El Señor Está Cerca

Jueves
9
Mayo

Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo… y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos.

(Lucas 22:31-32)

Volver a Jesús

Acostumbrarnos a juzgar la carne en las cosas pequeñas es el secreto para no caer. Es un trabajo desagradable, pero muy útil para conocernos a nosotros mismos. Pedro fue zarandeado y tuvo que aprender que la confianza que tenía en sí mismo fue la razón principal de su caída. Finalmente, el Señor no solo restauró su alma, sino que lo transformó en un canal de bendición para otros. Cuando somos conscientes de que no somos nada sin Dios, entonces podemos ayudar a los demás. El Señor le dijo a Pedro: “Apacienta mis corderos” (véase Jn. 21:15-19).

La humildad ante los hombres es, a menudo, la mejor prueba para la restauración ante Dios. Supongamos que nuestra alma está fuera de la comunión con Dios. Nuestro corazón natural nos dirá entonces que debemos corregir la causa de esta ruptura de la comunión antes de poder ir a Cristo. Sin embargo, él es misericordioso y desea que volvamos de inmediato a él tal como estamos, y entonces humillarnos profundamente en su presencia. Solo en él, y recibiendo el perdón de él, nuestras almas podrán ser restauradas a su comunión.

Con el objetivo de lograr una restauración plena, el cristiano debe identificar el momento en que su alma dejó de estar en comunión con Dios y comenzó a hacer su propia voluntad. Si el cristiano no reconoce cuándo su corazón comenzó a perder su sensibilidad espiritual, entonces la comunión con Dios no se reestablecerá plenamente, y el yo y su voluntad propia no serán quebrantados en su totalidad, lo cual sentiremos si estamos en la presencia de Dios. El salmista no dice: “Debo restaurar mi alma y luego ir a Dios”, sino “él restaura mi alma” (Sal. 23:3 NBLA). La resbaladiza pendiente del pecado se recorre frecuentemente a pasos acelerados, porque el primer pecado tiende a debilitar en el alma la percepción de la autoridad y el poder de la Palabra de Dios. La Palabra es la única que puede impedir que cometamos pecados aún mayores, así como la conciencia de la presencia de Dios, la cual imparte a la Palabra todo su poder práctico sobre nosotros.

J. N. Darby

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