De dentro hacia fuera

Observaciones sobre la Epístola a los Filipenses


person Autor: Frank ULRICH 1

flag Tema: El alma, el espíritu (o la mente), los pensamientos


Nuestros pensamientos y sentimientos dirigen nuestro comportamiento, de ahí la importancia de su correcta orientación.

La vida de fe se desarrolla desde dentro. Del estado interior del creyente procede todo su comportamiento exterior. Esta es una de las lecciones esenciales de la Epístola a los Filipenses, pero el mismo principio se encuentra en toda la Palabra. En Proverbios, por ejemplo, leemos: «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida» (4:23). La Epístola a los Filipenses, que es una especie de manual de la experiencia cristiana, subraya de manera especial esta correlación entre lo interior y lo exterior. Hay varias menciones significativas de los pensamientos (2:2, 5; 3:19; 4:2, 7-8, 10), de la mente (1:15, 17, 27; 2:3; 4:23), de los sentimientos (2:2, 20; 3:15).

Entonces, ¿cuál es nuestro pensamiento? ¿Cuál es nuestro sentimiento? ¿Cuál es el espíritu por el que estamos animados? ¿Cuál es nuestra forma fundamental de pensar? No hablamos de los pensamientos generales que a veces nos vienen a la mente, ni de los diversos temas que inevitablemente nos ocupan durante el día, por ejemplo, a causa de nuestro trabajo, ni de las impresiones agradables o desagradables que las circunstancias del momento nos hacen experimentar. Pero, ¿cuál es la orientación básica de nuestros pensamientos?

La orientación de nuestros pensamientos no cambia de la noche a la mañana; es algo que se cultiva a largo plazo; es una cuestión de crecimiento. No depende mucho de las circunstancias. Por el contrario, depende de la seriedad con la que vivamos nuestro cristianismo. Y puesto que nuestro estado interior es a la vez el “volante” y el “motor” de nuestro comportamiento diario, debemos cuidarlo mucho.

Es cierto que Dios mismo, desde nuestra conversión, comenzó una buena obra en nosotros, y que la completará (1:6). Ese es su lado. Pero también está nuestro lado, no lo olvidemos. Contra los pensamientos ocasionales de cualquier tipo que cruzan por nuestra mente, solo podemos defendernos con gran dificultad; por otra parte, podemos ocupar nuestros pensamientos con cosas buenas para evitar que los malos ejerzan su influencia nociva en nuestro hombre interior. La ilustración es bien conocida: no podemos impedir que los pájaros vuelen sobre nuestras cabezas, pero sí que construyan sus nidos en ellas. Podemos ocupar nuestras mentes y alimentarlas con lo que es bueno. «Por lo demás, hermanos, todo lo verdadero, todo lo honroso, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay alguna otra virtud, si hay alguna otra cosa digna de alabanza, pensad en esto. Lo que habéis aprendido, y recibido, y oído, y visto en mí, hacedlo; y el Dios de paz estará con vosotros» (Fil. 4:8-9). Esto formará nuestros pensamientos de la manera correcta. ¡No subestimemos el poder del bien!

Esto, por supuesto, requiere aplicación. cuando oraba por los filipenses, el apóstol pedía que su amor «abunde más y más en conocimiento y en toda inteligencia», para que discernieran «las cosas excelentes» (1:9-10). Visto desde fuera, el bien suele ser menos vistoso, menos espectacular, que el mal. Por eso son estos últimos los que mantienen vivos a los periódicos. El bien hay que buscarlo con esmero, no viene a nosotros por sí solo, hay que dedicarle nuestros pensamientos.

¡Pero merece la pena! Si queremos crecer espiritualmente, lo mejor que podemos hacer es ocupar nuestros pensamientos en Cristo, el modelo supremo, y alimentar nuestras almas con él. También es de gran provecho para nosotros considerar el ejemplo que nos han dejado hombres fieles como Pablo o incluso Timoteo y Epafrodito, de quienes el apóstol habla extensamente en el capítulo 2 (v. 19-30). Cada uno de estos siervos reproducía algunos rasgos del Señor Jesús. Pablo añade, más lejos: «Sed imitadores míos, hermanos, y fijaos en los que así andan según el modelo que tenéis en nosotros» (3:17).

Así, el conocido versículo: «Haya, pues, en vosotros este pensamiento que también hubo en Cristo Jesús» (2:5) no seguirá siendo un ideal inalcanzable, aunque, en la práctica, la distancia entre él y nosotros siempre será infinita.

Es por «este pensamiento» que Dios le ha dado el lugar de honor supremo a su diestra. Y considerando todo, también será lo mismo para los cristianos: la verdadera piedad, la que se desarrolla en el interior antes de manifestarse en el exterior, encontrará la plena aprobación de Dios y tendrá su recompensa.

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 2002, página 129


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