación del monte Sion aún no ha terminado (v. 18). Su dolor principal es incluso ver que esta Sion, que Dios había establecido una vez sobre un fundamento inquebrantable, parece rechazada para siempre a causa de su pecado. Todavía no ha llegado el tiempo en que se dice: «Ciertamente volverán los redimidos de Jehová; volverán a Sion cantando, y gozo perpetuo habrá sobre sus cabezas; tendrán gozo y alegría, y el dolor y el gemido huirán» (Is. 51:11). «Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti» (Is. 60:1).

6.2 - Segunda división (v. 19-22)

Pero por el momento, cualquiera que sea el sufrimiento, una cosa es plenamente suficiente para el alma: «Mas tú, Jehová, permanecerás para siempre; tu trono de generación en generación» (v. 19).

La paciencia debe tener su obra perfecta. Incluso cuando el creyente regrese a su propio país y se mezcle con el pueblo incrédulo, todavía no podrá proclamar que ha recuperado las bendiciones de antaño. Tendrá que decir: «¿Por qué te olvidas completamente de nosotros, y nos abandonas tan largo tiempo?» (v. 20). Sin embargo, su alma está en paz. Las circunstancias no han cambiado, pero se sabe perdonado. La plena confesión del pecado de los padres está hecha, pero también el pecado del propio remanente (v. 16). Todo orgullo ha desaparecido; la corona ha caído; la vergüenza infligida al monte de Dios por el pecado del pueblo sigue siendo el sentimiento dominante. Hemos acabado con el hombre; estamos humillados, no volveremos a levantar la cabeza; pero una cosa es cierta: Jehová permanece para siempre (v. 19).

En el versículo 21, como consecuencia de todo el capítulo, encontramos la petición de una restauración definitiva, del restablecimiento a las bendiciones originales de las que la locura de Jerusalén la había privado: «Vuélvenos, oh Jehová, a ti, y nos volveremos; renueva nuestros días como al principio». El alma está ahora en libertad con él y en plena confianza, sin poder decir todavía que esta restauración sea un hecho consumado. Jerusalén se ha vuelto atrás, como dice Dios en Jeremías 15:19: «Si te convirtieres, yo te restauraré», pero todavía no ha sido traída de vuelta.

El versículo 22 pone fin al libro. Se ha concedido el perdón, pero aún no ha llegado la hora de la liberación. El alma permanece en la petición del versículo 21. Esta restauración, esta «regeneración» solo puede venir de Dios. «Porque nos has desechado; te has airado contra nosotros en gran manera». Solo queda, pues, esta alternativa: o restauración definitiva, o rechazo definitivo, pero al hablar así, el alma no vacila en absoluto; solo reconoce el derecho de Dios a rechazarla por completo. Es la humildad, es la sumisión a la voluntad de Dios; es el completo juicio de sí mismo; es el aprecio de la gracia, que no puede quedarse en el camino y hacer las cosas a medias después de haber perdonado y declarado que, en el futuro, no habría más cautiverio.

Así termina dignamente este Cántico de la humillación y del dolor, iluminado por los rayos de la gracia y la redención. El presente sigue siendo oscuro en el exterior, pero no para el corazón que estos rayos han iluminado. Los cristianos pueden aplicarse a sí mismos todas estas cosas durante la presente prueba y bajo el castigo de Dios, pero de un modo mucho más bendito de lo que podrá hacerlo el remanente de Jerusalén; pues nosotros ya conocemos al Padre y hemos sido introducidos en el reino del Hijo de su amor.

Ustedes, cristianos, sobre quienes pesa las angustias de la hora presente, ¿han atravesado los ejercicios de corazón y de conciencia descritos en estas páginas? ¿Han reconocido su pecado, sus faltas y la necesidad de los juicios que han caído sobre ustedes? ¿Han confesado que estos juicios podrían llevar a la pérdida definitiva de su testimonio, si el Señor mismo no los salvara de la ruina? ¿Han comprendido?, sin perder confianza en él que, si por parte de ustedes todo se ha derrumbado, él (el Dios Todopoderoso, el Padre), permanece para siempre y que pueden contar con su gracia. Además, en medio de todos estos ejercicios de alma, ¿han mirado, sin odio y con horror solo a lo que a ustedes concierne, al Dios justo que todo lo ve, que castiga la iniquidad de los hombres, de sus gobernantes y de sus príncipes?, la opresión, la crueldad, la traición y la mentira –al Dios cuyo gobierno no considera inocente al culpable y que es «Jehová, Dios de retribuciones» (Jer. 51:56). ¿Han llegado a Sus conclusiones sobre todas estas cuestiones vitales, sobre su propio estado y el de un mundo que yace enteramente en el mal?

Y todos ustedes también, pecadores, a los que Dios llama por medio de las pérdidas, los duelos, las persecuciones, la opresión del enemigo, las angustias que a menudo rozan la desesperación, ¿han dicho, como el profeta?: «Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré. ¿Han invocado el nombre del Señor desde el abismo? Ah, si es así, tengan por seguro que él les dará esta bendita respuesta: «Se ha cumplido tu castigo».