Meditaciones sobre el libro de Nehemías y su aplicación práctica en la actualidad


person Autor: William KELLY 15


1 - La última visión histórica del pueblo de Israel en el Antiguo Testamento

El libro que estamos llamados a considerar ahora corresponde históricamente al último vistazo que el Antiguo Testamento nos da del pueblo de Israel. Por lo tanto, es de gran interés para nosotros, que estamos llamados a ser el pueblo de Dios aquí en la tierra en los últimos días. Los últimos tiempos que comenzaron, sabemos, antes de que el último apóstol fuera quitado, para que Dios pudiera darnos una instrucción adecuada: no solo puntos de vista bíblicos, sino un cuadro moral de estos últimos tiempos pintado por el Espíritu Santo. De esta manera podremos comparar la posición de Israel en estos días del fin y la nuestra en tiempos de ruina, para poder hacer nuestras las lecciones aprendidas por el pueblo terrenal. No digo esto para estimular nuestra imaginación, sino para ayudarnos a buscar la instrucción que el Espíritu Santo nos ha dado a través de la historia de este remanente de la transportación.

Se puede notar una gran diferencia de tono entre el libro de Esdras y el de Nehemías. Esdras nos muestra el remanente que viene de Babilonia y reuniéndose primero en Jerusalén. El libro de Nehemías nos muestra el mismo remanente en un momento posterior. Malaquías es aproximadamente contemporáneo de Nehemías, así como Zacarías y Hageo lo son de Zorobabel unos sesenta años antes [515-455]. Por lo tanto, estamos autorizados a vincular la profecía de estos libros de la Escritura con el relato que vamos a leer juntos.

2 - Nehemías, un hombre de Dios (capítulo 1)

2.1 - Nehemías, hombre de Dios

Lo primero que quiero señalar como ejemplo es el espíritu que anima toda la conducta de Nehemías. Fue el instrumento que Dios formó para su gloria en las circunstancias que ahora se nos presentan. Nos cuidamos de afirmar que todo lo que Nehemías hizo o dijo fue de acuerdo con la intención y los pensamientos de Dios. Después de todo era solo un hombre –un hombre de Dios, pero un hombre. Sin embargo, no se puede negar que el Espíritu Santo obraba poderosamente en él, de manera que lo que se hizo para la gloria de Dios se nos comunica ahora para nuestro beneficio.

¿Cuál es el principal rasgo moral que caracteriza a Nehemías? Lo encontraremos desde el principio hasta el fin del libro: Es un sentimiento profundo y constante del estado de ruina del pueblo de Dios. Y nada es más importante para nosotros. Vivir en este tiempo de ruina no implica necesariamente para nosotros los cristianos –más que para los judíos de entonces– que somos conscientes de esta ruina. Los contemporáneos de Nehemías, israelitas como él, entraron muy imperfectamente en el pensamiento de Dios sobre el estado de su pueblo.

Es inevitable que un juicio tan inmaduro afecte todo el curso de nuestro servicio, de nuestras oraciones, de nuestra adoración. O estamos en comunión con Dios –no hablo solo de nosotros, sino del pueblo de Dios– o no lo estamos. Si trabajamos con un pensamiento y Dios con otro –si afeccionamos un ámbito, mientras Dios nos prepara otro, es obvio que, a pesar de su bondad que nos sostiene, hay un debilitamiento de nuestros afectos y de nuestro discernimiento.

Obviamente, todo lo que en nuestra vida y en nuestro trabajo es verdadero, santo, bueno y para la gloria de Dios, depende del hecho de que estamos en la corriente del pensamiento y del trabajo de Dios.

La ambición de Nehemías no era más que ser parte del débil remanente. Esta debilidad le resultaba penosa, pero siempre debemos enfrentarnos a la verdad. No llevó a Nehemías a despreciar este remanente. Al contrario; si lo miraba con especial afecto, tanto si caminaba bien o mal, era porque era el pueblo de Dios.

2.2 - Lo-Ammi, no mi pueblo

De hecho, hay que señalar que Israel había perdido el título de pueblo de Dios. Lo que Dios había escrito sobre ellos ahora, como pueblo, era Lo-Ammi, (no mi pueblo) y no simplemente I-Cabod (la gloria se ha ido). La gloria se había ido cuando el arca fue tomada por los filisteos; ahora ellos mismos habían sido tomados y llevados, no a Filistea, sino a Babilonia. El gran poder que simboliza la idolatría los había llevado en cautiverio. Un remanente había regresado, pero había aprendido muy poco la lección de Dios. Probablemente se beneficiaron externamente de ello, porque después nunca los vemos caer de nuevo en la idolatría, pero debemos notar que tenían un sentimiento muy débil de la gloria de Dios que habían perdido. Pues bien, era lo contrario que caracterizaba a Nehemías.

2.3 - La ruina y el recurso

Dos sentimientos simultáneos deben penetrar en nosotros, queridos hermanos, y si uno de ellos falla o se debilita, resulta en una gran pérdida para el alma. Es por un lado la conciencia de la grandeza de la ruina, y por otro la conciencia de la fidelidad de Dios a pesar de esta ruina. ¡Que el Señor permita que estos dos sentimientos que estaban en Nehemías vivan también en nuestros corazones! Necesitamos a ambos, y nunca podremos responder a lo que Dios espera de nosotros a menos tenerlos presentes los dos en comunión con Él y, con su ayuda, no apartarnos de ellos.

Muchas cosas tienden a hacernos olvidarlos. Supongamos que estamos reunidos en el nombre del Señor Jesús y que nos concede de forma muy pronunciada el sentimiento de su presencia, corremos el riesgo de olvidar el estado de ruina de la Iglesia. Tendremos tendencia no solo a estar agradecidos, lo cual es correcto, sino a estar satisfechos. Satisfechos, sin duda, con la gracia de Dios hacia nosotros, pero tal vez en peligro de estar satisfechos con nosotros mismos. Somos felices, muy bien, pero ¿tenemos todavía el sentimiento de la ruina? ¿No es un dolor y una carga pensar en la dispersión de los miembros del cuerpo de Cristo, en la profunda desolación de todo lo que lleva su nombre, de todo lo que en el mundo cristiano ofende continuamente su mirada? Deberíamos, no quiero decir que tengamos que hacer algo al respecto, pero al menos sentirnos profundamente avergonzados de tal situación. Deberíamos estar abrumados por todo lo que empaña la gloria del Señor Jesús. Y, por lo tanto, desde el momento en que nuestros corazones se disocian de lo que lleva el nombre del Señor, y desatienden el sufrimiento del Cuerpo, desde el momento en que nos establecemos en una especie de bienestar espiritual, contentos de disfrutar de la presencia del Señor, estamos absolutamente equivocados en cuanto a lo que es correcto para nosotros dado el estado actual de la Iglesia de Dios.

Vean qué hombre sensible es Nehemías. Personalmente estaba rodeado en Susa con todas las comodidades posibles. Fue un triste intercambio, en este sentido, abandonar la corte del gran rey para compartir todas las desolaciones de Jerusalén. Y, en resumen, podría haberse refugiado fácilmente detrás del siguiente razonamiento: “¿Por qué debería preocuparme por Judea? Es por nuestros pecados que hemos sido transportados, y es obvio que este pobre remanente es indigno de interés; ha perdido el sentido de la gloria de Dios. ¿Por qué debería preocuparme? ¿No dijo Dios: «No mi pueblo»? ¿No borró el mismo Dios todo nuestro glorioso pasado de este lugar? ¿Por qué debería preocuparme más que Él? Colectivamente todo está perdido y es solo una cuestión de almas individuales. Lo único que tengo que hacer es servir al Señor donde estoy”. Pero no es así como él piensa.

Nehemías era un hombre piadoso y ocupaba una posición en la que podía disfrutar de su piedad apaciblemente, sin estar sujeto a ninguna contrariedad. Era claramente respetado y estimado por el gran rey. El copero, especialmente el de la corte de Persia, era un hombre situado en la más grande intimidad del rey. Expuestos un día a la adulación y al siguiente al asesinato, estos monarcas temblaban incesantemente por su trono y por sus vidas, por lo que se rodeaban solo de unas pocas personas conocidas que disfrutaban de su plena confianza. Entre ellos, el copero tenía una de las posiciones más delicadas y responsables del imperio. La vida del rey estaba en sus manos, y su intimidad con el soberano lo convertía en una especie de visir o, hasta cierto punto, en primer ministro. Así, Nehemías tenía la plena confianza del rey, como confirma nuestro capítulo, y no estaba molesto en cuanto a su conciencia. Sin embargo, su corazón estaba con el pueblo de Dios.

3 - Ante el rey (capítulo 2)

3.1 - Una mala cara

El rey, como aprendimos en el capítulo 2, le encuentra mala cara a Nehemías e inmediatamente hace el comentario. Esto no era algo que estos reyes apreciaran. Era casi una falta de respeto hacia ellos, ya que estos monarcas generalmente estimaban que cualquier cosa triste era inadecuada para su majestad. Si hubieran sido solo incidentes externos o molestias personales, la tristeza de Nehemías habría desaparecido en presencia de Jehová, pero en este caso, la presencia de Jehová profundizó esa misma pena. Cuanto más se presentaba ante Dios y sopesaba el estado de los judíos en Jerusalén, más se afligía. No es que su corazón no estuviera sostenido, pero no podía evitar que sus lágrimas fluyeran cuando se percataba de qué Dios era el suyo, lo que ellos habían sido y lo que ahora eran para Él. La oración de Nehemías no lo aliviaba de su tristeza. Esto es lo que quiero mostrar. Tenía plena confianza acudiendo a Dios, pero, al mismo tiempo, mantenía un profundo sentido de la ruina de su pueblo.

El rey lo interroga, y Nehemías, al reportar estas cosas, reconoció humildemente lo asustado que estaba, ya que, de hecho, podría haberle costado la vida. El rey podía sospechar de traición, imaginar alguna oscura conspiración, e imaginar que Nehemías estaba preocupado en su conciencia. Toda clase de sospechas podrían entrar en su mente sobre la inusual tristeza en la cara de su sirviente. Pero Nehemías le respondió la verdad exacta: «¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego?» (2:3).

3.2 - El origen y la función de Nehemías

Una cosa puede ser útil de notar aquí, que señalo solo para enfatizar la diferencia entre la Palabra de Dios y la palabra del hombre. El segundo libro de los Macabeos afirma que Nehemías era un sacerdote, y también, sorprendentemente, de la raza de David. Ahora bien, si era descendiente de David, por lo tanto, de la tribu de Judá (lo cual no está probado), por esta misma razón no podía ser sacerdote. Menciono esto para mostrar cómo los hombres, cuando se meten a escribir sobre las cosas de Dios, solo muestran su ignorancia. Sin embargo, este es un libro que, como sabemos, se dice inspirado, o al menos es aceptado como tal por una gran parte de la cristiandad. Es probable que Nehemías perteneciera a la tribu de Judá. Si Jerusalén, como parece decir, era el lugar de las tumbas de sus padres, ese sería el caso. Pero Nehemías no era de ninguna manera un sacerdote. Era un gobernador civil.

Esto me lleva a un punto crucial sobre este libro de Nehemías. El tema central no es el templo, sino la vida ordinaria del pueblo de Dios. Y permítanme añadir, queridos hermanos, que este punto es de suma importancia para ustedes y para mí en la actualidad.

3.3 - El cristianismo dominical

El cristianismo no tiene como único objeto la adoración de Dios: se supone que Dios debe gobernar al cristiano en su vida diaria. No tengo ninguna simpatía por los cristianos del domingo, esas personas que se satisfacen por todo cristianismo de una aparición de principio una vez a la semana en la Mesa del Señor. Es cada día que estamos llamados a reconocer los derechos del Señor. Por supuesto, cada uno de nosotros tiene sus deberes, profesionales o familiares –no todos iguales; algunos saben lo que es trabajar día y noche. Y no sé para qué estamos aquí en la tierra, sino para ser diligentes en todo lo que puede ser puesto ante nosotros.

Pero repito, debemos tener cuidado de que nuestra vida ordinaria cotidiana sea un testimonio para Cristo. Es triste que seamos diligentes para el mundo e indolentes para el Señor. No digo que todos estamos llamados a hacer el mismo trabajo, pero sí digo que todos estamos llamados al mismo cristianismo. Todos estamos llamados a hacer visible a Cristo en lo que hacemos cada día, no solo el domingo o el domingo por la mañana. No, queridos hermanos, esto no le conviene al Señor, de faltar a darle testimonio en nuestras ocupaciones cotidianas, ya sean sociales, profesionales o familiares, equivale a dejar de lado el gran objeto para el que estamos llamados por la gracia de Dios.

El libro de Esdras enfatiza el lado espiritual, sobre la adoración de Jehová y el altar, el gran tema era el templo, mientras que en Nehemías es la ciudad. Encontramos allí, ya no la construcción de la casa, sino la construcción del muro. En el momento en que el libro comienza, podemos decir que el pueblo había recaído en la ciudad desolada en el nivel más bajo, el de una vida ordinaria, material, mientras que los creyentes están siempre llamados a hacer lo que es, si se me permite decirlo, fuera de lo ordinario; a hacer lo que es divino. Puede ser la cosa más banal, puede y debe hacerse de manera divina. Cualquier cosa que hagamos, ya sea comer o beber, debemos hacer todo en el nombre del Señor Jesús, hacer todo para la gloria de Dios. Esto es lo que los judíos habían olvidado y de lo que no tenían ni idea. Como resultado, se hundieron hasta el punto de ser incluso más bajos que los de los gentiles. Porque los gentiles tenían un propósito en la vida, un orden y ciudades de las que estaban orgullosos. ¿Qué tenían estos pobres judíos? Habían perdido el entusiasmo, el valor, y lo que es peor, habían perdido la fe. Habían perdido la fe práctica en Jehová.

Bueno, queridos amigos, me gustaría saber si este mismo peligro no existe entre nosotros. Supongamos que empezamos hoy en la profesión cristiana por la fe en el nombre del Señor Jesús; seremos felices, sin duda, pero al mismo tiempo comenzará para nosotros una navegación peligrosa. Descubriremos la existencia de tormentas, rocas, bajos fondos; también descubriremos que nuestras barcas no son muy robustas y que tampoco somos muy buenos para maniobrarlas, lo que significa que vamos a encontrar nuevos escollos. Y después de unos días de mal tiempo, podemos encontrarnos abatidos y desanimados, listos para culpar a los que navegan con nosotros. ¿No es esto a menudo el caso? No niego los defectos de mis hermanos, pero no olvido que yo también soy propenso a cometer errores. Además, no se trata de si usted o yo (o más bien usted y yo) hemos hecho mal: lo importante es si usted y yo miramos al Señor o no.

Lo que hace feliz al corazón es el santo hábito de mirar al Señor con confianza, no solo por uno mismo, sino por los demás, porque esa es la verdadera forma de ganar a alguien: mirar al Señor a propósito de él. Supongamos que hay una persona contra la que Vd. tiene algo o que tiene algo contra Vd.: ¿cómo se debe tratar la queja? No por la diplomacia, ni por algún método humano. Probablemente ningún hermano puede ayudarle; pero el Señor sí, y desde el momento en que su corazón se da cuenta, encontrará paz y confianza. ¡Que el Señor permita que así sea para nosotros!

Sin embargo, insisto, el punto importante del libro de Nehemías es la vida diaria, social y civil de Israel y no solo la actividad religiosa. Aprendamos de esto para introducir a Dios en las circunstancias más comunes de la vida cotidiana. Israel había tenido grandes carencias en este sentido. Sin duda también fracasaron en su vida religiosa, como hemos visto en el libro de Esdras, porque las dos cosas van juntas. Y nunca verás a una persona disfrutando de mucha comunión, faltar mucho en su conducta. Por el contrario, verás que donde se encuentra debilidad en la adoración al Señor, casi siempre se encontrará también debilidad en la conducta. Lo que Dios espera es fe en estas dos áreas, y donde se encuentra la fe se encontrará necesariamente la fidelidad. ¡Ese es el secreto! En resumen, es el deseo de estar con Dios en todas las cosas, ya sea en la adoración o en la conducta diaria. Hay un único y mismo recurso para ambos.

3.4 - La oración interior de Nehemías

Este sentimiento de dependencia de Dios gobernaba el corazón de Nehemías. Él es consciente de ello y lo manifiesta en el mismo momento en que el rey habla. Es solo para él una cuestión de fe. «Me dijo el rey: ¿Qué cosa pides?» ¿Presentará Nehemías inmediatamente su petición al rey? No, empieza dirigiéndose a Dios. «Entonces oré al Dios de los cielos» (v. 4). En ese momento, mientras estaba en la presencia del rey, su corazón estaba en la presencia de Dios, vuelto hacia el Señor. No es de extrañar que recibiera lo que había pedido. No es de extrañar que Dios escuchara y atendiera, y que pudiera recibir la respuesta como viniendo de Dios. ¿Por qué? Porque primero se dirigió a Jehová.

El rey, cuyo corazón está inclinado desde lo alto, accede a todo lo que Nehemías pide. Cartas son concedidas. La madera y otros materiales que faltaban son dados por el rey; Nehemías, protegido, sube a Jerusalén, y lo que llena su corazón de alegría y gratitud en medio de su aflicción, alarma y aflige a los enemigos del pueblo de Dios.

3.5 - Independencia o ejercicio personal

Otra enseñanza que resulta de la actitud del hombre de Dios, es que no debemos estar demasiado ocupados con lo que hacen o dicen los demás. Aunque Nehemías simpatizaba con el pueblo, sabía lo que era actuar en dependencia de Dios; y esto es evidente desde el principio de la manera más sorprendente. La mejor manera de ayudar al pueblo de Dios no es mirándolo para tratar de levantarlo, sino mirando a Dios con la mayor simplicidad.

Nehemías se levanta por la noche sin informar a nadie. Lo que Dios ha puesto en su corazón para hacer por Jerusalén no va acompañado de ninguna publicidad y puesta en escena, como es costumbre entre los hombres. No se molesta en delegar en ingenieros, artesanos o especialistas para estimar el trabajo a realizar. El hombre de Dios va él mismo; su corazón está comprometido. Va de inmediato, por la noche, para hacer una primera inspección sin llamar la atención innecesariamente. No es que quiera esconderse de los otros jefes, lo que reflejaría una desafortunada falta de sinceridad entre hermanos. Aquí está la sabiduría de su parte. Alguien que no sabe cuándo callarse difícilmente sabrá cuándo hablar. Es una gran lección saber el momento de callarse y el momento de hablar. Así que Nehemías hizo su ronda nocturna, hizo un examen minucioso del muro, y vio con sus propios ojos la ruina que le habían contado.

Todo ocurría entonces entre su propia alma y Dios, con los pocos hombres que estaban con él. Luego habló a los otros judíos y jefes: «Les dije, pues: Vosotros veis el mal en que estamos, que Jerusalén está desierta» (v. 17). Su alma entró en estas circunstancias más profundamente que nunca antes. «Entonces les declaré cómo la mano de mi Dios había sido buena sobre mí» (v. 18). Estos dos sentimientos: la conciencia de la ruina y la confianza en Dios llenaron su corazón al mismo tiempo. Y considerad su efecto. «Y dijeron: Levantémonos y edifiquemos. Así esforzaron sus manos para bien» (v. 18). Así, lo vemos, cuando un hombre de fe avanza no solo con su propio poder o razón, sino con un espíritu quebrantado y en dependencia de Dios, las manos de los débiles se fortalecen para el trabajo. Es Dios quien ayuda, y para Él es la gloria, pero se sirve, como aquí, de la fe de un hombre.

3.6 - El diablo contraataca

Desde el momento en que Dios comienza a actuar, el diablo busca obstaculizar la acción. «Pero cuanto lo oyeron Sanbalat horonita, Tobías el siervo amonita, y Gesem el árabe, hicieron escarnio de nosotros, y nos despreciaron» (v. 19). Es el primer esfuerzo de los enemigos: despreciar una obra que dicen que es tan trivial e insignificante; pero al mismo tiempo se desenmascaran mostrando su maldad. Dios, sin embargo, los usa para el bien. Nehemías se fortalece frente a los adversarios que están allí. No está alarmado. Como dice el apóstol Pablo: «Se me ha abierto una puerta grande y eficaz, aunque hay muchos adversarios» (comp. 1 Cor. 16:9). Ahora es lo mismo para Nehemías. Una gran y eficaz puerta estaba abierta, y los adversarios no lo asustaban en absoluto. «Y en respuesta les dije: El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos, porque vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén» (2:20).

4 - Todos trabajan (capítulo 3)

4.1 - Un trabajo para cada uno

El capítulo tres nos dará los nombres y descripciones de los que participaron en la construcción de los muros. Permítanme llamar su atención sobre la gracia de Dios, que aquí toma conocimiento del trabajo de cada uno; y más que eso, que subraya el carácter distintivo de cada trabajador. Recordemos esto, queridos amigos, que no hay un solo creyente que no tenga un trabajo específico que hacer para el Señor. ¿Estás haciendo el tuyo? Diré aún más: nadie puede hacer este trabajo mejor que tú.

Es un grave error suponer que la obra de Dios siempre requiere habilidades excepcionales. No niego el hecho de que Dios da un don a alguien según su propia capacidad; el mismo Señor lo enseña. Y no pretendo que se pueda confiar el mismo don a un hombre con menos y a otro con más capacidades. Sin embargo, sí digo que hay una obra que es adecuada para uno cuya capacidad es muy pequeña, y un trabajo que puede ser hecho mejor por un creyente con una pequeña capacidad que por otro que tiene una mayor capacidad, porque sus limitaciones contribuyen precisamente a definir su propia tarea; mientras que otro trabajo puede ser hecho no solo tan bien, sino mejor, por uno de sus hermanos. En resumen, no hay lugar donde el adagio: “El hombre correcto en el lugar correcto” se aplique mejor que en la Iglesia de Dios. Y no olvidemos nunca que el que califica a los siervos para su trabajo es el Espíritu Santo. No me refiero solo a los que proclaman la Palabra y a los que enseñan, porque no hay error más desafortunado que suponer que solo esto se llama trabajar para el Señor.

4.2 - Lo que significa «servir»

Por el contrario, lo que se llama «servicio» se distingue de la «predicación», como se muestra en el capítulo duodécimo de la Epístola a los Romanos. El apóstol hace la diferencia entre el que enseña, que debe aplicarse a su enseñanza, y el que sirve, que debe aplicarse a su servicio. Limitar el «servicio» a la predicación o a la enseñanza, como lo hacemos a menudo hoy en día, no es por lo tanto el lenguaje del Espíritu Santo. Muchos servicios cristianos son realizados por personas que no están en condiciones de predicar y nunca lo estarán. Y el hecho es que podría no ser una gran pérdida si hubiera menos servicio de predicación y más servicio en el sentido completo de la palabra.

En resumen, a lo que Dios nos llama es simplemente a hacer su voluntad. Por desgracia, nos inclinamos a preferir lo que está de acuerdo con nuestros pensamientos y sentimientos en lugar de buscar aquello en lo que Dios nos bendice más. Ahora, cuidar de las almas, consolar a los afligidos, interesarse de las dificultades de los santos, es de gran valor para el Señor, y es este tipo de servicio el que, me temo, se cumple de manera más imperfecta entre nosotros. Este es realmente el significado de la palabra «servicio» y no tanto el de hacer discursos. No quiero menospreciarlos; la predicación tiene su lugar, pero insisto en que la Escritura distingue «servir» de simplemente «predicar», y este punto necesitaba ser subrayado.

El servicio según la Palabra de Dios abarca todo el trabajo esencialmente práctico de ayudar a los santos de Dios. No me refiero solo al dinero. Este es otro concepto erróneo común. Se cree que la única manera de ayudar a los hermanos es poner dinero a su disposición.

Es una forma de caer en la trampa del diablo, porque el dinero es lo que gobierna el mundo, y nos arriesgamos a hacer a los hijos de Dios esclavos del dinero. Oh, queridos amigos, levantemos nuestras miradas al Señor. Ciertamente no tendríamos que corregir errores como estos si no hubiera hoy una ruina tan real como la de la época de Nehemías.

4.3 - El trabajo de los jefes

En este capítulo 3 Dios marca así su apreciación de los diversos servicios prestados por los de su pueblo. Los revisamos y presenciamos su trabajo. Algunos están construyendo una puerta, otros están reparando una sección del muro. Entre ellos trabajan los tecoítas; por desgracia, se añade, los principales de ellos no doblaron el cuello al servicio del Señor. Así que aquellos que deberían haber dado ejemplo y animado a los demás se destacan de manera tan triste y atraen el solemne reproche registrado en la Palabra de Dios de que no doblaron sus cuellos al servicio de su Señor. Dios no es indiferente, observa tristemente esta deficiencia, y ninguna excusa podrá borrar su reproche. Más adelante encontramos «Refaías hijo de Hur, gobernador de la mitad de la región de Jerusalén» (v. 9). Así que mientras algunos jefes se quedaron atrás en su propio detrimento, otros, por el contrario, mostraron verdadera devoción en su servicio.

4.4 - El trabajo de las mujeres

«Junto a ellos restauró Salum hijo de Halohes, gobernador de la mitad de la región de Jerusalén, él con sus hijas» (3:12). Es un profundo error suponer que las mujeres no tienen su lugar en la obra del Señor. De hecho, tienen una muy importante, y el apóstol Pablo es cuidadoso en señalarlo. La Epístola a los filipenses, por ejemplo, nos dice dónde pueden ayudar las mujeres y dónde no; el capítulo 4 ofrece una maravillosa ilustración de esto, no sin una sombra, pero sin embargo llena de beneficios. «Ruego a Evodia, y ruego a Síntique», dice, «que tengan un mismo sentir en el Señor». Trabajar para el Señor trae muy a menudo dificultades que deben ser superadas; ¡ay! ¿Cuántas veces la propia voluntad interviene? Estas dos mujeres, ambas apreciadas por el apóstol, estaban más o menos en desacuerdo. «Sí, a ti también te ruego, fiel compañero» –supongo que se refiere a Epafrodito– «que ayudes a estas (es decir, a estas mujeres) que lucharon conmigo en el evangelio» (v. 2-3). Sería erróneo concluir, como algunos pensaron, que podían haber predicado el evangelio con Pablo: eso no es lo que significa. La expresión simplemente significa que compartieron las pruebas del evangelio. Estas mujeres de noble corazón tuvieron su parte en todos los conflictos resultantes de la penetración del evangelio en Filipos. Soportaron la vergüenza de ello e indudablemente sirvieron de muchas maneras, tal vez mostrando hospitalidad a los evangelistas, tal vez buscando almas, orando con ellas, invitándolas, mil actividades que las hermanas pueden hacer mucho mejor que los hermanos. El apóstol no ha olvidado esto. Le ordena a Epafrodito que ayude a estas hermanas. Se puede suponer que los hermanos las dejaron un poco de lado y que Epafrodito, un siervo que gozaba de una gran comunión de espíritu con el apóstol, entraba de lleno en sus sentimientos.

No encontramos nada en las Escrituras que autorice a las mujeres a predicar, ni a enseñar en público. Algunas de hermanas tenían un don, especialmente el don de la profecía, y si un don es confiado, es para ser utilizado, pero debe ser utilizado de acuerdo con el pensamiento de Dios. Hechos 9 se menciona a cuatro hijas de Felipe que profetizaban; ciertamente ejercían su don de manera adecuada. Las mujeres pueden ayudar a otras mujeres, lo que abre un vasto ministerio ante ellas. En la obra de Dios, hay ciertas conveniencias que Él nunca olvida y que debemos respetar. No se permite a una mujer hablar en la asamblea, y mucho menos predicar al mundo. Tal vez no sea inútil recordar esto, con la Escritura, en un momento en el que se reclama la igualdad entre hombres y mujeres en todas las áreas, incluyendo el ministerio religioso. Esta tendencia progresa rápidamente en detrimento de los hombres y de las mujeres. En cualquier caso, Dios honra y siempre honrará a las mujeres creyentes que hacen fielmente el verdadero trabajo del Señor, es decir, el que Él les ha asignado. Vemos esto en este capítulo de Nehemías. Este capítulo también contiene muchos detalles relativos al servicio que a Dios le gusta señalar con cuidado.

5 - El enemigo (capítulo 4)

5.1 - Frente al enemigo

En el capítulo cuatro, encontramos a los enemigos. Para ellos ya era bastante grave que el trabajo hubiera comenzado. Fue peor descubrir que continuaba y que Nehemías no se asustaba tan fácilmente. Sanbalat había amenazado con denunciarlo como rebelde hacia el rey; pero cuando un corazón es simple, no tiene razón para alarmarse. Nehemías siendo fiel y, dando honor a los poderes establecidos, podía permitirse despreciar tanto las amenazas como las burlas de Sanbalat.

En presencia de estas, ¿qué responde el hombre de Dios? Inmediatamente se dirige al Señor: «Oye, oh Dios nuestro, que somos objeto de su menosprecio» (v. 4). Lo mismo ocurrió en los primeros días de la Iglesia de Dios. Los apóstoles fueron golpeados y amenazados, pero ¿qué hicieron? Se presentaban con su debilidad ante el Señor, y el Señor respondía enviándoles su propio poder. El Espíritu sacude el edificio en el que están y les da de rendir, con gran poder, testimonio de Él (Hec. 4:23-31).

5.2 - Un pueblo débil y reuniones débiles

Sin duda ya no estamos en una época en la que el Espíritu sacude el edificio. Ya no estamos en un día de poder y de gloria, de señales y de maravillas. Pero ¿estamos sin Dios? ¿A qué damos más valor? ¿A los milagros y maravillas que Dios realiza, o a Dios mismo? Esa es la gran pregunta. ¿Tenemos fe en la presencia del Señor con nosotros, y valoramos esa presencia más que los poderosos actos y milagros de los primeros días de la Iglesia?

Así fue con Nehemías y el remanente. En esa época de debilidad y ruina, no había nada como el mar Rojo dividido para el pueblo, ni el río Jordán cruzado. No había maná cayendo del cielo, sin embargo, había el cumplimiento de la palabra manifiesta de Dios. Había una puerta abierta, una puerta abierta hacia este lugar, su propia tierra, al que los ojos de Jehová se dirigían continuamente. Lo habían perdido como centro de poder terrenal, pero no estaba perdido para la fe. Porque los hombres de fe se aferraban a Dios, aunque externamente Dios no podía reconocerlos ante el mundo. Esto constituía una prueba, pero la fe encontraría un gran beneficio en esta prueba.

5.3 - ¿Falta de energía?

Y aún me gustaría hacerles saber que a menudo nos inclinamos a quejarnos en pensamiento y a veces en palabra por la falta de poder. Pero la única pregunta que tenemos que hacernos es esta: ¿He venido por el Señor? ¿Salí porque es su voluntad? ¿Porque es su Palabra la que me lo ordenó? No importa cuán débiles seamos, mientras estemos donde Él nos quiere, no hay nada más seguro, nada que nos mantenga tan bien y tan eficazmente. Por el contrario, si estamos demasiado ocupados con el poder, corremos el riesgo de caer en la trampa del clericalismo.

Supongamos una asamblea de hijos de Dios en la que, por el notable don de uno, dos o tres hermanos, todo se desarrollara en un orden magnífico, estando cada oración en perfecto acuerdo con la verdad; supongamos también que todo lo que se hiciera y dijera se hiciera con inteligencia: pues bien, si se ignorara la acción y la presencia del Espíritu de Dios, sería para mí la reunión más miserable posible. Dos o tres conductores profesionales no bastarán para ocultar la vergüenza y la miseria espiritual de toda la asamblea.

Lo más importante, queridos hermanos, para los hijos de Dios es reunirse en el nombre del Señor y dar al Espíritu de Dios la libertad de actuar. De ello se desprende que la debilidad será visible, y por lo tanto realizada, y el estado de la asamblea no será el mismo de una semana a otra. Pero es infinitamente más importante que estemos en la verdad en lugar de esconder nuestro estado detrás de una manifestación artificial de poder. Es mejor experimentar todos los dolores y aflicciones asociados con la debilidad, que echar un velo engañoso sobre el estado de la asamblea afectando un nivel espiritual que no es verdadero a los ojos de Dios. Estoy convencido de que todo lo que nos lleva a olvidar que somos, después de todo, solo un remanente, es malo; y que cuanto más disfrutamos de la verdad, más estamos llamados a sentir el estado de ruina de la Iglesia de Dios.

También se piensa a veces que, si pudiéramos reunir a los más espirituales e inteligentes de todos los cristianos, tendríamos una reunión muy feliz. No, queridos amigos, no sería así en absoluto, por la razón de que esto no es lo que estamos llamados a hacer. ¿Qué nos autoriza a hacer una especie de selección y a tener preferencias entre los hijos de Dios? Me parece que es más bien lo contrario que sería según Dios. Si de verdad, hermanos y hermanas, tuviéramos el pensamiento del Señor, si de verdad le diéramos libertad al Espíritu de Dios, preferiríamos buscar a los débiles y a los “lisiados”. Trataríamos de cuidar a los necesitados, a los débiles, a los que están en peligro. Los fuertes, o por lo menos los que se creen, deberíamos dejarlos en las manos del Señor; pero seguramente, los débiles son aquellos en los que más se preocupa el verdadero, fiel y buen Pastor; y deberíamos compartir los sentimientos del buen Pastor. Por lo tanto, la teoría de reunir solo lo mejor y lo más inteligente se opone fundamentalmente al verdadero principio de la gracia y de la verdad. No pretendemos, ni esperamos, que Dios reúna a todos sus santos en la tierra; pero en el momento en que nuestros corazones no estén libres y abiertos a todos los santos de Dios, estamos en un error. No es que tenga que hacerlos venir, pero la pregunta es saber si mi corazón está dirigido hacia todos ellos. Si no lo es, entonces soy un sectario.

5.4 - Los números que demuestran la ruina

Estas son las disposiciones en las que encontraba Nehemías. Su corazón estaba vuelto hacia el remanente a pesar de su debilidad y pequeñez. Porque, después de todo, este remanente, cuando subió de Babilonia, solo contaba con 42.000 hombres y unos pocos extranjeros, con unos 7.000 siervos, es decir, en total menos de 50.000 personas, amos y siervos incluidos. Hubo un tiempo en que Judá –una sola tribu– tenía no menos de 470.000 hombres desenfundando la espada (1 Crón. 21:5). Menciono estos números solo para mostrar lo grande que fue la caída, lo completa que era la ruina.

Así que Nehemías amaba a este pueblo tal como era; su corazón estaba abierto a todos los que eran de Israel, que hubiesen venido o no, los recibía en toda su debilidad, buscando naturalmente fortalecerlos, darles el entendimiento que Dios había dado a su propia alma; no los aceptaba ni los recibía por su fuerza e inteligencia, sino porque eran de Jehová, y por lo tanto todos tenían su lugar en la tierra de Jehová, donde Jehová quería tenerlos. El mismo Nehemías expone ahora ante Dios los insultos, el desprecio y las amenazas de estos enemigos de Jehová con la confianza que Él escuchaba y oía. «Oye, oh Dios nuestro, que somos objeto de su menosprecio».

5.5 - Oración y lucha

Pero esto se volvió más serio. Una conspiración se había urdido por los enemigos para hacer la guerra a Jerusalén. «Entonces oramos a nuestro Dios» (v. 9).

El pueblo no se contentaba con leer las Escrituras. Eso, lo hacía y encontraremos pruebas de ello más tarde. Pero lo primero en esos días era la oración. Había un espíritu entre ellos que estaba dispuesto a orar. Iban a Dios; traían todas las cosas a Dios, de lo cual se deducía que la gracia de Dios obraba en ellos, y que la sabiduría de Dios les era impartida. Nehemías toma con serenidad medidas de protección y da las instrucciones necesarias para la batalla.

Bueno, hoy estamos en la misma situación. Para el cristiano no se trata de luchar con la espada, sino de luchar la buena batalla de la fe. No solo estamos llamados a trabajar, sino también a resistir y a mantenernos firmes en estos malos días; por eso debemos estar armados contra las artimañas del diablo, y no pensar que basta con continuar una obra apacible para el Señor para estar en paz. Este remanente de Judá estaba constantemente en alerta, y para remediar su dispersión, Nehemías les dio instrucciones que les serían comunicadas con la trompeta. La trompeta debía producir un cierto sonido –una verdad importante para nosotros también. «En el lugar donde oyereis el sonido de la trompeta, reuníos allí con nosotros; nuestro Dios peleará por nosotros» (v. 20).

6 - Los pecados del pueblo (capítulo 5)

6.1 - Culpas internas del pueblo

¡Desgraciadamente! El capítulo 5 revela un estado de cosas mucho menos feliz. Los corazones de muchos estaban en mal estado. Los nobles entre los tecoítas no eran los únicos en faltar, mientras que el resto del pueblo era fiel a su trabajo; aquí «hubo gran clamor del pueblo y de sus mujeres contra sus hermanos judíos». El egoísmo y el amor al dinero habían causado los estragos descritos en los versículos 3 al 5: «Y había quienes decían: Hemos empeñado nuestras tierras, nuestras viñas y nuestras casas, para comprar grano, a causa del hambre. Y había quienes decían: Hemos tomado prestado dinero para el tributo del rey, sobre nuestras tierras y viñas. Ahora bien, nuestra carne es como la carne de nuestros hermanos, nuestros hijos como sus hijos; y he aquí que nosotros dimos nuestros hijos y nuestras hijas a servidumbre».

Una vez más Nehemías tiene que enfrentar la situación. Él «amonesta» a los nobles y a los jefes, se dirige a ellos con vehemencia y su reproche es bendecido por Jehová. Pero añade una advertencia muy solemne en caso de que tal conducta se repita en el futuro. Y toda la congregación dijo: «¡Amén! y alabaron a Jehová. Y el pueblo hizo conforme a esto» (v. 13).

7 - Nuevo plan del enemigo (capítulo 6)

7.1 - El enemigo propone la paz

Pero ahora el enemigo adopta un nuevo plan. No logró asustarlos: el gobernador estaba en guardia y el pueblo también. Entonces le propuso una reunión. ¿Por qué no deberían vivir en paz? ¿Por qué no tendrían comunión entre ellos? «Ven y reunámonos en alguna de las aldeas en el campo de Ono. Mas ellos habían pensado hacerme mal. Y les envié mensajeros, diciendo: Yo hago una gran obra, y no puedo ir; porque cesaría la obra, dejándola yo para ir a vosotros» (6:2-3)? Porque no era una llamada ordinaria para él; la gloria de Dios estaba ligada a esta obra. Mientras el remanente no estuviera en el lugar que Dios le había dado como la ciudad sobre la que descansaban sus ojos, mientras la ciudad fuera un montón de ruinas, era obvio que solo podía ofrecer un objeto de compasión; pero ahora Jehová obraba y su pueblo con él. El hombre de Dios, plenamente consciente de la importancia del servicio que se le ha confiado, no se deja perturbar. Así se nos informa que vinieron a Nehemías cuatro veces, y él les respondió de la misma manera.

7.2 - Otras trampas puestas por el enemigo

Entonces se intentó un nuevo ardid. Una carta de Sanbalat informa de un falso rumor que el propio Nehemías se supone que ha difundido: «¡Hay rey en Judá!», lo que sugiere que estaba ambicionando el trono. «Ven, por tanto, y consultemos juntos», concluía la carta. En apariencia, era una advertencia amistosa. Pero Nehemías no se engaña: «No hay tal cosa como dices, sino que de tu corazón tú lo inventas. Porque todos ellos nos amedrentaban, diciendo: Se debilitarán las manos de ellos en la obra, y no será terminada» (6:7-9).

El enemigo hace un tercer intento, aún más sutil. Utiliza a un traidor que le sugiere a Nehemías que se esconda en el templo. El hombre de Dios se niega categóricamente. «Entonces dije, ¿Un hombre como yo ha de huir?» (v. 11). ¿Dónde habría estado su fe? ¿Cómo podría un jefe del pueblo abandonar cobardemente a los que están a su cargo, mostrando que su única preocupación era su seguridad personal? Además, habría sido un flagrante desprecio por la gloria de Dios. Para un israelita, no era conforme según Dios usar el santuario de Jehová como los gentiles usaban sus templos, es decir, como un lugar de refugio cuando sus vidas estaban en peligro. El templo de Jehová estaba reservado para el culto y solo los sacerdotes entraban en él. Por lo tanto, era una idea pagana que fue sugerida a Nehemías por un profeta judío, pero que había imaginado una falsa profecía. Nehemías reconoció que «Dios no lo había enviado, sino que hablaba aquella profecía contra mí porque Tobías y Sanbalat lo habían sobornado» (6:12). ¡Qué trampas, qué artificios para, si es posible, desviar al siervo de Dios y a su pueblo del camino de la fe! Así que todas esas astucias fueron destapadas por la simplicidad y la devoción a la Palabra del Señor.

8 - El muro reconstruido y la lectura de la Escritura (capítulos 7 y 8)

El capítulo 7 nos muestra el pueblo frente al muro construido, y el estado civil del pueblo, mantenido con gran cuidado, un tema que no nos detendrá.

8.1 - Una notable lectura de las Escrituras

En el capítulo 8 asistimos a una nueva escena característica de la vida del pueblo de Dios. Se reúnen «como un solo hombre en la plaza que está delante de la puerta de las Aguas, y dijeron a Esdras el escriba que trajese el libro de la ley de Moisés, la cual Jehová había dado a Israel. Y el sacerdote Esdras trajo la ley delante de la congregación, así de hombres como de mujeres y de todos los que podían entender, el primer día del mes séptimo. Y leyó en el libro delante de la plaza que está delante de la puerta de las Aguas, desde el alba hasta el mediodía, en presencia de hombres y mujeres y de todos los que podían entender; y los oídos de todo el pueblo estaban atentos al libro de la ley. 4 Y el escriba Esdras estaba sobre un púlpito de madera que habían hecho para ello» (v. 1-4).

«Abrió, pues, Esdras el libro a ojos de todo el pueblo, porque estaba más alto que todo el pueblo; y cuando lo abrió, todo el pueblo estuvo atento. Bendijo entonces Esdras a Jehová, Dios grande. Y todo el pueblo respondió: ¡Amén! ¡Amén! alzando sus manos; y se humillaron y adoraron a Jehová inclinados a tierra. Y los levitas Jesúa, Bani, Serebías, Jamín, Acub, Sabetai, Hodías, Maasías, Kelita, Azarías, Jozabed, Hanán y Pelaía, hacían entender al pueblo la ley; y el pueblo estaba atento en su lugar. Y leían en el libro de la ley de Dios claramente» (8:5-8).

Notemos primero, que esta lectura, esta enseñanza, este enriquecimiento por la ley de Jehová interviene después de que los israelitas se hayan puesto en su verdadera posición. Nunca se verá a los hombres crecer en conocimiento permaneciendo en una posición falsa. Pueden saber lo suficiente del evangelio para que sus almas sean llevadas a Dios; también pueden ser instruidos en ciertos deberes morales, y debemos dar gracias a Dios por ello. Apresurémonos a reconocer lo que Dios está haciendo, dondequiera que lo esté haciendo. Pero nunca se espere tener la comprensión del pensamiento de Dios a menos que se esté donde Dios quiere que estemos. Y es obvio que lo que es bueno para un creyente es bueno para todos, que lo que Dios da como su voluntad para su pueblo es bueno para todos los que forman parte de su pueblo. Así que estaban reunidos en la ciudad de Dios, en la tierra de Dios, y ahí es donde la ley es provechosa.

No digo que en Babilonia y Asiria no hubiera nadie que leyera la ley de Jehová; pero todo estaba tan fuera de lugar allí, tan fuera de armonía con el pensamiento divino, que cuando es así, el espíritu se resbala de la Palabra. No causa la misma impresión en el alma. Las verdades de las Escrituras no hablan al corazón. Cuando se está en una posición verdadera, todo se ilumina, según la gracia y la soberanía de Dios. Es aquí en Jerusalén donde la ley de Dios tomará todo su valor.

Y como se nos informa, Nehemías, Esdras y los levitas dijeron a todo el pueblo: «Día santo es a Jehová nuestro Dios; no os entristezcáis, ni lloréis; porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la ley» (v. 9). Pero hay un tiempo para regocijarse, como hay un tiempo para llorar. Ese día fue un día de alegría. «Los levitas, pues, hacían callar a todo el pueblo, diciendo: Callad, porque es día santo, y no os entristezcáis. Y todo el pueblo se fue a comer y a beber, y a obsequiar porciones, y a gozar de grande alegría, porque habían entendido las palabras que les habían enseñado» (v. 11-12). Así es como deberíamos disfrutar de la verdad de Dios.

8.2 - La fiesta de los tabernáculos de nuevo celebrada

Los israelitas se reunieron en el séptimo mes para celebrar la fiesta de los tabernáculos; y la celebraron como no lo habían hecho desde los días de Josué hasta ese día. ¡Hecho solemne! ¿Qué ocurrió durante todos estos siglos? El Espíritu de Dios informa, para nuestra instrucción, que la fiesta de los tabernáculos había perdido su importancia en Israel desde los días de Josué. ¿Cuál era el significado de esta fiesta? ¿Por qué había sido abandonada? ¿Fue porque los israelitas estaban en guerra, viviendo en tiempos difíciles? Seguramente hubo luchas en los días de Josué, y hubo problemas en los días de los jueces; pero entonces llegaron David y Salomón. ¿Por qué no se celebraba entonces la fiesta de los tabernáculos, como ahora?

La razón me parece simple: Israel estaba tan ocupado con el presente descanso que se olvidaron de aquel que estaba por venir. ¿Y no es por la misma razón por la que la venida del Señor se ha perdido de vista durante tanto tiempo en la cristiandad? Durante cientos de años los creyentes no pensaron más en ello. Se establecieron en la tierra. Ya no vivían con la esperanza de la venida del Señor. Pero Dios la ha sacado a la luz y la ha recordado a los corazones de los hijos de Dios en estos desafortunados días del final.

Aquí asistimos a la reunión del pueblo en el verdadero terreno, lo que no se puede decir de la introducción de los israelitas en el país bajo Josué, ya que fue entonces cuando la fiesta de los tabernáculos cayó en desuso. Y es ahora, en esos malos días, en el punto de la mayor debilidad jamás alcanzada, que se muestra en el pueblo, no el poder, sino la fidelidad. Esta fidelidad y su apego a la obra de Jehová los llevan a descubrir la importancia de la fiesta de los tabernáculos. Su corazón mira con anticipación la gran reunión de todo Israel, después de que la cosecha y la vendimia hayan tenido lugar. «Y hubo alegría muy grande. Y leyó Esdras en el libro de la ley de Dios cada día, desde el primer día hasta el último; e hicieron la fiesta solemne por siete días, y el octavo día fue de solemne asamblea, según el rito» (8:17-18).

9 - Después de la fiesta: Ayuno y separación (capítulos 9 al 12)

En el capítulo 9, encontramos otra circunstancia, que siguió a la fiesta. Observaron un ayuno. Cuando hay sumisión del corazón a la Palabra, y la brillante esperanza del pueblo de Dios llena el corazón de alegría, es el momento en que podemos estar más profundamente afligidos. Estos dos sentimientos son perfectamente compatibles. Cuanto más se ponga ante los corazones de los santos el futuro que Dios ha preparado para su pueblo, más sentirán su insuficiencia actual. Esta es incluso la verdadera y divina manera de liberarnos de nuestras propias ilusiones o del poder del mundo. Fue así con estos judíos. Los vemos confesar sus pecados, y observamos cómo lo hicieron. «Y ya se había apartado la descendencia de Israel de todos los extranjeros; y estando en pie, confesaron sus pecados, y las iniquidades de sus padres» (9:2). Se reunieron y derramaron sus corazones ante Jehová. Reconocen su verdadero estado, pero, al mismo tiempo, sus corazones se vuelven hacia Dios con plena confianza.

Más aún, en el capítulo 10 los vemos reunirse para sellar el pacto ante Jehová, según la costumbre judía. El capítulo 11 designa y enumera a los que van a vivir en Jerusalén y las ciudades de Judá, mientras que el capítulo 12 cuenta los sacerdotes y los levitas que subieron con Zorobabel, hijo de Selatiel, y nos hace asistir a la dedicación del muro. Me abstengo de entrar en todos estos detalles, a pesar de su interés, pero me detendré en el último capítulo del libro, que nos da una última estimación de la obra de Nehemías.

10 - Separación de los mezclados en el pueblo (capítulo 13)

10.1 - Inobservancia en la separación

Había pasado algún tiempo, alrededor de un siglo, desde que el remanente había regresado. Cuando Nehemías considera el estado práctico de este, descubre un rasgo doloroso; el espíritu de separación que había existido al principio se había relajado mucho desde entonces. Y me pregunto, queridos hermanos, si no tenemos que examinar hasta qué punto no es así en nuestro caso. Tenemos que vigilar y tener cuidado continuamente. No es que no nos alegremos de que el Señor añada almas, y si añadiera a los suyos diez veces más de las que hay hoy, daría gracias a Dios de todo corazón; pero sería consciente del peligro de que la introducción de diez veces más de personas no diera diez veces más razones para humillarnos. No se trata de alegrarse menos, sino de estar más atentos. Así, en esta ocasión «Aquel día se leyó en el libro de Moisés, oyéndolo el pueblo, y fue hallado escrito en él que los amonitas y moabitas no debían entrar jamás en la congregación de Dios» (13:1). Esto es algo nuevo para ellos: no tenían idea de antemano de la razón de esta separación: «por cuanto no salieron a recibir a los hijos de Israel con pan y agua».

Así vuelven a los principios del comienzo. «Cuando oyeron, pues, la ley, separaron de Israel a todos los mezclados con extranjeros» (v. 3).

Estaba escrito: lo habían leído antes. Ahora lo aplicaban. No solo necesitamos la Palabra, sino que necesitamos el Espíritu de Dios para hacerla viva. Y ahora que descubrían su aplicación, actuaban en consecuencia.

¿Era de extrañar que hubiera fuentes de debilidad entre ellos? Con la complicidad de Eliasib, Tobías, que era el constante enemigo del pueblo de Dios, había encontrado un lugar ¡incluso en el santuario de Dios, en la casa! Resalta en nuestro texto que Nehemías hizo dos visitas a Jerusalén, y este abandono de los primeros principios ocurrió en el intervalo de su ausencia. «En el año treinta y dos de Artajerjes rey de Babilonia fui al rey; y al cabo de algunos días pedí permiso al rey para volver a Jerusalén» (v. 6-7) –se trata del segundo permiso para alejarse de la corte de Artajerjes. Entre la primera fecha, el año veinte de Artaxerxes (2:1) y este, transcurre una docena de años. «Y entonces supe del mal que había hecho Eliasib por consideración a Tobías, haciendo para él una cámara en los atrios de la casa de Dios».

10.2 - Abstención de la Mesa del Señor

Pero observemos otro principio importante. ¿Qué hizo Nehemías? ¿Se mantuvo alejado de la casa de Dios? ¿Dejó de ir allí para adorar? Ciertamente no, y nosotros tampoco deberíamos. El pecado en otro creyente no es nunca una razón para no acercarse a la Mesa del Señor. De hecho, si fuera una razón suficiente, sería una razón válida para todos los que son justos. Y si todos los justos se abstuvieran, ¿dónde estaría la Mesa del Señor? No, queridos amigos, ese es un principio completamente falso y malvado. Si hay maldad, miremos a Dios para enfrentarla de la manera correcta. Miremos a Dios para que nos dé la sabiduría para tratar este mal de acuerdo con su Palabra y para fortalecer las manos de los que velan por la gloria del Señor.

No es la presencia del pecado lo que destruye el carácter de la Mesa del Señor, sino la negativa a juzgarlo. Podría haber el más terrible de los males: no es razón para alejarse de la Mesa del Señor. Si supiera de la existencia de un pecado grave en su congregación, no me abstendría de visitarla, pero quizás vendría a ayudarles. Si pudiera ayudarles, mi deber sería hacerlo; no hacer el trabajo por vosotros, sino poner ante vosotros la responsabilidad de hacer el trabajo vosotros mismos con la ayuda del Señor, porque sois responsables.

El hecho de que Tobías había tenido éxito, gracias a la influencia del sumo sacerdote, a instalarse una habitación en la casa de Jehová, no hizo retroceder a Nehemías. Vino a Jerusalén, vio el mal y le dolió «en gran manera». Este fue el primer efecto. «Y me dolió en gran manera; y arrojé todos los muebles de la casa de Tobías fuera de la cámara, y dije que limpiasen las cámaras, e hice volver allí los utensilios de la casa de Dios, las ofrendas y el incienso» (v. 8-9).

Un israelita solo, tenía derecho a actuar de esta manera, mientras que hoy en día un acto de disciplina es hecho por toda la asamblea. Ni siquiera un apóstol habría actuado solo. Cuando Pablo oyó hablar de un horrible mal en la iglesia en Corinto, no se negó a escribirles, ni dijo: “Dejáis de ser la asamblea de Dios”. Por el contrario, se dirigió a «la iglesia de Dios que está en Corinto», y la unió a todos los santos que estaban en la tierra: «con todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro» (1 Cor. 1:2). Les habla del terrible mal que sabía que estaba entre ellos, y añade que ha juzgado qué decir, pero les ordena que lo hagan ellos mismos. Les correspondía juzgar el mal y así demostrar que eran puros en este asunto. Esa era la forma en que Dios trabajaba en la Iglesia.

Disfrutamos de Cristo juntos. No se me permite ir a mi casa, tomar pan y un poco de vino, y llamarlo la Cena del Señor. Es en la iglesia donde la celebro, realizando la verdadera comunión abierta a todos los santos de Dios que caminan de acuerdo con el Señor. Al hacerlo, miro a Dios para que opere en los suyos eliminando todo lo que no esté en conformidad con esta santa comunión. Esto es lo que hace Nehemías entonces. Conoce y siente su dolor y actúa; solo que, como hemos visto, es el único que lo hace, mientras que ahora, en la iglesia, debe haber comunión.

El hombre de Dios nota otros casos de desorden. Se entera de que las porciones de los levitas no les fueron dadas: «Los levitas y cantores que hacían el servicio habían huido cada uno a su heredad. Entonces reprendí a los oficiales, y dije: ¿Por qué está la casa de Dios abandonada? Y los reuní y los puse en sus puestos» (v. 10-11).

Después es el día de reposo el que no se respeta. Un gran tráfico tiene lugar ese día, y Nehemías vuelve a reaccionar vigorosamente. Aunque ya no estamos bajo la ley del sábado, el día del Señor debería ser al menos tan importante para nosotros como el sábado lo era para el hombre bajo la ley. ¿No es muy culpable, queridos hermanos, usar el día del Señor para perseguir nuestros propios propósitos egoístas? El día del Señor tiene mayores exigencias que el día de reposo, pues son las exigencias de la gracia sobre todos los hijos de la gracia. ¡Que nunca olvidemos esto! No es que no podamos usarlo en el espíritu de gracia y de libertad; pero usarlo para nosotros no es usarlo para Cristo. Es imitar a aquellos que no conocen a Dios. Por lo tanto, cuidémonos de ser como ellos.

10.3 - Uniones extranjeras

Finalmente, la atención del hombre de Dios es atraída por un hecho aún peor: «Vi asimismo en aquellos días a judíos que habían tomado mujeres de Asdod, amonitas, y moabitas; y la mitad de sus hijos hablaban la lengua de Asdod» (v. 23-24). Todo estaba confuso. «Y reñí con ellos» (v. 25). Nehemías interviene de nuevo con la mayor severidad. Recuerda cómo incluso Salomón se había extraviado en esto, y este ejemplo es aún más sorprendente ya que era, con mucho, el hombre más exaltado de Israel. Su caso se plantea en estos días de debilidad y degradación como para mostrar que cuando se trata de juzgar el mal no hay aceptación de personas. Nehemías lo confirmó expulsando de él a uno de los hijos de Joiada, hijo de Eliasib, el sumo sacerdote, que era el yerno de Sanbalat el horonita. «Los limpié, pues, de todo extranjero, y puse a los sacerdotes y levitas por sus grupos, a cada uno en su servicio; y para la ofrenda de la leña en los tiempos señalados, y para las primicias» (v. 30-31).

Tan sucintamente como hemos estudiado este importante libro, hemos podido ver, me gusta pensarlo, un poco más claro y completo el propósito general. Que el Señor bendiga su meditación para todos nosotros.