¿Pensamientos del hombre o pensamientos de Dios?

¿En qué estoy ocupado?


person Autor: Henry Chisholm ANSTEY 1

flag Tema: El alma, el espíritu (o la mente), los pensamientos


Todos los de la raza de Adán están ocupados con los unos o con los otros. Medite en el Salmo 119:113 en conexión con el Salmo 139:17. Como veremos, aquí se contraponen dos cosas: «tus pensamientos» y «tu ley»; la Palabra de Dios, que el autor prefiere, se opone a los pensamientos del hombre.

Habiendo entrado el pecado en el mundo, lo que valen los pensamientos del hombre (dañados en cuanto a todo lo que concierne a Dios y al hombre) nos fue dado muy temprano en la historia del mundo. Nos lo dice Dios mismo en Génesis 6. Anotemos bien. «Toda la imaginación de los pensamientos de su corazón era maldad», y eso «todo el día». El hombre no ha cambiado en los siglos transcurridos desde el juicio del diluvio, pues mucho tiempo después Isaías registra que la mente de Dios no ha cambiado hacia él: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice el Señor; porque como se elevan los cielos sobre la tierra, así se elevan mis caminos sobre vuestros caminos, y mis pensamientos sobre vuestros pensamientos» (55:8-9). Luego (como en los Salmos) introduce la Palabra de Dios como un correctivo, y como aquello que reemplaza estos pensamientos del hombre. «Porque como la lluvia y la nieve… así será mi palabra que sale de mi boca». La Palabra de Dios está dada en lugar de los pensamientos de los hombres.

Cuando llegamos al cristianismo, el testimonio de Dios sobre los pensamientos de los hombres es siempre el mismo. De los mismos labios de nuestro Señor, Dios manifestado en carne, oímos: «Porque lo que es estimado entre los hombres es abominación a los ojos de Dios» (Lucas 16:15). ¡Qué juicio tan radical sobre todos los supuestos buenos pensamientos del hombre! Y de la misma autoridad, que nadie puede superar, tenemos: «Porque del corazón de los hombres salen los malos pensamientos» (Marcos 7:21). Nótese que no hay nada bueno, solo malo; como fue dicho hace mucho tiempo en Génesis 6: «solo maldad» y eso, «todo el día». Tal es el hombre, y tal es lo que Dios informa sobre este, en cuanto a sus logros en inteligencia, riqueza, poder, ciencia o arte, cualesquiera que sean.

Es bueno que hayamos llegado al mismo juicio de nuestros propios pensamientos que Dios ha expresado y presentado tan plenamente en su Palabra; porque entonces, cuanto menos estímulo les demos, mejor. Entonces comprenderemos el significado de estas palabras: «Aborrezco a los hombres hipócritas» (Sal. 119:113). Pero, ¿qué tenemos en lugar de nuestros pensamientos? El Salmo 139 nos da la respuesta: «¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!». Debemos estar ocupados con los pensamientos de Dios, y es la Palabra la que nos los da, pues es el único lugar donde se encuentran. Los pensamientos de Dios se refieren a Cristo, no a nosotros. Ya hemos leído sus pensamientos sobre el primer hombre, en Génesis 6 e Isaías 55, así como en el Nuevo Testamento. No ha cambiado ni puede cambiar su juicio sobre ellos. En estos versículos la afirmación es invariable, porque es Suya.

Hay otro testimonio imperecedero. Se refiere a Aquel que fue el objeto de los pensamientos de Dios mucho antes de que el hombre fuera creado sobre la tierra y que la tierra fuera creada para que el hombre la habitara: «Todas las cosas fueron creadas por medio de Él y para Él (Cristo)» (Col. 1:16). «Desde la eternidad fui establecido, desde el principio, antes de que la tierra fuera creada. Cuando no había abismos, nací yo, cuando no había manantiales llenos de agua… Yo fui su delicia todos mis días» (Prov. 8:23-30). Aquí tenemos lo que ocupaba a nuestro Dios desde la eternidad, antes de la creación. Dios formó al hombre sobre la tierra (después de haberla embellecido para que viviera en ella) y, dándole su mujer, lo estableció jefe sobre todas las cosas. Esto no era más que una imagen de lo que se proponía para Aquel que era siempre «su delicia», y a quien y para quien pretendía dar un dominio universal y más amplio que el que Adán había tenido jamás. Adán y su mujer nos muestran que cuando Dios formó esta primera creación, su pensamiento era «Cristo y la Iglesia». Someterá a su mente todo elemento y todo ser que se le oponga, ya sea celestial, terrenal o de debajo de la tierra (Fil. 2:10).

Si, comprendiendo que es usted un pobre pecador, se ha dado cuenta de la vanidad de sus propios pensamientos, ha acudido a Dios, que le ha revelado los Suyos, primero en el Evangelio. Estos pensamientos son todos acerca de Su Cristo –el evangelio de Dios … acerca de su Hijo» (Rom. 1:1-3). Al recibirlos por la fe, usted ha pasado «de muerte a vida». ¿qué pensamientos deben ocuparle ahora? Son los mismos: los pensamientos y propósitos de Dios que se cumplirán en Cristo, por Cristo y para Cristo. Es maravilloso que Dios elija comunicarnos sus pensamientos; no a ángeles (siervos), sino a hombres a quienes toma como sus «amigos» en sus secretos. Y así leemos esta hermosa revelación de sus pensamientos de la pluma del apóstol: «Habiéndonos dado a conocer el misterio de Su voluntad según Su beneplácito, el cual se propuso en Sí mismo para la administración del cumplimiento de los tiempos, a fin de reunir en Cristo todas las cosas en uno, las que están en los cielos y las que están en la tierra, en Él, en quien también nosotros hemos sido hechos herederos» (Efe. 1:9-11).

Dios tiene un propósito: exaltar a Cristo, que es su objeto. Por medio del Espíritu Santo, llama de la tierra una esposa para Él. Ya lo ha coronado con «gloria y honor» en respuesta a la obra que ha hecho para glorificar a Dios en la tierra. Dios dijo a este Rechazado de la tierra: «Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies». Nada ha sido quitado de los propósitos de Dios, y nosotros, los redimidos, la Esposa, somos una parte necesaria de su gloria en esos propósitos. En el Apocalipsis, Cristo es el que cumple todos los propósitos de Dios en juicio en cuanto a la tierra, es el único en haber sido encontrado «digno de abrir el libro» que lo contiene, o incluso «de mirarlo». Él da a conocer todos estos planes a la Iglesia: «Escríbelo en un libro y envíalo a las siete asambleas», «para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto».

¿Es el propósito y objeto de Dios el de usted y el objeto al vivir en la tierra? ¿Ha aceptado los pensamientos de Dios y abandonado todos los suyos? La Palabra de Dios «discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebr. 4), pero también es como una espada; juzga esos pensamientos y esas intenciones. Esto es importante, porque si un asunto se corrige en el pensamiento –en su origen– el fruto no se ve, y por tanto no hay que tratar con él, lo que de otro modo sería el caso de todos nosotros. Sin duda, la gente dirá: “¿Qué sentido tiene ocuparse de otra cosa que no sean los pensamientos de Dios, ya que todos los demás pensamientos no llevan a ninguna parte?”. Es cierto, pero no solo hay que hablar, hay que actuar. Verá que sus pensamientos no siempre son los pensamientos de Dios, que los pensamientos de su corazón a menudo le causan pérdida de comunión, pruebas y dolor. El Salvador resucitado preguntó a sus discípulos: «¿Por qué surgen pensamientos en vuestros corazones?» y añadió: «Entonces les abrió la mente para que oyeran las Escrituras». ¿Y qué les dieron las Escrituras? Seguramente los pensamientos de Dios sobre lo que estaban viviendo, ¡en lugar de los suyos propios! Ellos (los pensamientos) pusieron ante sí a él, no a ellos mismos, y les mostraron los pensamientos de Dios sobre él. «¿No era necesario que Cristo padeciera estas cosas y entrara en su gloria? Y comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicó en todas las Escrituras lo que se refería a Él». Si Dios no ocupa sus pensamientos, Satanás lo hará. Puede ser muy sutil, pero «yo» no es Cristo. La frase «Esperábamos que él era el que había de librar a Israel» (Lucas 24) muestra que estaban ocupados con sus propios pensamientos. A menos que el Espíritu dé al cristiano los pensamientos de Dios, pronto descubrirá que tiene pensamientos indignos de un cristiano; y estos, al no estar de acuerdo con la Palabra, serán una prueba continua para él, a menos que los someta a la espada, como dice Hebreos 4.

«Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre -si hay virtud alguna y si algo digno de alabanza-, ocupe vuestra mente en esto» (Fil. 4). Que el Señor nos conceda a todos recordar esta exhortación y practicar cada día el decir: «¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos!». Relacionando este versículo con Efesios 1:9-10, podremos decir, como Juan en otro tiempo: «Es necesario que Él crezca y que yo disminuya».


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