El Señor Está Cerca

Lunes
3
Octubre

Cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto

(Marcos 5:27)

Doce años perdidos

Esta mujer siempre ha sido objeto de especial interés para los lectores de la Escritura. Su dolorosa enfermedad y la simplicidad de su fe nunca fallan en despertar nuestra simpatía espiritual.

Una multitud de personas repletó las calles del pequeño poblado portuario de Capernaum. Estaban siguiendo a Jesús en su camino a la casa de Jairo, uno de los líderes de la sinagoga. Quienes juzgan por las apariencias habrían concluido que todo el país amaba sinceramente al Hijo de Dios, pero muchos lo siguieron simplemente por curiosidad. Lo mismo sucede hoy en la cristiandad: muchos lo siguen solo porque otros lo hacen. Solo unos pocos por aquí y por allá, como la mujer de nuestro versículo, lo buscan porque su corazón anhela lo que solo Él puede dar. La mujer había gastado todo su dinero. Por doce años había buscado infructuosamente que diversos médicos encontraran la cura a su enfermedad. ¿Por qué no había acudido antes al gran Médico de todos los que le buscan? Tristemente, ella es un ejemplo de aquellos que, en nuestros días, buscan la salvación por todos los medios posibles o en cualquier persona, excepto en el Hijo de Dios. Cuando agotó todos sus recursos, ella se dio cuenta que su única esperanza residía en el Señor Jesús, así que ideó un plan: «Si tocare tan solamente su manto, seré salva» (v. 28).

Para sorpresa de Pedro y el resto, el Salvador se volvió a la multitud y preguntó: «¿Quién me ha tocado?» Así como entonces, Él continúa distinguiendo cuidadosamente entre la multitud irreflexiva de seguidores religiosos y quienes sinceramente buscan ser bendecidos por Él. Luego de generar que la mujer se postrara delante de Él, y confesara lo que había acontecido, Jesús expresó las siguientes palabras de consuelo y seguridad: «Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz» (v. 34). ¡Qué precioso es relacionarse con Aquel que es lleno de gracia y de verdad! Quien busque humildemente la curación de su alma, solo necesita reconocer el valor de la preciosa sangre de Cristo, y entonces su corazón obtendrá perdón, salvación y paz para siempre.

W. W. Fereday

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