Vida eterna


person Autor: Michael HARDT 12

flag Temas: La vida eterna El estado eterno

(Fuente autorizada: biblecentre.org)


1 - ¿Qué es la vida eterna?

La vida eterna es una de las ricas bendiciones que pertenecen a los que creen en el Hijo de Dios. Pero, ¿todos los cristianos saben que la poseen, saben todos verdaderamente de qué se trata? Algunos confunden la vida eterna con la existencia eterna. Sin embargo, todos los hombres poseen un alma inmortal, no solamente los creyentes. Otros van un paso más adelante y relacionan la vida eterna con el hecho de que los creyentes son guardados de la “muerte segunda”, es decir, con el hecho de que no vendrán a juicio y que pasarán eternamente a la presencia de Dios. Esto estaría un poco más cerca de la verdad, pero la vida eterna, en realidad, significa muchísimo más.

El tema de la vida eterna es fascinante. Desafortunadamente, ha sido motivo de muchas controversias y tiende a ser el blanco de los ataques del enemigo (buscamos prevenir a los creyentes para que gocen de esta bendición y de la seguridad que da la obra del Señor). Este artículo no intenta revivir la controversia, sino simplemente ayudar a los lectores a profundizar el tema y, esperamos, a que puedan gozar más plenamente de esta bendición tan particular.

2 - Vida eterna en la eternidad pasada

Vida eterna es lo que las Personas de la Divinidad gozaban en la eternidad pasada[1]. En 1 Juan 1:1-2, leemos que los apóstoles habían sido capacitados para darnos testimonio de “la vida eterna, la cual estaba con el Padre”. La frase clave aquí es: “estaba con el Padre”. Sabemos que Juan en su evangelio utiliza el equivalente a esta palabra “estaba”: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (las palabras “era” y “estaba” corresponden a la misma palabra en griego). Sin duda alguna, la palabra “era” —la cual es opuesta a la expresión “fue hecho” carne (Juan 1:14)— se refiere a la eternidad pasada. El versículo de la epístola de Juan muestra que la vida eterna “estaba con el Padre”, es decir, en la eternidad pasada. Para destacar la conexión entre los primeros versículos del evangelio de Juan y los primeros versículos de su epístola, él se refiere al Señor Jesús como “el Verbo de Vida”.

En 1 Juan 5:11, hallamos otra prueba de que la vida eterna es la que pertenece a las Personas de la Divinidad: “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo”. El Señor tiene y siempre ha tenido esta vida eterna en sí mismo. Él era “con el Padre” en la eternidad pasada y por esto la vida eterna era con el Padre. Esto no significa que el Padre no tenía vida eterna. Ciertamente, sabemos que el Padre poseía de manera propia (en sí mismo) la vida eterna. Leemos en Juan 5:26, “Porque como el Padre tiene vida en sí mismo...”. Esta vida existía cuando ambas Personas de la Divinidad tenían entre ellas esa estrecha relación y comunión en la eternidad pasada. El Padre amaba al Hijo desde antes de la fundación del mundo (Juan 17:24).

3 - Vida eterna prometida

¿Se atrevería usted a decir que los hombres deberían recibir esta misma vida? Probablemente no, pero, ¡es lo que la Biblia enseña! Incluso en la eternidad pasada[1], antes del “principio de los siglos”, Dios tenía el objetivo de que la vida eterna estuviera disponible para muchos. Acerca de esto leemos en Tito 1:2: “... la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos”.

4 - Vida eterna en un Hombre

Dado que el Hijo tiene vida en sí mismo, puede resultar asombroso a primera vista, al leer en Juan 5:26, que el Padre “... ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo”. Siendo Dios, el Señor tenía siempre la posesión de la vida eterna en sí mismo. Ciertamente, Él es la vida eterna, según leemos en 1 Juan 5:20: “Este es el verdadero Dios, y la vida eterna”. También hallamos una frase breve pero significativa en Juan 1:4: “En él estaba la vida”. Sin embargo, como Hombre, tuvo que recibir del Padre la facultad de tener esta vida eterna.

La vida eterna en un Hombre —que gozaba de esta vida en forma constante y perfecta— es un tema sorprendente. La vida eterna tal como la podemos observar en la eternidad pasada sólo nos hubiera brindado una noción clara pero resumida de lo que esto significa.

Pero esto fue realmente revelado en un Hombre que no sólo nos visitó brevemente, sino que además “habitó entre nosotros” (Juan 1:14). Esto brindó la oportunidad de que algunos testificaran de qué manera la vida eterna se manifestaba en aquellos ámbitos, en las situaciones “típicas de cada día”. Este es el principal mensaje que Juan transmite al principio de su primera epístola. Los apóstoles habían estado allí: ellos habían oído, habían visto, habían contemplado y hasta habían palpado con sus manos lo que concierne a la vida eterna que había sido “revelada”.

Cuando el Señor vivió en esta tierra lo eterno fue hecho visible: “(porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó)”. ¿Desea usted saber cómo actúa la vida eterna aquí en la tierra? Mire a Jesús, un hombre humilde, y observe cómo Él trató con individuos y con muchedumbres, cómo reaccionó ante la fe y ante la incredulidad; cómo trató con los seguidores y con los opositores; cómo actuaba con los pecadores arrepentidos y con los hipócritas; cómo exhibió la obediencia perfecta y el amor divino. Fue en la vida de Jesús, como hombre, que la vida eterna fue manifestada.

5 - Vida eterna comunicada a otros

Hasta ahora hemos establecido que la vida eterna es la vida que pertenece a las Personas de la Divinidad y al Señor Jesús como hombre. Pero la Palabra nos enseña que la vida eterna también puede ser comunicada a otros. En su oración de Juan 17, el Señor declara al Padre: “Como le has dado (al Hijo) potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste” Para saber quienes son los de este grupo, “todos los que le diste”, podemos examinar algunos versículos que presentan las exigencias necesarias para recibir la vida eterna.

Es esencial creer en:

Para recibir la vida, es esencial creer en el Señor Jesús como Aquel que vino del cielo y vivió sobre la tierra como el Hijo de Dios venido en carne: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre” (Juan 6:51). Pero, tener fe solamente en Su vida no es suficiente. El resto del versículo citado continúa diciendo que el Señor se hizo hombre con la intención de morir: “...y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo”. La fe en su muerte es necesaria también. Esto también está señalado en el versículo 53 de Juan 6: “Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”. El Señor se había presentado bajo la figura del “pan de vida” (verso 48). Al comer el pan del cielo (verso 49, conocer al Señor en su naturaleza humana) y comer su carne, y beber su sangre (conocer al Señor en su muerte), el creyente recibe la vida eterna. Esto no es un acto ceremonial —esto no tiene nada que ver con la cena del Señor— sino una figura que ilustra el hecho de que recibimos nuestra real existencia de aquel que vivió y murió aquí: el Hijo del Hombre.

Por eso, la muerte del Señor tiene una importancia doble en cuanto a la recepción de la vida eterna: primeramente, fue necesaria para que la vida eterna estuviera disponible (Juan 3:14); y en segundo lugar, la fe en su muerte es una exigencia para la recepción de la mencionada vida eterna.

Podemos concluir que fue la voluntad del Padre (Juan 6:40) la que autorizó la disponibilidad de la vida eterna sobre la base de la fe (3:15,16). Él dio al Hijo autoridad (17:2) para comunicar esta vida a todos los que creyeran en Él, conociéndolo como Hombre en Su vida y en Su muerte (6:51,53). La idea de que la vida que Dios siempre ha tenido sea comunicada al hombre debería conducirnos a la adoración. Este fue el objetivo de la misión del Señor: “yo he venido para que tengan vida” (Juan 10:10). Este es el único modo de poseer esta vida. Nadie puede poseer la vida eterna si no tiene al Señor Jesús o si no está en Él. Esto es lo que nos dice 1 Juan 5:12: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”.

Entonces, el creyente tiene la misma vida que posee el Señor mismo. Hay, sin embargo una diferencia. El Señor tiene la vida eterna en “sí mismo”. Los creyentes la tienen solamente en el Señor. Para comprender la diferencia, piense en un árbol y en una hoja. El árbol es la vida y la hoja la tiene sólo gracias al árbol. Por otro lado, el árbol no necesita de la hoja, ya que él tiene la vida por propio derecho o en sí mismo. Otra vez, citamos el verso de 1 Juan 5:11: “Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo”.

6 - Posesión presente de la vida eterna

Pasajes como el de Juan 3:16 deberían bastar para dejarnos en claro que todo aquel que cree en el Señor posee la vida eterna. Esto no es simplemente una promesa que se cumplirá en un futuro en el cielo, sino una bendición para ser disfrutada en la tierra, en la actualidad. Los creyentes no sólo deberían experimentar esto, sino que también deberían estar conscientes de que es un hecho objetivo. Juan escribe explícitamente: “Estas cosas os escribo a vosotros... para que sepáis que tenéis vida eterna”. (1 Juan 5:13).

7 - Características de la vida eterna: obediencia y amor

La posesión de la vida eterna no es solamente una curiosidad teológica. Tampoco es un tema que «simplemente» nos conduce a adorar al Padre y al Hijo. Es también un asunto muy importante para nuestra vida práctica. Esta vida eterna se manifiesta a sí misma en nuestras diferentes circunstancias de la vida diaria. Lo mismo le sucedía a nuestro Señor cuando estuvo sobre la tierra. El creyente posee la misma vida con sus «manifestaciones» propias.

El primer rasgo de la vida eterna es la obediencia “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos”(1 Juan 2:3). Los que conocen a Dios son los que han recibido la vida eterna.

El segundo rasgo de la vida eterna es el amor: “El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz”(1 Juan 2:9-10),y: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos”(1 Juan 3:14).

Notemos que el amor no es aquí solamente un concepto teórico, sino que se presenta como algo sumamente práctico: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Juan 3:17). Incluso en los asuntos materiales puede observarse la influencia que tiene en el creyente el hecho de que posee la vida eterna y por lo tanto la capacidad para amar.

Los apóstoles “habían oído”, “habían visto”, “habían contemplado” y “habían palpado” estas dos características, obediencia y amor (1 Juan 1:1), cuando el Señor estaba en la tierra. Él fue obediente hasta la muerte (Fil. 2:8), y los amó hasta el fin (Juan 13:1). Y porque hemos recibido esta misma vida, “cosa que es verdadera en él y en vosotros” (1 Juan 2:8), estamos capacitados para demostrar las mismas características.

8 - Las etapas de crecimiento para los poseedores de la vida eterna

Aun cuando cada creyente en el Señor Jesús posee la vida eterna, hay sin embargo etapas de crecimiento en cuanto al goce de la vida eterna y el grado en el que nosotros (nuestras acciones y actitudes) estamos caracterizados por ella. En analogía con la vida natural, el apóstol Juan se refiere a los diferentes grupos dentro de la familia de Dios como “pequeños niños”[2], “jóvenes” y “padres” (1 Juan 2:13, 14). Todos los hijos de Dios tienen una nueva naturaleza, poseen la vida eterna, y también tienen etapas de crecimiento. Exactamente como en el caso de la vida natural, sería lamentable que no hubiera ningún crecimiento en las vidas espirituales de aquellos que han recibido la vida eterna.

9 - Vida en abundancia

Encontramos otro pasaje interesante en relación con el punto anterior en Juan 10:10: “yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Este versículo nos sugiere claramente (al menos a mí) que hay diferentes medidas en cuanto a la vida. Una cosa es tener vida pero otra es tenerla en abundancia. Los santos del Antiguo Testamento tenían la vida de Dios, tenían una nueva naturaleza, pero no conocían al Padre y al Hijo (Juan 17:3). Aunque ellos poseían lo que esencialmente era la misma vida, no la tenían en la misma condición o medida.

Otro aspecto de esta diferencia parece estar indicado en 1 Corintios 15:45, donde el Señor Jesús es mencionado como un “espíritu vivificante”. Relacionando esta referencia con Juan 20:22, entendemos que es el Señor resucitado quien, como un espíritu vivificante, da la vida de resurrección. En otras palabras, la vida en abundancia tiene esta nueva dimensión, no es meramente la vida del Señor, sino la vida del Señor resucitado. Por cierto, es algo que los santos del Antiguo Testamento no conocían. Cuán rica es esta vida que el Señor nos ha dado “en abundancia”.

Otra mención de lo anterior es la que encontramos en las palabras del Señor a Nicodemo en Juan 3. Luego de hablar con él sobre las cosas terrenales relacionadas con el nuevo nacimiento —las cuales Nicodemo debería haber sabido del Antiguo Testamento (verso 10)— el Señor habla sobre las cosas divinas (verso 13). Inmediatamente después de esto, Él habla sobre la vida eterna. “Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales? Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre, que está en el cielo. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

Claramente, la vida eterna está relacionada con lo que es divino y no con las bendiciones terrenales de los santos del Antiguo Testamento.

10 - ¿Por qué se llama vida «eterna»?

La vida eterna está relacionada con lo que es eterno y por lo tanto con lo que es Divino (ver lo anterior) e invisible: “...pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:18). La vida eterna, por lo tanto, no solamente permanece para siempre, sino que también implica una vida en la cual se goza de las cosas eternas y de las Personas Divinas. El Señor confirma esto con sus propias palabras en Juan 17:3: ”Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”.

Bien podemos preguntarnos hasta qué punto nuestras vidas se caracterizan por la manifestación de la vida eterna y por el interés y el gozo de las cosas eternas.

11 - El aspecto futuro de la vida eterna

Pablo, Judas y los escritores de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos, Lucas) utilizan a menudo el término “vida eterna” refiriéndose al gozo futuro[3] (ej. Lucas 18:18, 30 ; Romanos 2:7, 6:22, 23 ; Tito 3:7 ; Judas 21). Esto no es ninguna contradicción con el ministerio de Juan, el cual expone la bendita posesión actual que los creyentes tenemos de la vida eterna (ahora).

Aunque ahora poseemos la misma vida y tenemos la capacidad de tener comunión en ella con los apóstoles y también con el Padre y el Hijo (1 Juan 1:3), hay miles de influencias que conspiran con el fin de impedirnos que disfrutemos de ella. Cuando estemos con el Señor, esto será totalmente diferente. Nada podrá inquietarnos. Podremos gozar de la vida eterna en perfección.

Es mi deseo que estas líneas puedan ayudar a los creyentes a conocer acerca de la bendita posesión de la vida eterna, y a gozar conscientemente de la comunión con el Padre y con el Hijo y, en consecuencia, de la comunión los unos con los otros.


[1] “Pasado eterno”, se refiere al “tiempo” en el que no había nada excepto Dios, nada que hubiera tenido vida biológica. Utilizamos la frase por la carencia de palabras apropiadas.

[2] Mientras que la mayoría de los miembros de la familia de Dios son tratados como niños >Griego: Teknia< (1 Juan 2:1, 12, 28), hay otros que son mencionados como “pequeños niños” >Griego: Paidia< (1 Juan 2:14, 18) (ver Versión J.N.Darby – Inglesa).

[3] En el reino o en la casa del Padre.