Feliz año nuevo 2022

1 de enero de 2022

«Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto» (Jer. 17:7-8).

Que nada haga tambalear vuestra confianza en el amor firme de nuestro Señor. Pase lo que pase, si la prueba es más intensa que nunca, las aguas más profundas y las sombras más espesas; si el camino es aún más difícil y la presión de las circunstancias cada vez mayor, mantened vuestra confianza en el amor perfecto y en las misericordias del Señor, que probó su amor bajando al «polvo de la muerte» (Sal. 22:15) para salvaros del fuego eterno; él soportó todo el peso de las «ondas» y «las olas» de la ira de Dios (Sal. 42:7)

No tengáis miedo de confiar totalmente en él, de entregaros a su cuidado sin ninguna reserva o duda. No midáis su amor por las circunstancias que atravesáis: hacerlo os llevaría necesariamente a una conclusión falsa. No juzguéis por la apariencia externa. No razonéis mediante vuestro entorno. Id directamente a Cristo, y dejad que vuestros pensamientos se formen desde ese bendito centro.

Nunca interpretéis su amor por vuestras circunstancias; pero siempre interpretad vuestras circunstancias por su amor. Dejad que los rayos de su eterno favor brillen sobre las situaciones más oscuras en las que os encontréis; entonces seréis capaces de resistir a todas las dudas, sean del lado que sean.

 

«No apartará de los justos sus ojos» (Job 36:7).

La mirada de Dios se posa continuamente sobre los suyos; día y noche sus brazos eternos nos rodean y nos sostienen. Él cuenta los cabellos de nuestra cabeza y entra con infinita bondad en todo lo que nos concierne. Quiere que pongamos nuestras cargas, cuales sean, sobre él (1 Pe. 5:7).

Todo esto es verdaderamente maravilloso, lleno del más profundo consuelo. Pero, ¿nos lo creemos de verdad? ¿Creemos realmente que el Creador todopoderoso, que sostiene los cimientos del universo, está dispuesto en su misericordia a cuidar de nosotros durante nuestro viaje por este mundo?

Por desgracia, es de temer que sepamos poco de estas grandes y, a la vez, sencillas verdades. Hablamos de ellas, abundamos en ellas, las aceptamos, pero ¿no es cierto que nuestra vida cotidiana muestra lo poco que entramos en ellas? No basta con retener la teoría de la vida de fe. Hay que vivirla.

¿No es cierto que, mientras hablamos de vivir por la fe y mientras profesamos mirar solo al Dios vivo para la respuesta a nuestras necesidades, en realidad confiamos en la ayuda humana? No es de extrañar, pues, que estemos decepcionados. ¿Cómo podría ser de otra manera?

También es un grave error señalar a algunos creyentes muy respetados y hablar de ellos como si vivieran por fe, como si solo ellos pudieran lograrlo. Esto puede llevar a muchos cristianos a pensar que vivir por fe está totalmente fuera de su alcance y que solo unos pocos del pueblo de Dios pueden hacerlo.

Por lo tanto, que todos los cristianos comprendan verdaderamente que vivir por la fe es el alto y santo privilegio de todos los miembros de la Casa de la fe, y que nada los prive de tal participación.

 

«Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, la cual es poderosa para edificaros y daros herencia entre todos los santificados» (Hec. 20:32).

Confiar solo en Dios y en su Palabra

El apóstol Pablo encomienda a los ancianos de Éfeso «a Dios y a la palabra de su gracia». No los encomienda a ningún orden humano, ni siquiera a los apóstoles o a sus sucesores, a los concilios generales o a sus decretos, a los padres o a sus tradiciones, a los maestros o a sus dogmas. Nada de esto serviría en presencia de los «lobos voraces» que estaban a punto de entrar en medio de ellos (v. 29), ni de las «cosas perversas» que algunos hombres de entre ellos proclamarían para «arrastrar a los discípulos tras de sí» (v. 30). Nada más que Dios mismo y la Palabra de su gracia podían resistir «en el día malo» y hacer que un alma pueda estar firme (Efe. 6:13).

Puede que no tengamos que enfrentarnos a los mismos peligros que los creyentes de Éfeso tenían ante ellos; sin embargo, estemos seguros de que nunca podremos avanzar, en el día de hoy, sin tener la Palabra de Dios como autoridad, y la presencia de Dios como nuestra fuerza. Tal vez nunca haya habido, en la historia del cristianismo, un período que exija más imperiosamente una íntima relación personal del alma con Dios y con su Palabra que el que estamos atravesando en los últimos tiempos. Nadie podrá apoyar su fe en otra cosa. Dios está probando a las almas, y está mostrando hoy, de manera especial, quiénes son aquellos cuya fe descansa meramente en el poder del hombre, o aquellos cuya fe descansa verdaderamente en el poder de Dios.

Sopesad el asunto seriamente, pues exige toda vuestra atención. Aseguraos de que vuestra alma está establecida sobre el sólido fundamento de la Palabra de Dios y que estáis bajo su autoridad directa y absoluta en cuanto en dónde estáis y en todo lo que hacéis. Aseguraos también de que el Espíritu Santo, que está en vosotros, no está entristecido (Efe. 4:30), para que os permita saborear la presencia del Señor en vuestro corazón (3:16-17). Estas dos cosas os darán tranquilidad y paz mental, como santificación y estabilidad en vuestra vida, pase lo que pase.

«Ten fortaleza… y trabajad… yo estoy con vosotros, dice Jehová de los Ejércitos… y mi Espíritu permanece en medio de vosotros; ¡no temáis!» (Hageo 2:4-5).

C. H. Mackintosh


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