El Señor Está Cerca

Sábado
21
Enero

Fuisteis rescatados… con la preciosa sangre, como de un cordero sin defecto y sin mancha, predestinado antes de la fundación del mundo.

(Hebreos 3:1)

Antes de la fundación del mundo (3)

En nuestras meditaciones anteriores, consideramos el hecho de que el Padre ha amado al Hijo, y también que el Padre nos ha escogido en Cristo. En ambos casos fue antes de la fundación del mundo. Aquí, en 1 Pedro, hallamos la tercera referencia a ese periodo.

En el día que Adán y Eva escucharon la voz de la serpiente, y comieron del árbol del conocimiento del bien y del mal, introduciendo el pecado y la muerte a este mundo (Ro. 5:12), pudo parecer como si todos los propósitos de Dios para bendecirnos se hubieran estropeado. De hecho, ¿cómo podría un Dios santo y justo bendecir a una humanidad que se había transformado en una multitud de criaturas rebeldes y arruinadas por el pecado? El apóstol Pedro nos dice aquí que incluso antes de que el pecado entrara en el mundo, Dios ya había proporcionado el remedio. La desobediencia de Adán y Eva no sorprendió a Dios y, lejos de estropear sus planes, puso de manifiesto su sabiduría y amor, y la grandeza de sus recursos en Cristo. Incluso antes de la creación del primer cordero en la tierra, Dios tenía ante sí a su Cordero, a su propio Hijo, quien entraría en este mundo en el tiempo señalado para ser aquel sacrificio plenamente suficiente para tratar con el asunto del pecado y nuestros pecados.

El cordero pascual, cuya sangre protegió a los hijos de Israel en Egipto (Éx. 12), los miles de corderos ofrecidos como sacrificios en el altar –tanto en el tabernáculo como en el templo–, todos apuntaban hacia aquel único Cordero, el Cordero de Dios, preparado antes de la fundación del mundo, pero manifestado en esta tierra en el cumplimiento del tiempo. ¡Cuán preciosa es su sangre para Dios y para nosotros! Su sangre satisfizo las santas demandas de Dios y nos limpió de la culpa y la condenación del pecado.

Kevin Quartell

Con su sangre tan preciosa hizo redención;
y por eso Dios nos brinda el perdón.

Frances R. Havergal

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