El Señor Está Cerca

Miércoles
18
Diciembre

Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.

(Apocalipsis 3:21)

Un mensaje a los laodicenses

“Yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego” (v. 18). Esta frase forma parte de la riqueza divina. Pero ¿quién posee la riqueza divina? En mi caso, tengo a Dios como mi oro. Dejé todo lo que tenía en Egipto, a las orillas del mar Rojo, pero ahora tengo algo más valioso: a mi Dios Salvador. Él es mi riqueza, el oro refinado por el fuego, y es suficiente.

Alguien no puede vencer al mundo ni a la carne a menos que se le muestre algo divino y ajeno al mundo. Cristo siempre muestra algo de su gloria personal para atraer a los corazones fuera del mundo. Si él te mira y quiere eliminar todo lo que obstaculice tu alma, nunca te dice que mires hacia adentro, sino que pone algo afuera como una palanca para ayudarte a salir de ahí. Si quiero salir de Laodicea, ¿cuál es mi palanca? Compartiré el trono de Cristo. ¿No está él ahora en el trono del Padre? ¿Y no me dice que me aferre a ese pensamiento? Si estoy en un fango profundo y pantanoso, él dice: «¿Por qué estar abatido? Puedo darte poder para vencer y sentarte conmigo en mi trono». Y sé que él se levantará para llevarme a sí mismo; ese pensamiento da al corazón un poder presente sobre todas las circunstancias.

Si soy una persona salva que camina por el desierto, Jesús, aquel Hombre celestial que está sentado en el trono, está conmigo y me observa. Él sabe cuándo estoy fuera de mi lugar espiritualmente. Al pensar en que Cristo tiene sus ojos puestos en mí, velando para que esté en el lugar adecuado, mi corazón alaba a Dios porque él es el que nos hizo pasar de muerte a vida (Jn. 5:24), y nos llevó al reino de su amado Hijo (Col. 1:13) porque nos quería allí.

G. V. Wigram

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