1 - Primera división – El obrero y su trabajo especial

Nehemías


Nehemías 1. La preparación del siervo, o los ejercicios secretos mediante los cuales el siervo se prepara para su trabajo.

Nehemías 2. La preparación de su camino, o las circunstancias por las que se prepara el camino para la ejecución de la obra.

Nehemías 3. La ejecución de la obra, es decir, la construcción de los muros y la colocación de las puertas.

1.1 - La preparación del siervo (Nehemías 1)

En el capítulo inicial se nos han descrito los ejercicios secretos mediante los cuales Dios prepara el vaso para la obra especial que tiene entre las manos. Esdras, el instrumento de un renacimiento anterior, no solo era sacerdote, sino también escriba, un estudiante bien versado en la Palabra de Dios. Nehemías era más bien un hombre práctico, que ocupaba un cargo secular de responsabilidad como copero del rey en el palacio de Susa. Pero las fáciles circunstancias del palacio, la lucrativa posición que ocupaba y el favor que le dispensaba el rey, no disminuyeron su interés por el pueblo de Dios y la ciudad de Jerusalén.

Abarca la ocasión de la llegada de uno de sus hermanos, que, con algunos otros, había venido de Jerusalén para informarse acerca de la condición del remanente escapado y de la ciudad de Jerusalén.

Se entera de que, a pesar de los avivamientos anteriores, el pueblo está en gran aflicción y reproche, y en cuanto a Jerusalén, la muralla está en ruinas y las puertas quemadas por el fuego.

El pueblo de Dios puede ciertamente estar en aflicción debido a la persecución a causa de su testimonio fiel; y puede estar en reproche por el nombre de Dios. Entonces, ciertamente, les va bien, porque el Señor puede decir: «Bienaventurados sois cuando os injurien y persigan… por mi causa» (Mat. 5:11). Un apóstol también puede escribir: «Si sois vituperados por el nombre de Cristo, dichosos sois» (1 Pe. 4:14). Pero ¡ay! Pueden estar en aflicción debido a su baja condición moral, y en reproche con el mundo por la inconsistencia de su andar y sus caminos. Que tal era el caso en los días de Nehemías lo atestigua el hecho de que el muro de Jerusalén fue «derribado», y sus puertas «quemadas a fuego». Las desolaciones de Jerusalén fueron el resultado, y por lo tanto la prueba de la baja condición del pueblo.

El muro simboliza el mantenimiento de la separación del mal; la puerta representa el ejercicio del cuidado piadoso en la recepción y la disciplina. En cualquier época, la libertad de asociación y la laxitud de la disciplina entre el pueblo de Dios son indicios seguros de una baja condición moral.

No puede haber prosperidad espiritual entre el pueblo de Dios a menos que se mantenga la separación entre ellos y el mundo, ya sea el mundo del paganismo religioso en los días de Nehemías, el mundo del judaísmo corrupto en los días de los discípulos, o el mundo de la cristiandad corrupta en nuestros propios días.

Tal era entonces la desdichada condición del remanente que había regresado. Estaban en aflicción y oprobio. Pero había llegado el momento en que Dios estaba a punto de conceder un avivamiento, y la manera que Dios utiliza para lograrlo es digna de mención. Dios inicia una gran obra por medio de un hombre, y ese hombre es un hombre de rodillas con el corazón quebrantado. Leemos como reaccionó Nehemías: «Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos» (v. 4). Sus lágrimas eran el signo externo de un corazón quebrantado. Su luto atestiguaba cuán sinceramente entraba en la aflicción del pueblo de Dios. Su ayuno demostraba que el hierro había penetrado de tal modo en su alma que las comodidades de la vida habían sido olvidadas y abandonadas. Pero todos los ejercicios de este hombre de corazón quebrantado encontraban una salida en la oración. Conocía el poder de aquella palabra pronunciada mucho tiempo después por Santiago: «¿Hay algún afligido entre vosotros? Que ore» (5:13)

En esta oración, Nehemías reivindica a Dios, confiesa los pecados de la nación e intercede por el pueblo.
En primer lugar, Nehemías reivindica el carácter y los caminos de Dios. Jehová es el «Dios de los cielos, fuerte, grande y temible» y, además, es el Dios fiel que «guarda el pacto y la misericordia para a los que le aman y guardan sus mandamientos» (v. 5).

En segundo lugar, confiesa los pecados de los hijos de Israel; y al hacerlo se identifica con ellos: «Hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado». En lugar de amar a Jehová y guardar sus mandamientos, dice: «En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, estatutos y preceptos que diste a Moisés tu siervo». Por lo tanto, habían perdido todo derecho a la misericordia de Dios sobre la base de la obediencia (v. 6-7).

En tercer lugar, habiendo vindicado a Dios y confesado los pecados del pueblo, ahora intercede por el pueblo, y con la audacia de la fe utiliza cuatro súplicas diferentes en su intercesión.

La primera súplica es la fidelidad de Dios a su propia Palabra. Acaba de reconocer que no han guardado los mandamientos dados por Dios a través de Moisés, pero había algo más dado por Dios a través de Moisés. Además de los preceptos de la Ley, estaban las promesas de la Ley, y Nehemías pide a Dios que recuerde esta palabra de promesa, dada por medio de Moisés, en la que Dios había dicho que, si el pueblo actuaba infielmente, Dios lo dispersaría; pero si se arrepentía, Dios lo reuniría y lo llevaría al lugar que Jehová había elegido para poner su nombre.

A continuación, Nehemías avanza un segundo alegato; las personas por las que aboga son los siervos de Dios y el pueblo de Dios.

Además, un tercer motivo es que no solo son pueblo de Dios, sino que lo son por la obra redentora de Dios.

Por último, concluye su intercesión identificándose con todos los que temen el nombre de Dios y suplicando la misericordia de Dios (v. 8-10).

Así, habiendo vindicado a Dios y confesado el pecado del pueblo, intercede ante Dios, alegando la Palabra de Dios, el pueblo de Dios, la obra redentora de Dios y la misericordia de Dios.

1.2 - La preparación del camino (Nehemías 2)

En el primer capítulo hemos visto los ejercicios secretos mediante los cuales el vaso es preparado para la obra especial que tiene entre manos. Ahora vamos a ver la buena mano de Dios preparando el camino ante su siervo.

Antes de recibir una respuesta a su oración, Nehemías tiene que esperar durante un período de 4 meses. El pueblo de Dios no solo debe orar, sino estar atento a la oración. Dios escucha y Dios responde, pero será a su tiempo y a su manera. Y las respuestas de Dios a menudo llegan de una manera, y en un momento, poco esperado por nosotros mismos.

Nehemías estaba cumpliendo con sus deberes cotidianos como copero del rey cuando se le presenta la oportunidad de abrir su corazón ante su señor real. Aprovechando la ocasión, le dice al rey que la tristeza de su rostro refleja el dolor de su corazón, pues dice: «¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego?». El rey, aparentemente interesado, responde de inmediato: «¿Qué cosa pides?» (v. 3-4).

Esto saca a la luz un hermoso rasgo del carácter de Nehemías: su habitual dependencia de Dios. Después de 4 meses de ejercicio ante Dios, Nehemías seguramente sabía lo que deseaba; sin embargo, antes de expresar su deseo, nos dice que oró «al Dios de los cielos». Entonces fue cuando contestó al rey en la tierra, y pidió ser enviado a Jerusalén para construir los muros. En respuesta, el rey accede a su petición, le fija un plazo y envía cartas a los gobernadores y al guardián del bosque del rey para que le ayuden a llevar adelante la obra. Nehemías reconoce inmediatamente que la buena voluntad del rey se debe a la buena mano de Dios. Antes de hacer su petición, Nehemías se había dirigido a Dios, y ahora que su petición es concedida, reconoce la buena mano de Dios. Podemos acordarnos de acudir a Dios en nuestras dificultades y olvidarnos de reconocer la bondad de Dios cuando las encontramos. Es bueno entrar en una dificultad con espíritu de oración, y salir de ella con espíritu de alabanza (v. 1-8).

Siguen los detalles del viaje de Nehemías a Jerusalén. Le acompañan capitanes del ejército real y jinetes. Se nos dice expresamente que el rey envió a los capitanes y a la caballería, no que Nehemías los hubiera pedido. Nehemías viajaba como copero del rey, y probablemente el rey pensaba más en su dignidad que en la seguridad de Nehemías. Aun así, Dios puede usar la dignidad de un rey y los requisitos de la realeza para proveer el bienestar de sus siervos. Es evidente que las circunstancias exigían tal protección, pues de inmediato se nos habla de los enemigos del pueblo de Dios, quienes se entristecen sobremanera de que un hombre haya venido a buscar el bienestar del pueblo de Dios (v. 9-10).

Es notable que a medida que las dispensaciones llegan a su fin, hay cada vez menos intervención pública de parte de Dios. Los 600.000 israelitas emprenden su viaje de Egipto a Canaán acompañados por la nube de día y la columna de fuego de noche; y cada etapa de ese maravilloso viaje está marcada por intervenciones milagrosas de Dios. No sucede lo mismo en los días de Zorobabel, Esdras y Nehemías. Ellos también emprenden sus diversos viajes por el desierto desde la tierra del cautiverio a la tierra de Jehová, pero ninguna nube visible y cubriente los protege de día, y ninguna columna de fuego ilumina su camino de noche. Deben contentarse con utilizar los medios ordinarios de viaje que el tiempo y el país les proporcionen. Además, a medida que avanzan los días, las circunstancias exteriores se debilitan. Zorobabel lleva una buena compañía de 42.000; con Esdras solo hay 1.800, y ahora Nehemías debe contentarse con viajar solo. En sus días, si alguien escapó del cautiverio, fue como individuo solitario. Sin embargo, si no hay intervenciones externas y directas de Dios, si las circunstancias son débiles, se convierte en una mayor ocasión para el ejercicio de la fe. De ahí que veamos que la fe se hace más brillante a medida que el día se oscurece.

Nehemías llega a Jerusalén y se demora 3 días. Tiene ante sí un trabajo grande y serio, y no se precipitará ni mostrará excesiva prisa. Está a punto de dar testimonio de la angustia del pueblo de Dios y de la ruinosa condición de Jerusalén. Está a punto de incitar al pueblo de Dios a la acción y dirigirlo en su trabajo. Pero primero debe ser testigo de las desolaciones de las que va a dar testimonio, para poder hacerlo con el espíritu del Siervo que más tarde pudo decir: «Hablamos de lo que sabemos, y testificamos de lo que hemos visto» (Juan 3:11).

Así sucedió que Nehemías se levantó de noche y algunos pocos hombres con él, y sin informar a otros de lo que Dios había puesto en su corazón para hacer, se dirige a la puerta del Valle, y desde diferentes puntos observó «los muros de Jerusalén, que estaban derribados» (v. 13), y las puertas que estaban consumidas por el fuego. Se familiarizará con la extensión de la ruina. Prosiguió este viaje a media noche hasta que no hubo lugar por donde pasar. Ante semejante desolación, el corazón natural podría llegar a la conclusión de que el caso no tiene remedio, que el hombre no puede remediarlo. Para el hombre, como tal, era ciertamente desesperado; pero Dios había puesto en el corazón de Nehemías el emprender esta obra, y Dios puede capacitar a un hombre para llevar a cabo lo que pone en su corazón hacer. El secreto del poder de Nehemías era la seguridad de que Dios le había encomendado esta obra. No había necesidad de consultar con ningún hombre acerca de una obra que Dios le había dado para hacer. Los consejos de los hombres no podían añadir nada a Dios, sino que podían debilitar y desanimar a Nehemías. Los hombres probablemente le habrían dicho que sería más sabio dejar el asunto en paz, que solo se angustiaría mirando la ruina, y provocaría problemas entre el pueblo de Dios, y oposición contra ellos, tratando de reconstruir los muros. Así fue como Nehemías emprendió su viaje nocturno en secreto, para informarse de las desolaciones de Jerusalén, y ni los gobernantes ni el pueblo supieron adónde iba ni lo que hacía (v. 11-16).

Después de haber hecho su inspección, ha llegado el momento de hablar ante los ancianos. Da testimonio de la angustia del pueblo y de las desolaciones de Jerusalén, con sus muros derruidos y sus puertas quemadas, y los anima a levantarse y construir los muros para que el oprobio desaparezca del pueblo de Dios (v. 17).

Además, Nehemías les dice que la mano de Dios era buena sobre él. La mano de Dios en el gobierno se había servido de Nabucodonosor para derribar los muros y quemar las puertas, pero la mano de Dios en bondad estaba sobre Nehemías para edificar los muros y levantar las puertas. Habiendo oído de la mano de Dios los gobernantes dicen: «Levantémonos y edifiquemos». «Así esforzaron sus manos para bien». Nada fortalecerá tanto nuestras manos para una buena obra como el reconocimiento de la mano de Dios dirigiendo la obra. Dios ha puesto en el corazón de un hombre hacer la obra, y ahora Dios fortalece sus manos para llevar a cabo la obra (v. 18).

Pero, por desgracia, hay otros que están dispuestos a oponerse a la construcción de los muros, y tratan a Nehemías y a sus compañeros con desdén y desprecio. El líder de esta oposición no es un pagano, sino un samaritano (4:1-2), cuya religión era una mezcla corrupta de idolatría y culto a Jehová. A los ojos del mundo, sin duda sería considerado, según su profesión, como un verdadero adorador de Jehová. Nehemías, sin embargo, no se engaña, pues dice: «No tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén» (v. 20).

Entonces, como ahora, la mayor oposición al mantenimiento de la separación entre el mundo y el pueblo de Dios proviene del cristiano profeso que está en alianza con los enemigos del pueblo de Dios.

Nehemías, sin embargo, no debe ser ridiculizado de llevar a cabo la obra de Dios, ni se deja disuadir por el desprecio de los hombres. Nehemías se da cuenta de que, si los hombres del mundo se oponen, el Dios del cielo hará prosperar la obra (v. 20).

También en nuestros días, ¿no podemos decir que, a pesar de la ruina y la desolación en el pueblo de Dios, y a pesar de toda oposición, los que tratan de construir los muros y levantar las puertas para mantener la santidad de la Casa de Dios, tendrán al Dios del cielo para prosperarlos?

1.3 - La ejecución de la obra (Nehemías 3)

El siervo ha sido preparado, su camino allanado, y ahora tenemos el registro de la obra. Esta obra especial, como hemos visto, es producir un avivamiento, en medio de este remanente que ha regresado, reconstruyendo los muros de Jerusalén y reparando las puertas.

Reconstruir los muros y reparar las puertas tiene su respuesta en nuestros días en el mantenimiento de la santidad de la Casa de Dios a través de la separación de la iniquidad y de los vasos de deshonor, y el cuidado piadoso que da libre acceso a los privilegios de la Casa de Dios a todo el pueblo de Dios que viene con integridad. Tal cuidado piadoso puede, de hecho, a veces, implicar una acción disciplinaria de la que la puerta, en los días del Antiguo Testamento, era a menudo el símbolo.

Los detalles registrados del trabajo en los días de Nehemías son ricos en instrucción para aquellos que, en nuestros días, desean responder a la mente de Dios para su pueblo en cuanto a la separación del mal, y el mantenimiento de la santidad.

En primer lugar, es notable que, desde el más grande hasta el más pequeño, todos estaban unidos en esta obra en particular. Sacerdotes, nobles y gente común estaban de acuerdo en construir los muros y levantar las puertas. Los que participan en la obra pueden ocupar posiciones sociales muy variadas, algunos son «comerciantes» y otros, gente común. Sus actividades cotidianas pueden ser muy diferentes: unos son orfebres, otros boticarios y otros comerciantes (v. 8, 31-32).

Su trabajo individual al servicio del Señor puede ser diferente, pues algunos son sacerdotes y otros levitas. Pero cualquiera que fuera su posición social, su vocación secular o su servicio especial para Jehová, todos tenían una misma mente y un mismo propósito al construir los muros y levantar las puertas, y por esta unanimidad, como alguien ha dicho: “Confesaron su necesidad de separación de las naciones circundantes y tomaron medidas para asegurarla”.

Y para los de hoy, que han sido liberados de los sistemas corruptos de los hombres para mantener la verdad de la Casa de Dios, traerá un avivamiento de bendición si, guiados por el Espíritu de Dios, y en obediencia a la Palabra de Dios, están unidos en procurar mantener la separación de la corrupción religiosa de la cristiandad, y toman medidas para asegurarla por medio de los muros y las puertas.

Esta unidad de mente y actividad para tal fin son marcas seguras de una obra del Espíritu de Dios. Y siendo así, el Señor muestra su aprobación especial al registrar los nombres y las familias que participan en una obra que tanto concierne al honor de su nombre y a la bendición de su pueblo.

Pero, aunque todos los que se dedican a este trabajo tienen una mención honorable, sin embargo, es de notar que algunos se distinguen en el trabajo por encima de otros. De Baruc leemos que no solo reparó el muro, sino que lo hizo «con todo fervor» (v. 20).

Luego, algunos se distinguen por la cantidad de su obra. De «Hanún con los moradores de Zanoa» leemos que no solo levantaron «la puerta del valle», sino que también construyeron «mil codos de muro» (13). Los tecoítas, no solo repararon un trozo de muro, siguiendo la obra de Sadoc, sino que más tarde se nos dice que repararon «otro tramo» (v. 5, 27). Y de otros leemos que «repararon otro tramo» (v. 11, 19, 30).

Además, algunos se distinguen por la calidad de su trabajo, pues Dios hace una diferencia entre “cantidad” y “calidad”. La cantidad de la obra realizada por Eliasib y sus hermanos supera a la de los hijos de Senaa, pues mientras que la compañía sacerdotal construyó una puerta y aparentemente una parte considerable de la muralla, los hijos de Senaa solo levantaron una puerta. Sin embargo, la calidad del trabajo de los hijos de Senaa supera la del Sumo Sacerdote y sus hermanos, pues no solo construyeron la puerta, sino que colocaron sus vigas y la aseguraron con cerraduras y barras. Tales detalles no se registran en la puerta del Sumo Sacerdote.

De nuevo otros se distinguen por su fidelidad personal en la obra. Edificaron contra sus propias casas (10, 23, 28-29). Dios señala así para aprobación especial a los que tienen cuidado de mantener la separación dentro de la esfera de su propia responsabilidad.

Además, una familia se distingue por la mención de las hijas. Salum, un gobernante, reparó el muro «él con sus hijas». Se trataba, pues, de un trabajo en el que las mujeres podían participar con razón, y recibir una mención honorífica por ello (v. 12).

Pero si el Señor estampa con su aprobación el trabajo de estos diferentes obreros, hay algunas cosas que el Señor desaprueba, y se registran para nuestra advertencia. De los nobles de los tecoítas leemos que «no se prestaron para ayudar a la obra de su Señor». El cuello obstinado que no se inclina, habla del orgullo que gobierna el corazón. Se apartan de un camino que no tiene en cuenta al hombre ni su propia importancia. Siempre es así, los que están bien en el mundo religioso, no tienen cuidado de mantener los muros de separación.

Luego se nos dice con cuidadoso detalle que otros construyeron delante de la casa de Eliasib, un hombre construyendo hasta la puerta de su casa, y otro hombre continuando el trabajo desde su puerta (v. 20-21). El Sumo Sacerdote era indiferente a su propia casa y no puso cerraduras ni rejas para asegurar la puerta que erigió. Por lo que a él respecta, dejó su casa y su puerta expuestas al enemigo.

Y para todas estas distinciones –estas aprobaciones y desaprobaciones– hay causas y razones en las vidas de los aprobados y desaprobados, no aparentes en el momento pero que serán reveladas en los días venideros, ya sea ahora o en el más allá. Porque cualquiera que sea la bondad de Dios para con el pueblo, su gobierno sigue su curso seguro e irrevocable. Siempre hay una razón detrás de las acciones de los hombres, aunque la causa y el efecto puedan estar muy separados. Hay una razón para la significativa omisión de las cerraduras y barras de la puerta de Eliasib, y en el futuro cercano de la historia se revela para nuestro beneficio. Nos enteraremos de que el sacerdote Eliasib está aliado con Tobías el amonita y Sanbalat horonita. Como su propia casa no estaba en orden, no pudo construir el muro contra ella. Además, había preparado una gran cámara para Tobías en la Casa de Jehová, por lo que no es de extrañar que no pusiera cerraduras ni rejas en su puerta, pues es obvio que, si proporciona una cámara interior para el enemigo exterior, también debe dejar el camino libre para que el enemigo tenga acceso a la cámara. Así sucede que Eliasib, el que debería haber caminado con Dios en paz y equidad, es causa de tropiezo y corrupción (Mal. 2:16). Hace profesión de separación construyendo la puerta y el muro, para mantenerse con un pueblo separado, pero tiene cuidado de no poner cerrojos ni barras en su puerta, para mantenerse con el hombre de la religión corrupta y mezclada de Samaria, y dejar espacio para el acceso de los tales entre el pueblo de Dios.

Lamentablemente, entre los que han sido liberados de los sistemas de los hombres en estos últimos días, no han faltado líderes que han hecho una buena profesión de mantener los muros y las puertas y, sin embargo, debido a sus vínculos con el mundo religioso, se han visto obligados a dejar su puerta sin asegurar. Pueden alegar amor y generosidad de corazón, y el deseo de evitar el sectarismo, pero el resultado es que su conducta, si se permite que continúe sin control, conduce a un mayor debilitamiento del pueblo de Dios al vincularlo gradualmente con las corrupciones religiosas de la cristiandad.