12 - Conclusión

Los cielos abiertos


Recordemos las diversas líneas de pensamiento que corren a través de toda esta Epístola y que hemos ido señalando. Al despedirnos de ella podemos repasarla y ver de qué manera estas líneas de pensamiento se armonizan entre sí para darnos una conclusión infinitamente divina.

1. El Espíritu hace a un lado una cosa tras otra para dar lugar a Cristo.

2. Tras haber introducido a Cristo, el Espíritu lo presenta en las múltiples glorias con las cuales llena actualmente los cielos.

3. El Espíritu muestra cómo Cristo, una vez introducido, actúa sobre todas las cosas para hacerlas perfectas. Todo lo que Cristo glorificado toca es hecho perfecto; y, entre otras cosas, perfecciona nuestras conciencias.

4. Gracias a ello estoy introducido en un templo de alabanza sobre el principio de mi reconciliación como pecador.

Estas 4 líneas pueden ser consideradas independientemente; no obstante, es muy grato ver que estos pensamientos, al ser considerados en conexión unos con otros, adquieren una nueva gloria. En tal Escritura divina hay una magnificencia que se basta a sí misma para expresar su gloria. Me hallo en contacto con lo infinito de la mente de Dios, con algunas de las más maravillosas revelaciones que Dios me pueda hacer de sí mismo.

Pero antes de concluir nuestra grata y feliz tarea, examinemos un poco estas 4 líneas.

1. En los capítulos 1 y 2, el Espíritu desplaza a los ángeles para introducir a Cristo. En los capítulos 3 y 4 desaloja a Moisés y a Josué. En los capítulos 5 al 7 hace a un lado a Aarón. En el capítulo 8 quita el antiguo pacto con el cual Cristo no tiene nada que ver. En el capítulo 9 pone a un lado las ordenanzas del antiguo santuario con sus altares y servicios, para introducir el altar sobre el cual Jesús reposa como el Cordero de Dios. Él toma y hace a un lado una cosa tras otra para dar lugar a Jesús. Esta es una tarea deliciosa para el Espíritu. Dios conoce las propias delicias que tiene en Jesús. Si el Espíritu puede ser contristado, también puede deleitarse.

Luego, tras haber introducido a Cristo, ¿qué hace con él? Lo mantiene allí para siempre. Cristo no tiene sucesor. Cuando el Espíritu ha hecho entrar a Cristo, lo contempla. Y, ¿qué es ser espiritual, si no tener la mente del Espíritu Santo? ¿Se ha deleitado usted alguna vez en salir de la Casa para dar lugar a Jesús? El Espíritu habla con indignación de las cosas que otrora contemplábamos y las trata de pobres «rudimentos». ¿Alguna vez las ha tratado como tales? El Espíritu no ve sucesor para Cristo. En los consejos de Dios no hay nadie después de Cristo. ¿Es así en los consejos y pensamientos de nuestras almas?

2. Así, tras haber introducido a Cristo y conservándole allí, él lo contempla. Y ¿qué ve en él? Gloria sobre gloria. En el capítulo 1 lo ve sentado a la diestra de la Majestad en las alturas, como Aquel que hizo la purificación de nuestros pecados, y oye una voz diciendo: «Tu trono, oh Dios, es por los siglos de los siglos». En el capítulo 2 el Espíritu lo considera y lo ve como nuestro Apóstol, quien nos habla de salvación. Luego lo presenta como el Señor de una casa permanente, como el dador del reposo eterno, y le ve en el santuario celestial, sentado allí con juramento, y oye a Dios acogerlo con este saludo: «Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec». El Espíritu se deleita en Cristo de estas diferentes maneras. Después, en el capítulo 9, lo vemos contemplado en los cielos como el dispensador de la herencia eterna, después de haber obtenido primero una eterna redención.

En el capítulo 10 le vemos allí sentado con otro carácter, recibido con este saludo: «Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies». ¿Alguna vez ha seguido usted a Cristo en espíritu hasta el cielo, y oído estas voces dirigiéndose a él? Necesitamos considerar la verdad como una Persona. Somos terriblemente propensos a tratar con ella como un mero dogma. Temo tenerla delante de mí como una cosa que pudiera aprender intelectualmente. En esta Epístola la Persona está presentada ante nosotros. Es con un viviente con quien tenemos que ver. Estas son realidades celestiales. Moisés levantó un templo en el desierto; Salomón levantó un templo en la tierra prometida; Dios ha levantado un templo en el cielo. Esto muestra el profundo interés que Dios tiene en el pecador, puesto que Él ha edificado un santuario para nuestro Sacerdote, pues él es nuestro Sacerdote y se preocupa por nuestros intereses. Luego, en el capítulo 12, una vez que hubo ascendido, fue recibido y sentado en el cielo como autor y consumador de la fe.

Esa es la segunda línea de pensamiento, y vemos cómo depende de la primera. Después de haber introducido a Cristo ante nosotros, el Espíritu despliega sus glorias ante nuestros ojos.

3. La tercera cosa que encontramos en esta Epístola es la perfección. Si veo a Cristo perfecto como Salvador, me veo a mí mismo perfecto como salvado. Si no soy salvado, Cristo no es el Salvador. Ahora no estoy hablando de una mente débil en conflicto con el legalismo, sino de mi título. Y tengo tanto derecho a considerarme un pecador salvado, como Cristo tiene derecho a considerarse el Salvador perfecto. La salvación es una cosa relativa. Acudir a Cristo como pecador, y dudar de que soy salvo, es cuestionar la perfección de su obra. Pero ya hemos considerado la Epístola como un tratado sobre la perfección. Convenía a Dios darnos nada menos que un Salvador perfecto. ¡Qué maravilla! Él ha unido su gloria con la perfección de mi conciencia delante de él. Le ha complacido mostrarme que eso le convenía. Usted podría servirme en alguna manera por bondad, pero yo no me atrevería a pensar que esto sea lo conveniente para usted. No obstante, ese es el lenguaje que Dios emplea.

Cuando decimos que esta Epístola es un tratado sobre la perfección, entendemos que no se trata de la perfección de los días milenarios. Cristo será el reparador de todas las brechas. Pero la más grande de todas las brechas estaba en la conciencia del pecador. El mal y la confusión todavía reinan en la creación. El mal reina en la casa de Israel. Cristo todavía no ha puesto su mano para reparar eso. Hay una brecha en el trono de David, y Cristo todavía no se ha encargado de remediar. Pero la brecha más terrible se hallaba entre nosotros y Dios. Pronto cambiará los gemidos de la creación en alabanzas. Él comenzó su obra de restaurador dedicándose a reparar la brecha que nos separaba de Dios. Ahora tenemos libertad para entrar en el Lugar Santísimo.

4. En cuarto lugar, hallamos al Espíritu que ahora no hace nada menos que edificar un templo para la alabanza. ¿Está por unir nuevamente el velo que la sangre del Cordero rasgó en dos? ¿Revivirá las cosas de las que habló con indignación como de pobres «rudimentos»? Manifiestamente gloriosa es esta cuarta y última línea de pensamiento. El Espíritu de Dios ha edificado un templo para que nosotros alabemos a Dios, para que le ofrezcamos «el fruto de labios que confiesa su nombre».

¡Qué no tenemos en esta Epístola! Aunque pudiéramos considerar cada línea de pensamiento por separado, no obstante, cada una presta a la otra un exquisito incremento de gloria. El Espíritu está haciendo, si puedo decirlo así, un látigo de varias cuerdas y ordena a todos que se marchen para dar lugar a Cristo. Naturalmente, yo sé que todos lo hicieron gustosamente. Juan el Bautista expresó los sentimientos de todos ellos cuando dijo: «El que tiene la esposa, es el esposo; pero el amigo del esposo que lo asiste y lo oye, se alegra mucho a la voz del esposo. Mi gozo, pues, es completo» (Juan 3:29). Moisés, Aarón, los ángeles, todos se complacieron en estar puestos fuera de la Casa para dar lugar a Cristo.

Estas cosas juntas sirven a nuestra alma al introducirnos en una inteligencia más profunda del Cristo de Dios. ¡Qué «siervo» es el Espíritu Santo para nuestras almas en la dispensación actual, así como el Señor Jesús fue Siervo desde el pesebre hasta el Calvario!

Creo que cada uno de nosotros necesita estar fortalecido con la verdad. No sabemos hasta dónde pueden llegar la incredulidad y la superstición. Si no tenemos la verdad, mañana podemos ser el juguete de Satanás. Les daré un ejemplo de esto. Los gálatas eran gentes fervorosas, prontas a apasionarse (no tengo nada contra un fervor de avivamiento); ellos se habrían arrancado los ojos por el apóstol; pero llegó el día en que Pablo tuvo que comenzar a enseñarles nuevamente desde el principio. «Hijos míos, por los que de nuevo siento dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros» (Gál. 4:19). Había emoción sin el fundamento sólido de la verdad. Y cuando el mal sobrevino, los gálatas estuvieron en peligro de naufragar. Nuestra Epístola certifica el mismo peligro. Los creyentes hebreos eran inexpertos en la Palabra. Pero nosotros debemos estar fortalecidos por la verdad. Un estado de avivamiento necesita el fortalecimiento de la verdad de Dios.

Y ahora, ¿qué diremos? ¡Oh profundidad de las riquezas! ¡Oh altura de la gloria! ¡Profundidad de la gracia, maravilla de maravillas! ¡Dios revelándose de tal manera que bien podemos cubrir nuestros rostros confiándonos en él en silencio y amándole con la emoción más profunda de nuestras almas! Pero algunos de nosotros seguramente solo podemos decir: «¡Mi desdicha, mi desdicha, ay de mí!» (Es. 24:16).


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