11 - 2 Timoteo 4:1-8

Exposición de 2 Timoteo


Existe un claro vínculo entre esta sección y el final del capítulo anterior. El apóstol ha mostrado cómo el hombre de Dios puede estar bien provisto, o perfectamente completo en toda buena obra, y es sobre esta base que apela a Timoteo para que sea diligente en su servicio. Dice: «Te requiero delante de Dios y de Cristo Jesús que juzgará a vivos y muertos, y por su aparición y por su reino: Predica su palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; convence, reprende, exhorta con toda longanimidad y enseñanza» (v. 1-2).

Son palabras solemnes y de peso, para ser sopesadas con devoción en la presencia divina, y especialmente por los siervos del Señor; pues ponen a Timoteo, y con él al obrero de todos los tiempos, en la plena conciencia de su responsabilidad, a la vez que le recuerdan el tribunal ante el cual se pondrá a prueba, en última instancia, el carácter de todo servicio. Se trata, en efecto, de un llamado a la conciencia, pues la aparición de Cristo está siempre relacionada con la responsabilidad; su venida tiene por objeto llamarnos a él en relación con nuestros privilegios. Aquí se trata del primero de estos 2 casos: no la Asamblea o la Casa del Padre, sino Dios, la aparición y el reino. Todo lo que tiene que ver con la responsabilidad, el gobierno, el juicio, se reúne en un solo punto de vista.

Pasando a los detalles, podemos observar que Timoteo es primeramente conjurado «delante de Dios», el apóstol ejercita así su conciencia en el presente (comp. 1 Tes. 1:3), al enseñarle que todo su servicio se cumple bajo la mirada de Dios. Luego dice: «y de Cristo Jesús que juzgará a vivos y muertos». Como escribe en otro lugar: «Por que también procuramos, sea presentes o ausentes, serle agradarle; porque es necesario que todos nosotros seamos manifestados ante el tribunal de Cristo» (2 Cor. 5:9-10). Todo juicio ha sido puesto en sus manos, y aunque ningún creyente será jamás juzgado por sus pecados, el carácter de sus obras y servicio será manifestado y declarado ante el tribunal de Cristo. Tener esto ante el alma es, por lo tanto, por una parte, un bendito estímulo y, por otra, un enérgico motivo para la fidelidad. El siervo que verdaderamente espera a su Señor no puede sino mantener ceñidos sus lomos y encendida su luz.

Después de haber dado a Timoteo una serie de razones para la perseverancia y la fidelidad, el apóstol le indica el carácter de su trabajo. Lo resume enseguida en una exhortación apremiante: «Predica su palabra». Esta era su única responsabilidad, cualquiera que fuese el estado de cosas a su alrededor. La indiferencia, la decadencia y la corrupción aumentaban y seguirían aumentando; pero en lugar de desanimarse y utilizar esta situación como motivo para permanecer inactivo, Timoteo debía proclamar aún más la Palabra. Como centinela de Dios, debía mantener la trompeta del testimonio en sus labios, y no emitir sonidos inciertos, que los hombres pudieran o no oír. No era responsable del efecto del testimonio; no debía dejarse influir por los signos de bendición o de falta de bendición. Su única preocupación era ser fiel, y para ello debía seguir proclamando el mensaje confiado a su mayordomía.

La urgencia de la necesidad queda demostrada por la siguiente cláusula: «insiste a tiempo y fuera de tiempo». Todos los tiempos debían ser iguales para Timoteo; su trabajo no debía interrumpirse nunca; debía estar siempre atento a la oportunidad de cumplir su vocación. Para él, que tenía el «oráculo de Dios» (véase 1 Pe. 4:11) descansando en su alma, ningún momento era inoportuno; pero, como Jeremías, se encontró con que la Palabra estaba en su corazón como un fuego ardiente, y se cansó de retenerla, y no pudo (Jer. 23:38; 20:9). Por eso el apóstol le pide que insista a tiempo y fuera de tiempo.

Luego llegamos a las formas particulares de su ministerio. Predicar la Palabra en general, pero convencer, reprender, etc., es algo más específico, que hace hincapié en las diferentes necesidades de las almas, especialmente en un momento así. «Convencer» es la misma palabra que «reprender» en 1 Timoteo 5:20, y significa convencer de pecado mediante la demostración a la conciencia. La palabra «reprender» tiene aquí toda su fuerza, como podemos ver en Marcos 8:33, por ejemplo, donde el Señor reprende a Pedro. Por tanto, la palabra parece referirse a los opositores de la verdad, los falsos maestros o maestros judíos, a menos que sean incrédulos declarados, los que convierten la gracia en disolución.

Por último, debía «exhortar con toda longanimidad y enseñanza», o mediante la enseñanza. «Exhortar» tiene un significado amplio, como puede verse por el hecho de que a veces se traduce como «consolar» y a veces como «animar». Aquí, sin embargo, la palabra «exhortar» expresa mejor, en nuestra opinión, la idea del apóstol, porque añade: «con toda longanimidad y enseñanza». Por lo tanto, el servicio de exhortación debió haber encontrado apatía, si no oposición activa; pero Timoteo debía continuar a pesar de todo, y mantener un espíritu apacible e imperturbable en este camino, que solo debía realizarse en la presencia de Dios y por el poder del Espíritu Santo.

La razón que se le da para su infatigable asiduidad en su trabajo es de lo más sorprendente: «Porque vendrá tiempo en que no soportarán la sana doctrina; sino que, teniendo comezón por oír, se amontonarán para sí maestros, conforme a sus propias concupiscencias; y apartarán el oído de la verdad y se volverán a las fábulas» (v. 3-4). Por tanto, no era con la perspectiva de grandes resultados que Timoteo debía proclamar la Palabra con tanto ardor y celo; pero debía aprovechar al máximo el momento presente, sabiendo que la oportunidad de tal ministerio era breve, que pronto surgirían maestros que se adaptarían a los deseos del corazón natural, hombres que complacerían la fantasía y halagarían la imaginación de sus oyentes, so pretexto también de haber descubierto cosas nuevas y sorprendentes en las Escrituras.

Hay que señalar, sin embargo, que este tipo de corrupción comienza con los oyentes. Son ellos los que «no soportarán la sana doctrina», y los que «se amontonarán para sí maestros, conforma a sus propias concupiscencias» para satisfacer un oído enfermo y deseoso de oír cosas agradables. Esta clase puede ser rastreada a través de la historia de la Iglesia, y el lector no tendrá dificultad en identificarla en el tiempo presente. La simple enseñanza bíblica –aquella que simplemente explica y aplica el pensamiento de Dios tal como está contenido en las Escrituras– no es suficiente para tales oyentes, ni tampoco lo son los maestros que el Señor envía, porque prefieren «amontonar», elegir, lo suyo; y, cuando oyen, sus corazones y conciencias nunca están expuestos a la obra de esa Palabra que es viva y poderosa, y más cortante que una espada de 2 filos, porque traen consigo solo “oídos que desean cosas agradables”. Solo puede haber un resultado: se apartan de la verdad y se vuelven a las fábulas, porque solo estas pueden satisfacer sus apetitos malsanos.

En contraste con todo esto, el apóstol, dirigiéndose de nuevo a Timoteo, lo exhorta: «Pero tú sé sobrio en todo, soporta los sufrimientos, haz la obra de evangelista, cumple tu ministerio» (v. 5). En primer lugar, se trata de ser sobrio –“esa sobria claridad de ánimo que resulta de la libertad frente a las falsas influencias”, y que solo puede adquirirse y mantenerse caminando delante de Dios y en comunión con su pensamiento. Soportar las aflicciones indica el carácter del camino del siervo en un día malo (véase cap. 1:7). También debía hacer la obra de un evangelista. Esto significa que debe predicar el Evangelio y enseñar y predicar la Palabra. Aparte de los apóstoles y casos como los de Timoteo y Tito, el don de evangelista nunca parece haberse combinado con el de maestro. Los únicos 2 combinados, como podemos aprender del hecho de que se antepone un artículo a ambos nombres, son los de pastor y maestro (Efe. 4:11). En resumen, Timoteo debe demostrar su ministerio o servicio de la manera aquí indicada, es decir, dedicando toda su vida, con la energía del Espíritu, a la obra a la que ha sido llamado.

Se da otro motivo para estimular el celo de Timoteo: la perspectiva de la pronta partida del apóstol. «He combatido la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe; por lo demás, me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su aparición» (v. 6-8). La ausencia del ministerio apostólico, tan grave para la posición de la Asamblea, hace más urgente el deber del hombre de Dios.

“Así como la ausencia de Pablo fue motivo para obrar a nuestra propia salvación con temor y temblor, así también es motivo para aquel que está dedicado a la obra del Evangelio de consagrarse más que nunca a su ministerio, a fin de suplir en lo posible la ausencia del servicio apostólico con un serio cuidado de las almas, instruyéndolas en la verdad que él ha aprendido”. En efecto, con la desaparición de los apóstoles, cesó la autoridad apostólica y, podríamos añadir, la inspiración apostólica. La Palabra de Dios, entonces completa (véase Col. 1:25), permaneció; permanece para consuelo y guía de los santos; y así como le correspondió a Timoteo, así le corresponde a todo verdadero siervo «predicar su Palabra», y eso solamente, para instrucción y edificación de la Iglesia. Somos encomendados a Dios y a la Palabra de su gracia (Hec. 20:32).

El apóstol, en espera de su partida, repasó su camino y, guiado por el Espíritu Santo, pudo afirmar su fidelidad. Fue una preciosa gracia de Dios a su devoto siervo permitirle escribir tales palabras con la pluma infalible de la inspiración. Sabía que la batalla que había librado, o el conflicto en el que estaba inmerso, era el correcto. Hay que señalar que solo habla del carácter de la batalla, no de la manera en que la libró. Su carrera había terminado y él había mantenido la fe. Muchos se habían desviado de ella, pero él, por gracia, la había conservado, había mantenido la verdad y la había transmitido exactamente como la había recibido.

Luego se vuelve al futuro, a la perspectiva que le esperaba, y nos dice que había una corona de justicia para él. “La corona de justicia, es decir, la corona que le fue dada por el Juez justo, que reconoció su fidelidad, le estaba reservada y guardada: solo en el día de la recompensa la recibirá. Es evidente que se trata de una recompensa por el trabajo y por la fidelidad. La idea de fidelidad frente a la responsabilidad –o también frente a la infidelidad– da carácter a toda la Epístola, y no la idea de los privilegios de la gracia. El trabajo del espíritu por nuestros medios es recompensado con la corona de la justicia, y cada uno recibirá su recompensa según su trabajo”.* Esta última frase proporciona la clave de la siguiente cláusula. «Todos los que aman su aparición» describe a todos los creyentes, pero no todos tendrán la misma corona. Todos, como súbditos de la gracia, serán semejantes a Cristo en la gloria; pero habrá diferencias en las recompensas, y estas serán repartidas por el justo Juez, y por tanto según su infalible juicio. Por eso el apóstol puede decir: «No solo a mí, sino también a todos los que aman su aparición». También esto es una gracia, pues si Pablo trabajó más que los demás apóstoles, fue por la gracia de Dios. Y cualquiera que sea el servicio prestado por uno u otro, solo la gracia lo produce y lo reconoce.

*Estudios sobre la Palabra, por J.N. Darby.

¡Qué motivo de devoción tenemos aquí! El Señor da poder para su servicio, y luego, «en aquel día», dará recompensa, incluso por un vaso de agua fría que haya sido dado en su nombre. El lector recordará que la aparición es siempre la meta del siervo, y la expresión «aquel día» se relaciona aquí con el mismo período.


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