El Señor Está Cerca

Martes
8
Octubre

Porque este justo [Lot], que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos.

(2 Pedro 2:8)

El carácter de los justos (2)

Al igual que Abel, Lot también es declarado justo en el Nuevo Testamento. Sin embargo, su historia es muy diferente. Su justicia nos está presentada en contraste con la maldad de Sodoma. En el libro del Génesis, capítulo 19, cuando dos ángeles llegaron para advertir a Lot sobre el juicio que vendría, los hombres de Sodoma exigieron tener relaciones con ellos. Esto llevó a Lot a exclamar: “No hagáis tal maldad”.

Evidentemente, Lot era conocido en Sodoma por su moralidad. La gente comentaba entre sí que Lot era un extranjero, pero que actuaba como un juez entre ellos. Es probable que Lot hubiera alcanzado cierta posición social entre los habitantes de Sodoma, ya que se encontraba sentado a la puerta de la ciudad cuando llegaron los ángeles, lugar que ocupaban los dirigentes de la ciudad (véase Rut 4). Parece que Lot, cuya alma justa estaba afligida por la iniquidad de la ciudad, deseaba provocar un cambio al exponer el pecado de estas personas, persuadiéndolas a que dejaran de vivir así.

A pesar de sus buenas intenciones, los esfuerzos de Lot fueron infructuosos. Después de todos los años que estuvo en Sodoma desde que se apartó de Abraham, no había ni siquiera diez personas justas en la ciudad (véase Gn. 18:32). Incluso sus propios yernos pensaron que sus advertencias eran solo bromas (Gn. 19:14). Lot tuvo que ser arrastrado fuera de la ciudad justo antes de su destrucción, y el relato de sus últimas acciones solo resalta sus temores y fracasos morales.

Aunque Dios nos dice que Lot era justo, no nos presenta su vida como un ejemplo a seguir. No podemos convencer a otros de vivir correctamente solo mediante razonamientos o ejemplos morales. En contraste, cuando el apóstol Pablo se sintió afligido por los pecados de Atenas (Hch. 17. 16), él les predicó a Cristo. Este mensaje siempre cumplirá el propósito de Dios.

Stephen Campbell

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