Todo tipo de vasos

Jeremías 18:1-8


person Autor: Pierre COMBE 19


Meditación oral. 2005. Las subdivisiones y subtítulos han sido añadidos por Bibliquest

1 - Lenguaje figurativo

El lenguaje figurativo (o simbólico o como tipo), ilustrado, es muy común en las Escrituras. El profeta Oseas nos dice (12:11) que Dios habla en parábolas. Hay muchas imágenes en la Escritura: vienen al encuentro con nuestras mentes limitadas y nos permiten, si percibimos su significado, captar el pensamiento divino. Es por este medio figurativo, recordándoles circunstancias habituales de la vida diaria o de los elementos de la naturaleza, que el Señor comunicó tantas enseñanzas a las muchedumbres, a sus discípulos, haciéndoles comprender lo esencial de lo que él quería enseñarles. La tipología es también muy llamativa y abundante en la Palabra, además de los Evangelios. Tenemos una manifestación de este modo de enseñanza en estos pasajes, especialmente en los primeros versículos de este capítulo 18 de Jeremías que acabamos de leer.

2 - El estado del hombre natural

Sabemos cual es la apreciación divina del hombre y de su corazón caído. El certificado divino con respecto a la naturaleza pecaminosa se nos da varias veces en la Escritura, especialmente al principio de la epístola a los Romanos, y en muchos otros pasajes. El profeta Miqueas, por ejemplo, nos dice (7:4) acerca del hombre pecador, el hombre natural en su estado de perdición: «…El mejor de ellos es como el espino; el mas recto, como zarzal» ¡es claro! La dificultad para el hombre orgulloso por naturaleza es aceptar –mejor dicho: estar de acuerdo o, aún mejor, estar convencido de lo que Dios dice de nosotros mismos, de lo que somos por naturaleza. «Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz; porque ¿de qué es él estimado?» (Is. 2:22). Sin embargo, es con respecto a tales criaturas: alejadas, perdidas, corrompidas, enemigas de Dios, y sin Dios en el mundo (Efe. 2:12), que este amor, del cual hemos cantado algo, se ha manifestado en sus recursos divinos, gloriosos y completos. El amor divino fue visto (plenamente demostrado), la Epístola a los Romanos nos dice: «en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (5:8).

3 - Vasos arruinados – vasos nuevos

Jeremías, atento al pensamiento de Dios y a sus enseñanzas durante todo el trayecto de su largo ministerio, obedece y baja a la casa del alfarero. Si hay una actividad evocadora, instructiva y significativa, es el trabajo de un alfarero, que desde una masa informe llamará a la existencia un jarrón hecho para complacerlo. De esta masa inerte y amorfa, quiere hacer un jarrón, un vaso ornamental. El Salmo 139, en uno de sus párrafos, de cierto modo retoma esta imagen. Jeremías baja a la casa del alfarero para ver cómo trabaja en su rueda, y la vasija que hacía se echó a perder.

Podemos decir que tenemos en estos pocos versículos una parábola sobre la tierra y sobre el hombre: la vasija se echó a perder, lo que Dios hizo se echó a perder. El hombre colocado en un jardín de delicias destruyó en un instante la obra divina hecha en 6 días. ¿Qué va a hacer el Creador, el alfarero divino? Hizo otra vasija «según le pareció mejor hacerla» (v. 4). Es imposible reparar el jarrón, está estropeado para siempre. Dios no puede reparar, mejorar la naturaleza pecaminosa, no hay nada en ella que corresponda a la naturaleza divina; no puede usarla ni recibirla. Hizo otra vasija con él.

3.1 - ¿Reparador de brechas?

Sabemos por el profeta Isaías (cap. 58:12) que Dios es el reparador de brechas. ¿Hay alguna contradicción? No, en absoluto. Dios no puede reparar lo que pertenece al pecado; y la conversión de un individuo, de una persona, no es en modo alguno mejorar al hombre pecador: es imposible, es dejado de lado. Su calidad y Su servicio como reparador de brechas consiste en la restauración de lo que tiene la vida, pero que ha caído. El creyente que peca, que falla, tiene los recursos del divino restaurador de brechas, y puede experimentar una restauración completa a través de la confesión, la humillación, el llevar luto; este es el efecto del Restaurador de brechas, ya sea individual o colectivamente.

3.2 - No hay restauración para el pecador

Pero por medio del hombre el pecado entró en el mundo, y pasó a todos los hombres, como lo dice la Epístola a los Romanos capítulo 5:12, «la muerte pasó a todos los hombres», y han recibido esa herencia inevitable, la naturaleza pecaminosa, e ineluctablemente pasa de generación en generación; no hay mejora posible, debe haber algo nuevo.

Esto es así, además, con todo lo que el hombre estropea; sabemos bien que, en lo que respecta a toda criatura humana, el único paso, el umbral que hay que cruzar –y solo puede ser cruzado sin desvío, sin ningún desvío– es el de la confesión de su estado, del reconocimiento de su perdición, y llamar a la gracia que no se le puede negar. Entonces, por el nuevo nacimiento, un hombre nuevo nace, un nuevo recipiente, que participa de la naturaleza divina (2 Pe. 1:4) aunque sigue siendo la misma criatura. De allí la doble naturaleza, las dos naturalezas, que coexisten en el redimido.

3.3 - Otro vaso. Dios hace algo nuevo

«Hizo otra vasija», y esta vasija debe satisfacer al alfarero divino, corresponder a sus requisitos, a Su propia naturaleza, a Sus caracteres. Así la nueva naturaleza que da vida al nuevo hombre, los que son «creados», como nos dice la Palabra más de una vez en la Epístola a los Efesios, «somos hechura suya, creados en Cristo Jesús» (2:10), son ese nuevo vaso que, en cuanto a Su naturaleza, no puede pecar, y no peca. El nuevo hombre no peca, solo puede satisfacer y complacer los ojos y requerimientos del alfarero.

Generalmente Dios hace cosas nuevas. Por lo tanto, crea un nuevo hombre.

3.4 - Israel y el Nuevo Pacto

Si pensamos en Israel, Él llamará a un nuevo Israel a la existencia a través de los sufrimientos, de las persecuciones y de la gran tribulación de los discípulos. Este nuevo Israel, el Israel de Dios, será puesto al beneficio de un nuevo pacto, –el Antiguo Pacto, que demostró la incapacidad del hombre, a pesar de sus compromisos, incluso a pesar de su buena voluntad para responder a las demandas divinas, ha llegado a su fin en Cristo, quien vino para cumplirlo (Mat. 5:17). Cristo mismo engrandeció la ley (véase Is. 42:21). La ley ya no tiene ningún derecho sobre un hombre muerto (véase Gál. 2:19). Ninguna ley puede tener poder de ejecución sobre un hombre muerto), y puesto que somos por pura gracia muertos y resucitados con Cristo, la ley ya no tiene ningún derecho sobre nosotros ya que solo puede operar y hacer valer sus derechos sobre el hombre natural. Nosotros nos beneficiamos de una gracia que nada puede detener; la medida con que la disfrutamos, depende de nosotros. Israel se beneficiará de un nuevo pacto; Dios cambiará sus corazones espiritual y moralmente; corazones que se han mostrado de piedra, los cambiará en corazones de carne: esto está escrito en Jeremías capítulo 31.

3.5 - El redimido, una nueva creación

El que está en Cristo, el redimido, es una nueva creación. La Palabra de Dios nos dice en 2 Corintios 5:17: «nueva creación es» [1], que va mucho más allá de lo que es una “criatura”, la criatura sigue siendo la misma, pero el hijo de Dios es una «nueva creación», un ser que nació de nuevo por el nuevo nacimiento. Hemos nacido de Dios. Y podemos decir que, en el cumplimiento del consejo divino, tenemos este nuevo corazón producido por el mismo poder de Dios, el que incluso traerá a la existencia nuevos cielos y una nueva tierra en los cuales habita la justicia (2 P 3:13).

[1] N.d.T. El término griego [Ktisis], traducido por “criatura” en muchas versiones, también tiene el sentido de «creación», como se puede ver, entre otros en Marcos 10:6; 16:15; Romanos 1:20, 25; 8:19-22, 39; Gál. 6:15; 2 Pedro 3:4; Apocalipsis 3:14.

4 - Vasos rotos

4.1 - Israel y la Iglesia cristiana: Vasos rotos por el juicio

Encontramos todavía en el capítulo 19:1, 10-11 de Jeremías la continuación de la comunicación de parte de Jehová sobre sus propósitos, con respecto al Israel infiel, sobre la ejecución de los juicios anunciados tantas veces por los profetas: «Entonces quebrarás la vasija ante los ojos de los varones que van contigo, y les dirás: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Así quebrantaré a este pueblo y a esta ciudad, como quien quiebra una vasija de barro, que no se puede restaurar más». No puede ser reparado. El profeta Isaías también utiliza la expresión «que sin misericordia lo hacen pedazos» (Is. 30:14).

Pero no olvidemos que será lo mismo con respecto a la profesión cristiana, la Iglesia profesa sin vida. Leamos simplemente el pasaje de Apocalipsis 2:26-28, se trata de Tiatira, que, como bien sabemos, es la expresión del romanismo; hay quienes en Tiatira, aunque tienen poco conocimiento, están apegados al Señor, y se les pide que se mantengan firmes hasta el final. «Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, le daré autoridad sobre las naciones, así como yo también la he recibido de mi Padre (y las regirá con vara de hierro, como vaso de alfarero serán desmenuzadas); y le daré la estrella de la mañana».

En las oscuras circunstancias de esta Iglesia profana, sin realidad, que ya no tiene ni siquiera en ese momento la forma de la piedad, los justos están en cierta medida asociados al Juez divino, el Señor, que ejerce su juicio sobre esta Babilonia de la que leemos en el capítulo 18 de Apocalipsis, y que se romperá como una vasija de alfarero: «¡Ha caído, ha caído la gran Babilonia!» (v. 2) Tres veces leemos esta expresión: «Ay, ay, de la gran ciudad» (v. 10, 16, 19) que encontrará su cumplimiento en el período apocalíptico.

4.2 - El corazón quebrantado. El vaso quebrantado en la escuela de Dios

Una vasija quebrada. Se puede ver que la vasija quebrada puede ser considerada bajo diferentes aspectos. Lo que acabamos de citar con respecto a Israel y a la iglesia profana, vasijas rotas por el juicio de Dios, una sentencia sin recurso. Pero también está el corazón del hombre que está llamado a ser quebrantado. Tenemos este doble aspecto en la vasija rota: por un lado, la vasija rota bajo el juicio de Dios, y por otro lado la vasija (es decir el corazón del hombre) quebrada, es decir, el corazón del hombre hecho sensible a pesar de su dureza, como lo fueron las rocas el día en que el Señor terminó su obra (véase Mat. 27:51); este corazón del hombre, tan duro, puede ser quebrado, quebrantado; quiera Dios que este sea el caso del corazón endurecido de los hombres. El vaso quebrado en el corazón de los hombres es una ruptura saludable.

Pero el creyente también está llamado a veces a conocer lo que es tener el corazón quebrantado, el vaso roto, en la escuela de Dios a la que todos los redimidos están sometidos (siempre es una escuela individualizada, una escuela personal). Él forma una vasija, pero no según el modelo de otra. El Señor nos llama a estar en su escuela y lo estamos hasta el último paso de nuestra vida; debemos reconocer que a menudo fallamos cuando se nos pone a prueba. ¡Ah! No todos los exámenes son exitosos, para vergüenza nuestra; y esto nos lleva a menudo a tener el corazón quebrantado, pero ¡cuán necesario y saludable es! No hay restauración de un creyente que se ha equivocado, que ha perdido el disfrute de su comunión con el Señor, sin ser quebrantado; es imposible de otra manera. Y podemos decir aquí, en este sentido, que hay vasos quebrados que valen más que un vaso entero. ¿No había que romper los cántaros para que la luz brillara en los días de Gedeón? (Jueces 7:15-22). David dice en el Salmo 51, dirigiéndose a su Dios: «Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios» (v. 17): es un quebrantamiento saludable.

4.3 - La ruptura final

Pero por supuesto, también está la ruptura final, cuando se da el último suspiro sobre esta tierra, cuando se termina el camino aquí abajo. Esto puede decirse tanto del hombre incrédulo como del hombre redimido, en lo que respecta a la tierra, en lo relacionado con su cuerpo. Esto es lo que nos dice Eclesiastés al final de su libro: «antes que la cadena de plata se quiebre, y se rompa el cuenco de oro, y el cántaro se quiebre junto a la fuente, y la rueda sea rota sobre el pozo» (Ec. 12:6). Es el fin de todo lo que nos conecta con esta primera creación; para el creyente, por supuesto, es llegar a la plenitud de las cosas nuevas, celestiales, gloriosas e inmutables.

5 - Vasos vacíos

5.1 - Vasos nuevos y vacíos

También encontramos en ciertos pasajes de la Palabra, vasos nuevos y vacíos. Conocemos las escenas al principio del segundo libro de los Reyes (cap. 2:20) cuando los hijos de los profetas en Jericó ven que el lugar es agradable, que sería bueno vivir allí, pero he aquí que las aguas están amargas. El Hombre de Dios interviene llenando una vasija nueva con sal, y echándola en las aguas, que a partir de entonces ya no son amargas, imagen de la intervención del Hombre Divino que trae pureza y santificación a una escena contaminada: solo él puede hacerlo.

5.2 - Para que el hombre sea un vaso lleno, primero debe ser vaciado de sí mismo.

En relación con los vasos vacíos, hay un aspecto positivo y otro negativo. El aspecto positivo es cuando el corazón del hombre se vacía de sí mismo. Es un aspecto positivo que no siempre se realiza, aunque es indispensable para que la gracia pueda llenar ese corazón. Es imposible poner algo en una vasija llena; el Señor mismo y la gracia no pueden trabajar para llenarla, es decir, que un corazón que está lleno de sí primero debe deshacerse de sí mismo, que es lo más difícil. Si la redención de nuestras almas, si la seguridad de la salvación eterna pudiera ser adquirida por medio de la fortuna, todo estaría registrado, y ¡qué no gastaríamos para lograrlo! Pero el hombre que, por naturaleza, a causa de la carne que hay en él, es orgulloso encuentra más difícil vaciarse de sí mismo, porque es el quebrantamiento del hombre en la carne, el quebrantamiento del orgullo; este hombre siente obligatoriamente la más grande reticencia en reconocer lo que él es delante de Dios.

Digamos de paso que el criterio determinante de la condición del hombre es saber lo que él es delante de Dios; el mayor goce que le corresponde al redimido del Señor es saber y gozar de lo que es delante de Dios, es decir, en Cristo. Pero para esto, para ser lleno de Cristo, uno debe vaciarse de sí mismo; todo lo que queda de mí en mi corazón no puede dar lugar a Aquel que quiere tomar su lugar y ocuparlo. Es un poco la misma imagen que vemos en abundancia en el libro de los Números: era necesario entrar en la tierra de la promesa, pero para hacerlo había que empezar despojándola de los habitantes que la ocupaban. Los hijos de Israel no entraron en una tierra virgen y desocupada, sino en una tierra fértil, precisamente ocupada por los enemigos; y fue necesario comenzar a luchar para desposeer a los enemigos, para poseer la tierra. Es necesario que nuestros corazones naturales sean desposeídos de nosotros mismos, y esto es muy arduo para el orgullo del hombre, para la carne que está en nosotros. Es necesario vaciarse de nosotros mismos para llenarse de Aquel que quiere derramar su amor en él al máximo.

El profeta Eliseo había tratado con una mujer en 2 Reyes 4:1-7, que no solo sufría de viudez –una imagen de la interrupción de las relaciones afectivas– sino también de deudas agobiantes sobre sus hombros –una imagen de la conciencia de la deuda que había contraído ante Dios por el pecado. Era insolvente como nosotros; y el profeta le dijo que trajera tantos vasos vacíos como pudiera, «vasijas vacías, no pocas»; con sus hijos ayudándola a traer vasos vacíos, fue a llenarlos uno tras otro, con el poco de aceite que le quedaba y que la gracia mantenía; el goteo de aceite se mantuvo y fluyó hasta la última vasija. Entonces ella dice: «Tráeme aún otras vasijas. Y él dijo: No hay más vasijas» Una imagen tan preciosa, elocuente y significativa, es decir, la medida del disfrute de las cosas de Dios y del Espíritu Santo, de las que el aceite es una figura, tiene sus límites de nuestro lado, pero no del lado de Dios. Son los vasos que faltan, no es el aceite lo que se está secando. «Trae una vasija más», no hay más vasijas vacías, pero las otras están llenas.

5.3 - Vasos vacíos que se necesita llenar

Unos pocos pensamientos más sobre los vasos vacíos –habría muchos más. Está el vaso vacío con un aspecto positivo, y está el vaso vacío con un aspecto negativo.

5.3.1 - Piedad y adoración

Siendo redimidos del Señor, ¿nuestros corazones están llenos de Él? ¿Es realmente el objeto de nuestros primeros afectos? ¡Dios quiera que así sea! Si es así, ¿cuál es el deseo, la necesidad de nuestras almas, si no es el estar ocupadas de él, alimentadas por él? ¿Qué lugar se le da entonces a su Palabra? ¿Al ejercicio de la piedad diaria? Esto no es un don, «Ejercítate para la piedad» (1 Tim. 4:7). No es un don: nunca vemos en la Palabra alguna mención del don de la piedad, ni de la fidelidad, ni de la santidad: es un ejercicio permanente; la piedad de hoy no asegura la de mañana: ¡una lámpara se apaga tan fácilmente!

Si el creyente no está alimentado del Autor de su salvación, su corazón estará vacío de Él. Y cuando lleguemos a la presencia del Señor, especialmente en el momento de la alabanza, la adoración y el servicio, ¿qué tendremos para decir? ¿Qué tendremos para decir si no nos hemos ocupado de su persona, si nuestros ojos no se han fijado en Él y si nuestros pensamientos no se han alimentado de su persona?

5.3.2 - Ocupaciones de la vida

Sabemos muy bien que hay ocupaciones diarias, deberes familiares y todo lo que constituye las ocupaciones legítimas que el Señor conoce y es por esta razón que él no nos pide todo el lugar, pero sí que en todas las cosas le demos el primer lugar. Dios quiere que esta sea la elección de nuestros afectos y el criterio para elegirlos, queridos jóvenes solicitados por este mundo, lleno de favores, podríamos decir solicitados por una sociedad que vive en abundancia ofreciendo todo lo que puede satisfacer las necesidades de la naturaleza humana, pero que no ofrece nada para satisfacer las necesidades del alma. ¿Cuáles son los criterios de elección, en nuestras vidas, en nuestras decisiones, en lo que proponemos? Dios desea para ustedes, jóvenes, al comienzo de una vida cristiana, que el criterio de elección sea verdaderamente que Cristo tenga el primer lugar.

¿Qué lugar ocupa el Señor en la determinación que tomo? Esto implicará necesariamente romper amarras, hacer elecciones, hacer renuncias, puede ser muy pesado y muy difícil; pero deben ser hechas para disfrutar de la bendición dada al hacer una buena elección. Sobre el momento, esta elección puede ser difícil, porque a menudo tenemos que renunciar a lo que nuestro ser natural aprecia mucho; tenemos que renunciar a ello; pero si lo hacemos por el Señor, no nos llevará mucho tiempo sin que disfrutemos de su aprobación e incluso olvidar lo que hemos renunciado. Si lo hacemos por obligación, no durará, no tendrá valor ni aprecio por parte del Señor. Hagan todas las cosas, todas las cosas para el Señor (Col. 3:23).

5.3.3 - Culto

Corazones vacíos… ¿y qué pasa si llegamos a la hora de la alabanza con cestos vacíos, cuando deben estar llenos antes de cruzar el umbral del santuario, como se ha repetido muchas veces? ¡Es muy difícil hablar de una persona que no conocemos y con la que no hemos vivido! «Ninguno se presentará delante de mí con las manos vacías» (Éx. 34:20): es un mandato dado más de una vez a Israel, y que sin duda tiene el mismo valor para nuestros corazones –la misma importancia.

Vasos vacíos… tenemos en la Palabra varios ejemplos en los que los vasos (espiritualmente los corazones) se llenan: «Rebosa mi corazón» dijeron los hijos de Coré en el Salmo 45; el corazón de ellos desbordó con una buena palabra, hirvió; se calentó de antemano, y la canasta del israelita de Deuteronomio 26 estaba llena antes de que la pusiera delante del sacerdote. ¿Qué podemos decir de María que, con todo su amor al Señor, había recogido minuciosamente nardo puro para llenar una vasija (Juan 12:1-3)?

6 - Vasos llenos

6.1 - Llenos del fruto de la justicia

Hay varias expresiones relacionadas con los vasos llenos. En Filipenses 1:10-11 tenemos una expresión: «a fin de que seáis puros e irreprochables hasta el día de Cristo, estando llenos del fruto de justicia, que es por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios». –Estar llenos de frutos de justicia.

6.2 - Llenos del conocimiento de la voluntad del Señor

En la Epístola a los Colosenses, capítulo 1, en una de las numerosas oraciones del apóstol Pablo ¿qué pide a favor de los creyentes?: «no cesamos de orar a Dios y pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad, en toda sabiduría e inteligencia espiritual; para que andéis como es digno del Señor, con el fin de agradarle en todo» (v. 9-10), –estar llenos del conocimiento. Y para estar llenos, debemos extraer de la fuente correcta: es en la medida en que ahondemos en este conocimiento (que debe ser una necesidad del corazón y no solo de la inteligencia), que el corazón del creyente se llenará del conocimiento de su voluntad; y si su corazón está apegado a él, ¿qué resulta de ello? Será el deseo de caminar de acuerdo con esa voluntad, de complacerle en todos los aspectos.

6.3 - Llenos de gozo

También el apóstol, al escribir a Timoteo, deseaba llenarse de gozo (2 Tim. 1:4). El apóstol se acordó de él, deseando verlo, recordando sus lágrimas, porque no todo había sido fácil para Timoteo. Pero él anhelaba que su corazón se llenara de gozo, y de ese gozo que tiene su fuente en el Señor. «Porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza» (Neh. 8:10), dijo Nehemías al pueblo desanimado. No hay otra fuente de gozo; esa alegría es en sí misma inalterable, porque tiene su fuente en el Señor. Por Su pura gracia, el alma ligada a su persona atraviesa todas las circunstancias: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!» (Fil. 4:4). Y fue un apóstol encadenado, en prisión, quien aprendió esta lección: «he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación» (Fil. 4:11). Podemos decir de nosotros mismos que aún estamos muy lejos de alcanzar ese nivel.

6.4 - Lleno del amor divino

En la Epístola a los Efesios capítulo 3, leemos en el versículo 19: «conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios»; y esto lo dice el apóstol después de haber hablado de lo que puede llamarse la medida inconmensurable del amor divino: habló de anchura, longitud, profundidad y altura, cuatro expresiones, cuatro dimensiones que están llenas de instrucción para nosotros en relación con el amor divino, –y este amor está llamado a llenar nuestros corazones hasta la plenitud de Dios, el amor es según la medida de Dios, porque Dios es amor; por lo tanto el amor es según la medida de Dios, que solo puede llenar nuestros corazones.

Son vasos llenos, llenos del fruto de la justicia, llenos del conocimiento de su voluntad, llenos de gozo, llenos de la plenitud del amor divino.

6.5 - Llenos del Espíritu

Podríamos multiplicar los ejemplos: estar llenos del Espíritu. Cuando Moisés habló con el Señor sabiendo que su ministerio estaba llegando a su fin, el Señor le dijo: «Toma contigo a Josué hijo de Nun, hombre en quien está el Espíritu» (Núm. 27:18, V.M).

Más tarde habrá un servicio que se realizará en la Iglesia cristiana, y hermanos serán designados para su cumplimiento. Esteban será uno de ellos; se nos dice que estaba «lleno del Espíritu Santo» (Hec. 6:5). No se dice de Josué que estaba lleno del Espíritu Santo: no fue posible; el Espíritu Santo estaba trabajando en él y a través de él, pero Josué no tenía aún el Espíritu Santo morando en él; estaba bajo el régimen de la ley. Sin embargo, Esteban se beneficiaba de los recursos de la gracia, lleno del Espíritu Santo, ese Espíritu que habita en los redimidos. Cada redimido tiene el Espíritu, pero puede no estar lleno del Espíritu ¿está cada creyente lleno del Espíritu? Ciertamente no, de allí la exhortación: «antes bien sed llenos del Espíritu» (Efe. 5:18).

7 - El trabajo del alfarero

7.1 - El alfarero en su trabajo

El Señor, como alfarero, forma a los suyos para este propósito. Sabemos que es una obra de arte y somos su obra. Estamos en manos del alfarero y para formarnos (esperamos que todos hayan visto trabajar a un alfarero sobre su torno) utiliza las dos manos, siempre utiliza ambas manos. El torno, se podría decir, son los caminos de Dios, las circunstancias por las que él considera oportuno hacernos pasar para formarnos, estando en constante movimiento en el curso de nuestra vida y de nuestra formación.

Este torno sigue girando, y sobre él las manos del divino alfarero trabajan, una dentro, la otra fuera. Trabajan en paralelo, pero es sobre todo la mano en el interior la que forma la curva del vaso, no es posible de otra manera: es a través del trabajo interior, en nuestros corazones y afectos, una obra divina, que su mano de amor trabaja para formarnos.

La mano en el lado exterior: las circunstancias que nos rodean, todo lo que es externo a nosotros, esto se expresa por la mano que está en el exterior; trabaja en paralelo con la mano del interior, sigue el mismo movimiento para dar al vaso su forma, y hacer que sea un vaso que agrade al alfarero.

7.2 - Vasos de misericordia y vasos de ira

Que trabajo de amor en esta masa que en sí misma no tiene ni forma ni atractivo; sin embargo, la gracia sacará de ella un vaso que corresponda al deseo del alfarero. Estamos en manos de este alfarero: ¿somos una arcilla maleable? Ojalá que Dios haga un vaso con nosotros. Hay impurezas que hay que eliminar: «Quita las escorias de la plata, y saldrá alhaja al fundidor» (Prov. 25:4).

Sabemos que somos vasos de misericordia, lo que nos hace pensar en esta expresión de Romanos 9:19-23. «Pero me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria?». El hombre en su orgullo inconsciente, incluso innato, disputa con Dios: ¿Por qué me has hecho esto? Si hay dificultades, pruebas, circunstancias dolorosas vividas por la humanidad, cuán fácilmente se acusa al alfarero: ¡por qué me hiciste así, si hubiera un Dios estas cosas no sucederían! ¿Por qué discutes con Dios, por qué sigues quejándote, resistiendo a su voluntad? (Rom. 9:20).

Obsérvese la distinción de las expresiones en los versículos 22 y 23: los vasos de ira están preparados para el juicio («vasos de ira preparados para destrucción» v. 22). No dice “que Dios los ha preparado para destrucción”, porque Dios no destina a nadie a la perdición: «Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y lleguen al pleno conocimiento de la verdad» (1 Tim. 2:3-4); si no que ellos se han preparado a sí mismos, por su naturaleza pecaminosa y por la incredulidad que produjo y subsiste en el corazón, rechazando los recursos de la gracia; así, el hombre se prepara como un vaso de ira para el juicio. Pero ¿está escrito que los vasos de misericordia se han preparado ellos mismos? No, es la gracia de Dios la que los ha preparado (v. 23); el Señor, Dios mismo, ha preparado de antemano los vasos de misericordia para la gloria –obra divina que solo Dios en su gracia puede hacer en un corazón quebrantado delante de Él. Los prepara para el banquete de bodas, para la gloria.

8 - Vasos para honra y vasos para deshonra

Todavía habría muchos aspectos para considerar, Dios puede guiar a unos y otros a buscarlos en las Escrituras. No Podemos terminar sin hacer mención de un versículo muy conocido por nosotros, que se encuentra en 2 Timoteo 2:19-21: «Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo. Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra».

La cristiandad profesa, es como una casa grande de la que formamos parte como redimidos (no podemos dejar la casa, de lo contrario tendríamos que negar el cristianismo). Estamos en esta casa grande en la que hay profesos sin vida de Dios y creyentes que tienen la vida de Dios. ¿Puede un profeso sin vida ser un recipiente, un vaso, para honra? No, imposible. Un creyente, un verdadero redimido que tiene la vida de Dios ¿es siempre un vaso (V.M) para honra? No siempre. Pero cada creyente está llamado a ser un utensilio para honra. ¿Y cómo será un vaso para honra? Separándose del mal, separándose del mundo; si el corazón está unido al Señor, lo hará automáticamente, sin pesar.

No se nos pide que califiquemos los vasos o utensilios: el Señor lo hará en su sabiduría. No estamos en condiciones de calificarlos: hay vasos para honra, otros para deshonra. ¿Somos siempre vasos para honra, como redimidos del Señor? El creyente que camina como un hombre de mundo ¿puede ser un vaso para honra? Y cuando hacemos desviaciones en nuestra vida (¿quién no las ha conocido?), ¿es que en ese momento somos vasos para honra? Sin embargo, los recursos están allí, ya los hemos mencionado, y la Palabra nos los da a conocer.

Pero para ser un vaso para honra, solo hay una condición: «Apártese de iniquidad» –no de la casa grande, nos quedamos en ella. El Señor hará una distinción entre las calificaciones de los vasos, pero mientras tanto «Apártese de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor» (2 Tim. 2:19). Pronunciar el nombre del Señor es reconocer los derechos de su señorío, los derechos que tiene sobre nuestros corazones, sobre nuestras vidas. Que se retire de la iniquidad, de la injusticia, de lo que no está de acuerdo con los pensamientos de Dios, con la naturaleza de Dios, su justicia, su voluntad. Y solo en el camino de la separación de este mundo, y de todo lo que concierne al propio Enemigo, el creyente puede ser un vaso para honra. Sea este el deseo de nuestros corazones. Resultará como consecuencia, que seremos capaces de tener corazones libres de todo lo que toma el lugar de Cristo y dispuestos a conceder este lugar al Señor con afectos renovados y ardientes; él hará que nuestros corazones desborden de gratitud, de paz y de alabanza. Entonces, como María, no vendremos vacíos ante Él, sino gozosos de estar llenos de lo que él mismo puso en nuestros corazones, de su persona y de sus pensamientos. Estaremos dichosos a sus pies, difundiendo en la alabanza y la gratitud lo que su gracia ha derramado en nosotros.