El Señor Está Cerca

Día del Señor
27
Febrero

Si el siervo dijere: Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos, no saldré libre; entonces su amo lo llevará ante los jueces, y le hará estar junto a la puerta o al poste; y su amo le horadará la oreja con lesna, y será su siervo para siempre.

(Éxodo 21:5-6)

Jesús, el verdadero siervo

Lo que vemos acá es una sombra o figura del verdadero Siervo, el Señor Jesucristo, aquel bendito que amó a la Iglesia y se dio a sí mismo por ella. Luego de haber servido por el tiempo estipulado, El siervo hebreo tenía total libertad para irse; pero él amaba a su esposa y a sus hijos con tal amor que lo condujeron a renunciar a su libertad personal por el bien de ellos. Al sacrificarse por su bien, él manifestó su amor por ellos.

Podría haberse ido y disfrutado de su libertad, pero ¿qué pasaría con ellos? ¿Cómo podía dejarlos? ¡Imposible! Él los amaba mucho como para dejarlos; y, por lo tanto, caminó deliberadamente hacia la puerta o poste, y allí, en presencia de los jueces, dejaría que su oreja fuera horadada en señal de servicio perpetuo. Esto es, sin duda alguna, amor. La esposa y cada hijo, de ahora en adelante, verían aquella oreja horadada y podrían leer en ella la prueba tangi­ble y poderosa del amor del corazón de aquel siervo.

Vemos esto en el eterno amante de nuestras almas –Jesús, el verdadero Siervo. Recordarás aquella ocasión en la vida de nuestro Señor cuando, sentado delante de sus discípulos y con la solem­nidad de la cruz delante de él, «Pedro le tomó aparte y comenzó a reconvenirle» (leer Marcos 8:31-33). Pedro se había interpuesto en el camino del verdadero Siervo hacia el poste de la puerta. Él prefería que su Señor tuviera compasión de sí mismo y mantuviera su propia libertad personal. Pero no fue así, pues «volviéndose y mirando a los discípulos», como si dijera, «si tomo tu consejo, si me retiro del camino a aquella cruz que está por delante, entonces ¿qué será de estos mis discípulos? Es el siervo hebreo diciendo: «Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos, no saldré libre».

C. H. Mackintosh

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