La disciplina de la cual todos participan

Hebreos 12:5-11


person Autor: Paul FUZIER 20

flag Temas: La separación del mal y la disciplina La disciplina divina hacia el creyente

(Fuente autorizada: biblecentre.org)


Nuestro propósito no es tratar de manera completa el vasto e importante tema de la disciplina, sino señalar el hecho de que todos los hijos de Dios son parte de esta.

En el libro de Proverbios (3:11, 12), la disciplina de Jehová es esencialmente presentada como una expresión de amor de un padre hacia su hijo, un testimonio del interés por él. Este pasaje es citado en la epístola a los Hebreos (12:5, 6), donde se aplica entonces a todos los hijos (v. 8).

Siempre ejercitada con amor, la disciplina es sin embargo considerada como una «pena» (v. 7), un tema de tristeza para el presente (v. 11). Pero aprendemos que el Señor está pensando en el «después», en el fruto apacible de la justicia para aquellos que su disciplina ha ejercitado.

1 - Los caracteres de la disciplina

Dios actúa como un padre en la aplicación de la disciplina, según el sentido original de esta palabra que se relaciona con la educación, con la instrucción de un niño, incluso si esto puede ir hasta hacerlo «sufrir».

El libro de Proverbios –en su primera parte al menos– nos presenta la disciplina más bien como un conjunto de instrucciones, de consejos, de llamados a escuchar y a buscar la sabiduría. Es un padre –y una madre– que se dirigen a su hijo, llamándole: «Hijo mío».

Este primer aspecto, esencial, de la disciplina, la expresión del amor del Padre por su hijo, se encuentra en la epístola a los Hebreos. El objetivo del «Padre de los espíritus» es de educar a sus hijos, de educarlos es decir hacerlos partícipes de su santidad (v. 14).

Notamos que, en este pasaje de Hebreos, la educación dada por Dios a sus hijos reviste tres formas: él los disciplina, él los reprende, él los azota. Las dos últimas formas son las más severas, pero no son mencionadas sino una sola vez: la reprensión y el castigo son de una aplicación poco frecuente. La palabra «disciplina», se encuentra por lo menos ocho veces. Por su repetición, el Padre nos dice que llama primeramente nuestra atención e incluso nuestro afecto de hijos, para instruirnos, para enseñarnos el camino donde debemos andar, para aconsejarnos, teniendo su mirada en nosotros. Él reserva el látigo y el freno a aquellos que no tienen inteligencia (Salmo 32:8, 9).

Sin embargo, si nos damos cuenta que nuestro Padre ha debido disciplinarnos, esto solo puede causarnos tristeza «al presente» (v. 11). Pero Dios tiene ante él, lo que será el «después»; para nuestra bendición y para su gloria. Sin duda, es para nosotros difícil «al presente» de una disciplina, pensar al «después»; por lo tanto hay en esto un gran aliento, porque conocemos el motivo perseguido por nuestro Padre.

«La disciplina no es siempre un castigo, ni mucho menos; pero ella hace parte de nuestra educación, para que aprendamos a combatir el pecado, a perseguir la paz con todos y la santidad, y que retengamos la gracia, a fin de que por ella sirvamos a Dios de una manera que le sea agradable, con reverencia y con temor» (Disciplina y reprensión – Messager Evangélique 1950, pág. 225).

2 - El alcance de la disciplina

Todos los hijos, todos aquellos que, por el Espíritu de adopción dicen «Abba, Padre», participan de la disciplina, «azota a todo el que recibe por hijo» (v. 6) –que él los reconoce como teniendo derecho a los privilegios de hijo, diferentemente a la de un hijo ilegítimo.

Este pasaje nos introduce en la intimidad de la familia de Dios, donde tenemos acceso porque somos sus hijos.

Comprendemos entonces que la disciplina presenta no solamente un aspecto individual, en su aplicación directa al hijo que el padre castiga, sino también un aspecto colectivo: los otros hijos de la familia toman parte como testigos. Esto los hace sin duda conscientes que es uno de entre ellos que el Padre disciplina, y que actuará hacia ellos de la misma manera si es necesario.

Ciertamente, nuestro «padres terrenales han actuado «como a ellos les parecía», es decir según su sabiduría imperfecta. Pero esto nos es presentado como una figura fácil para comprender lo que es la disciplina del «Padre de los espíritus», que actúa sin error, a fin que «vivamos», es decir para que presentemos aquí abajo los caracteres de la vida de su muy amado Hijo. Podemos decir que la disciplina alcanza su propósito cuando nuestras miradas y nuestros corazones se apartan de nosotros mismos para fijarlos en Cristo.

3 - La participación de la disciplina

Citaremos dos ejemplos en el capítulo 21 del evangelio según Juan.

El primero se encuentra en los versículos 1 al 14. Después de la resurrección del Señor, Simón Pedro invita a seis otros discípulos a seguirle en sus antiguas actividades de pescador. ¿Había ya olvidado que el Señor lo había llamado para que pescara a hombres (Lucas 5:10)? De madrugada, el Señor Jesús se acerca a ellos y los pone a prueba haciéndoles esta pregunta: «Hijitos, ¿tenéis algo de comer?». Respondiendo: «No», los discípulos juzgaban su conducta. El Señor les dice entonces donde y como pescar. Les hace comprender así que los perdonaba. Juan, que habitualmente estaba cerca de él, lo reconoce y encuentra el gozo de sus relaciones con su Señor, como testifica el hecho de nombrarse desde ahora «el discípulo a quien amaba Jesús». Permanece nuevamente en su amor. Plenamente restaurado, le dice a Pedro, su más próximo compañero: «Es el Señor».

Esta escena, ¿no nos muestra también como puede ser recibida la disciplina en una iglesia local? Ciertamente, es Pedro el que había arrastrado a sus compañeros, pero ninguno de ellos había entonces comprendido que no tenían que volver a sus actividades anteriores, que estaban separados por la cruz y la resurrección del Señor. En figura, ellos volvían a los «débiles y pobres rudimentos»; todos tenían necesidad de ser reprendidos. Pero, el primero en reencontrar la comunión ha sido también el instrumento para guiar a los otros hacia la restauración –Simón Pedro por lo menos. Pronto vemos a los siete participar de la comida que el Señor ha preparado para ellos, en el gozo y la paz de una comunión reencontrada.

La segunda escena (v. 15-21) nos muestra como la disciplina aplicada a Simón Pedro bajo la mirada de sus compañeros, produce su fruto en los demás, en Juan en particular. ¿Podríamos pensar que los otros discípulos se quedaran indiferentes a la conversación y no hayan participado de esta disciplina? La pregunta del Señor «Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos?» (Juan 21:15) se dirigía en primer lugar a Pedro; pero, ¿no estaba también destinada a conducir a sus compañeros a preguntarse en cual medida ellos mismos amaban al Señor? Entonces ¿cómo hubieran podido tener un pensamiento de juicio o de superioridad con respecto al hijo de Jonás? Todos deben escuchar las palabras santificadoras del Señor.

Somos así puestos en alerta contra el peligro de pensar que la disciplina concierne solamente a aquel –o a aquella– que ha tropezado, y de ser indiferentes a su estado y a sus necesidades espirituales.

¡Que pérdida para aquel que ha caído y que podría perder aliento, pero también para la iglesia local que menospreciara de hecho la disciplina del Señor!

4 - Los efectos de la disciplina. La restauración

En los ejemplos que tenemos en estos versículos, los compañeros de Pedro se quedan callados. En cambio Juan, comprende más rápidamente la instrucción del Señor, porque estaba, más que los otros, cerca de él. Sin embargo, nunca se coloca delante.

En la primera escena (v. 1-14), es una ayuda para Pedro, porque le hace ver al Señor.

En cuanto a los otros discípulos, a su vez lo reconocieron (v. 12), aunque intimidados por su presencia.

¡Que haya hoy, en las iglesias probadas, uno o más siervos que sepan, como Juan aquí, decir a sus hermanos y hermanas: «Es el Señor», y así contribuir a la restauración del que ha tropezado y a la bendición de todos!

En la segunda escena (v. 15-21), Juan escucha en silencio; por eso está dispuesto a seguir al Señor. Es un ejemplo de cómo la disciplina trabaja rica y felizmente en la conciencia y el corazón de aquellos que participan en ella. Atento a las instrucciones y a las palabras que el Señor dirigió a Pedro, se las había aplicado a sí mismo. Se las había apropiado tan bien que respondió inmediata y silenciosamente a su invitación: «Sígueme». Su ministerio estará marcado por la experiencia de estos momentos, como lo atestiguan sus escritos: se presenta como «Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo» (Apocalipsis 1:9).

Todos los compañeros de Pedro participaron en la disciplina de la que él era un objeto particular. Acabamos de presentar los resultados en Juan; Pedro, como sabemos, pudo entonces «confirmar a sus hermanos» y glorificar a Dios con su muerte. No se nos dice nada sobre el servicio de los otros cinco; solo conocemos los nombres de tres de ellos: Santiago, el hermano de Juan, que fue asesinado por Herodes el tetrarca (Hechos 12:2), Tomás y Natanael. Los dos últimos no son nombrados, tal vez para mostrarnos que la disciplina no está reservada para unos pocos, en una iglesia, sino que todos participan.

5 - Los resultados prácticos

Hemos notado el papel de Juan en la manifestación del Señor en el lago de Tiberíades, cuando recobró plenamente la conciencia del amor de su Salvador. Esta es la condición necesaria para levantar «las manos caídas y las rodillas paralizadas».

Así como los consuelos que nos da el Padre de las misericordias y el Dios de todo consuelo, haciéndonos capaces de consolar a los afligidos, por el consuelo con el que nosotros mismos hemos sido consolados por Dios, así también el fruto apacible de la justicia debe ser producido en nosotros, para que podamos fortalecer a los santos en su vida de oración y en su andar.

De esta manera, la disciplina es experimentada por todos, para la curación de lo que claudica y para la búsqueda de la paz con todos y de la santidad, en la separación y el juicio de todo mal. ¿No es esto, de hecho, el resultado pleno de la disciplina que nos hace participar de la santidad de Dios?

Si alguna nube, se me presenta
De Ti quitándome el Resplandor
Divino Amigo, tras la tormenta,
Como antes brillas con tierno Amor.

Que de Ti nada pueda apartarme
Y si de nuevo, Señor Jesús,
En mi flaqueza vuelvo a desviarme,
Haz que muy pronto torne a tu luz.

Tu tierno amor, cual Tú invariable,
Hará gustarme cada vez más
Y así probada, de mi esperanza
Tú la corona siempre serás.

Himnos y Cánticos No. 79, modificado