7 - 2 Timoteo 2:14-19

Exposición de 2 Timoteo


Las exhortaciones que siguen tienen por objeto guiar a Timoteo como maestro (doctor) y, en consecuencia, instruir a todos los que, divinamente capacitados, procuran edificar al pueblo de Dios. El apóstol dice: «Recuérdales esto, rogándoles encarecidamente ante Dios, que no contiendan sobre palabras, que para nada es útil, sino para ruina de los que oyen» (v. 14). Las «cosas» a las que se refieren los versículos 11-13 son las verdades divinas que permanecen a través de todos los cambios y fases de la condición de la Iglesia, en la medida en que están vinculadas a la naturaleza moral del Señor y, por tanto, a la esencia misma del cristianismo. Por tanto, nunca pueden olvidarse sin daño, a no ser apartándose abiertamente de la fe. Por eso se exhorta a Timoteo a mantenerlos constantemente en la mente de los santos; y al mismo tiempo debía exhortarlos enérgicamente ante el Señor a evitar toda discusión sobre palabras (logomaquia), que, en lugar de edificar, tendía a subvertir a los oyentes.

Los creyentes judíos se sentían muy tentados por este tipo de discusiones, pues habían estado acostumbrados a oír a sus rabinos demostrar su habilidad para razonar sobre el valor mismo de las letras que componían las palabras de la Escritura. Y cuando la vida espiritual y la energía decaen, los maestros cristianos también caen en la trampa de entretener a sus oyentes con interpretaciones ingeniosas y fantasiosas, extraídas de detalles históricos, o de tipos y figuras, en lugar de servir a Cristo. Debe notarse, entonces, que tales discusiones no solo son «inútiles», sino que incluso alejan a quienes las escuchan. Ay, cuando los creyentes, como los israelitas, se cansan del maná enviado del cielo, siempre hay quien busca satisfacer el paladar de la naturaleza.

Es en contraste con todo esto que Pablo continúa: «Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, exponiendo justamente la palabra de la verdad» (v. 15). Hay 2 cosas en esta exhortación. Primero, Timoteo debe ser diligente en recomendarse a sí mismo, no a sus oyentes, sino a Dios. Este principio es la salvaguardia de todos los que se dedican al servicio público. Como dice el apóstol en otra parte: «Si aún yo agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo» (Gál. 1:10). Y de nuevo: «Según hemos sido aprobados por Dios, para que se nos confiara el evangelio, así hablamos, no como agradando a los hombres, sino a Dios que prueba nuestros corazones» (1 Tes. 2:4). Nada más guardará a los siervos de Dios que tenerlo a él delante de sus almas, pues entonces recordarán en todo su servicio que es su veredicto de aprobación lo que deben buscar (comp. 2 Cor. 2:17).

En segundo lugar, Timoteo debe hacerse agradable a Dios siendo un buen obrero. Sería posible que un siervo fuera realmente diligente en encomendarse a Dios y, por ignorancia de la verdad, fuera un mal obrero. ¡A cuántos hombres piadosos y devotos, por ejemplo, se les han abierto los ojos solo para darse cuenta (¡y con gran dolor!) de que habían estado engañando a las almas durante años! No basta, por tanto, con ser piadoso, con tener un ojo sencillo, sino que también es necesario tener un conocimiento de la mente del Señor, tal como se revela en las Escrituras, para capacitar a los encargados de la enseñanza a exponer con justicia, a cortar recto, la palabra de verdad. Esto requiere diligencia –diligencia en el estudio en oración de la Palabra– y es lo que realmente se requiere de Timoteo. La capacidad de enseñar es un don divino; ser un buen obrero es el resultado del estudio, la formación y la práctica, dependiente del poder del Espíritu Santo.

Debía ocuparse de la Palabra. «Pero» se le dice «evita las profanas y vanas charlas; porque los que se dan a ellas conducirán más y más en la impiedad; y su palabra se extenderá como gangrena; de los que son Himeneo y Fileto, los cuales se desviaron de la verdad, diciendo que la resurrección ya tuvo lugar, y trastornan la fe de algunos» (v. 16-18). No hay trampa más eficaz tendida por Satanás que seducir a los siervos del Señor en controversias insensatas. Defender la verdad en un día en que se la abandona es una de sus principales responsabilidades; pero otra cosa muy distinta es volverse hacia discusiones verbales y «profanas», o, como lo expresa aquí el apóstol, «vanas charlas» –palabras o sonidos sin significado para el creyente. Porque nunca se dirá lo suficiente que la mejor manera de refutar el error es decir la verdad; y la controversia así conducida edificará tanto al que habla como al que escucha, mientras que el discurso vano y profano solo tenderá a producir más impiedad, porque endurece tanto el corazón como la conciencia.

Es más, sus palabras –es decir, las palabras de los que se entregan a tales conversaciones– corroerán como la gangrena. La gangrena es una herida devoradora que, al extenderse poco a poco, acaba casi siempre en mortificación. No podría utilizarse una figura más llamativa para ilustrar el peligro de las «charlas».

Para que Timoteo no tenga ninguna duda sobre el significado de esta expresión, el apóstol cita los casos de Himeneo y Fileto para ilustrar su argumento. Al parecer, ocupaban la posición de maestros y habían caído en el grave error, no de negar la resurrección, sino de declarar que ya había tenido lugar. Sería bueno llamar la atención sobre esta sutil forma de falsa enseñanza, ya que muchos creyentes hoy en día están expuestos a ser traicionados por la especiosidad de una aparente super espiritualidad. La enseñanza de Himeneo y Fileto tenía este carácter pretencioso, pues hacían de la resurrección algo espiritual [4]: Es muy posible que basaran su argumento en Efesios 2, donde leemos que Dios nos dio vida juntamente con Cristo, y juntamente con él nos resucitó. Pero se habían «desviado de la verdad», estaban equivocados (literalmente, «erraron el blanco») y esto tuvo el efecto de derribar la fe de algunos. «Fe» aquí es la cosa que se cree; así que estos falsos maestros realmente apartaron a las almas de la verdad, de lo que previamente habían profesado creer. No es una cuestión de salvación; pero por un tiempo al menos, estas almas perdidas han abandonado la verdad, cayendo presa de sus líderes engañados. ¿Hay algo más triste que ser usado por Satanás para descarriar al pueblo del Señor? El Señor mismo dijo: «Pero el que haga tropezar a uno solo de estos pequeños que creen en mí, mejor le sería que se le colgase al cuello una piedra de molino, y que fuese sumergido en lo profundo del mar» (Mat. 18:6). Himeneo y Fileto, ¡y cuántos otros, por desgracia, desde sus tiempos!, han sido una trampa para algunos de los pequeños del Señor; y el hecho se registra para advertencia y amonestación de todos los que tienen, o toman, el lugar de maestros en la Iglesia de Dios.

[4] En Corinto se negó totalmente la resurrección, y Pablo respondió afirmando que la resurrección de Cristo implicaba la suya propia.

El apóstol se aparta de los tristes efectos de la doctrina herética y encuentra su consuelo en lo que es firme e indestructible: «El sólido fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de la iniquidad [en otro lugar: injusticia] todo aquel que invoca el nombre del Señor» (v. 19). En la forma de esta declaración, hay sin duda, como hemos mostrado en otro lugar, una alusión a Zacarías 3:9; pero aquí, es el significado de esta declaración lo que debe captar nuestra atención. Y este significado debe buscarse ante todo en el contraste con lo que el apóstol acaba de escribir.

Himeneo y Fileto habían contribuido a derribar los fundamentos de la fe de algunos de los santos; pero, a pesar de todo lo que Satanás había conseguido hacer por medio de ellos, el fundamento de Dios permanecía firme e inconmovible. Este no es un consuelo pequeño en un día de confusión y ruina. Se puede permitir que el enemigo destruya la forma pública del cristianismo, y que convierta a sus maestros en defensores de imaginaciones racionalistas o supersticiosas; pero siempre queda para la fe ese fundamento seguro de Dios sobre el cual las almas pueden descansar, cualquiera que sea la furia de la tormenta, en perfecta paz. No se trata aquí de cuál sea el fundamento –aunque solo hay uno, a saber, Cristo–, sino más bien del hecho de que existe un fundamento de Dios, que está absolutamente fuera del alcance y del poder de todas las artimañas de Satanás.

El otro significado de esta afirmación se encuentra en el doble sello o inscripción que lleva el fundamento (comp. Zac. 3:7; Apoc. 22:14.) Primero: «Cono el Señor a los que son suyos». Hubo un tiempo en que los hombres también sabían quiénes eran del Señor (véase Hec. 5:12-14); y el apóstol mismo había enviado a menudo cartas –como, por ejemplo, «A los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas»– con la seguridad de que su Epístola llegaría a la conocida compañía de creyentes de allí. Pero ahora todo había cambiado. Todos los de Asia (Menor) se habían apartado del apóstol, y la profesión de cristianismo, tan extendida, se había fundido tanto con el mundo y las cosas mundanas que era imposible para el ojo externo distinguir a los verdaderos santos de Dios.

Así como en el tiempo de la apostasía de Israel bajo Acab, solo el Señor conocía a los 7.000 que no habían doblado la rodilla ante Baal, así también entonces solo el Señor podía, con certeza infalible, reconocer a su pueblo entre la masa de profesos que se habían amontonado en la Iglesia en la tierra. Lo mismo sucede hoy en el cristianismo. Las naciones se llaman a sí mismas cristianas, y sus “templos»” e “iglesias” están llenos de supuestos adoradores; pero, aunque podemos estar seguros de que en el caso de muchos es solo una profesión, es un gran consuelo recordar que el Señor discierne en cada lugar quiénes son los suyos, y que no hay un solo santo verdadero que pase desapercibido a su vista. Yo «conozco mis ovejas, y mis ovejas me conocen» (Juan 10:14); y esto sigue siendo verdad para consuelo de los que han oído su voz. Pero hay más: «Apártese de la iniquidad [en otro lugar: injusticia] todo aquel que invoca el nombre del Señor». El Señor, por su parte, sabía y sabe quiénes son los suyos; y los suyos, por su parte, en la ruina en que se encuentran, tienen la responsabilidad de apartarse de la iniquidad. A ellos les corresponde, si pronuncian el nombre del Señor, como estando bajo su autoridad, apartarse de toda cosa –toda asociación, todo hábito y toda práctica– que no pueda estar unida a su nombre.

¡Cuán diferente es esta enseñanza de la que ahora está en vigor, según la cual, en un día de confusión como este, es imposible andar por el camino de la separación del mal! Esta palabra del apóstol es la respuesta a todos esos razonamientos y al mismo tiempo establece la responsabilidad permanente de todo hijo de Dios de mantenerse alejado del mal; y así aprendemos que toda asociación con la iniquidad es contraria al pensamiento del Señor.


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