El Señor Está Cerca

Día del Señor
3
Noviembre

Pondré enemistad entre ti y la mujer… la simiente suya… te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.

(Génesis 3:15)

La victoria de Cristo como la Simiente de la mujer

La Simiente de la mujer heriría a la serpiente en la cabeza, pero primero sería herida en el calcañar. ¡Qué maravillosa combinación de gracia y justicia! ¡Qué humillación, pero qué victoria! Mientras que Adán, en desobediencia, buscó exaltarse a sí mismo e intentar ser como Dios, aquel que era Dios se humilló a sí mismo al hacerse Hombre y ser obediente hasta la muerte. En este texto, Dios revela la venida de la Simiente de la mujer y cómo obtendría la victoria. Desde entonces, la única esperanza para el hombre perdido recayó en la manifestación de este Salvador. Antes de ser expulsados del Edén, el hombre escuchó acerca de los sufrimientos que Jesús tendría que soportar para destruir el poder del diablo. Sin embargo, no se registra ningún signo de arrepentimiento en Adán después de su pecado, mientras que Dios solo se ocupó de sus planes de gracia relacionados con la Simiente de la mujer, cuya Persona, obra y gloria se desarrollan a lo largo de toda la Escritura.

La victoria de Cristo sobre Satanás en la cruz ya no es simplemente una promesa, sino una obra cumplida. Satanás le mintió al hombre, haciéndole creer que Dios no lo amaba y que retenía sus bendiciones hacia él. ¡Qué vil mentira! La verdad es esta: el segundo Hombre, la Simiente de la mujer, es el Hijo de Dios, el verdadero Dios y la vida eterna, y se hizo Hombre para morir por los pecadores y deshacer las obras del diablo. ¡Qué prueba más grande del amor de Dios! Sin embargo, el corazón incrédulo es tan terco que sigue negándose a confiar en el Dios que dio a su Hijo unigénito de esta manera.

A diferencia de Adán, que trató de huir del juicio de Dios, Jesús se enfrentó a él cuando llegó la hora y cargó con el peso de nuestros pecados. Jesús declaró: “La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?”. A través de su muerte, destruyó al que tenía el poder de la muerte, y le dio al creyente la posibilidad de tener una perfecta confianza en Dios, eliminando cualquier temor a la muerte. Su amor nos da paz y nos sitúa en una relación íntima con Dios, teniendo la gracia como nuestro sostén y la gloria de Dios como nuestra esperanza.

J. N. Darby

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