La lucha espiritual


person Autor: Anise Matta BEHNAM 1

flag Tema: La lucha cristiana


«Por lo demás, hermanos, fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza» (Efe. 6:10).

La Palabra de Dios habla de lucha espiritual y de enemigos mientras estemos en la tierra. Pero también habla de victoria sobre tres enemigos:

1. La carne. La vieja naturaleza pecaminosa está todavía dentro de nosotros, con sus tendencias malignas. El arma de Dios contra ella es esta: «Andad en el Espíritu, y no deis satisfacción a los deseos de la carne» (Gál. 5:16).

2. El mundo y sus concupiscencias: «Los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida» (1 Juan 2:16). La victoria sobre el amor hacia el mundo se logra a través del amor hacia el Padre, considerando «qué clase de amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios» (1 Juan 3:1).

3. Satanás. Nuestro adversario, el diablo, a veces viene «como un león rugiente, buscando a quien devorar» (1 Pedro 5:8); también se presenta como la serpiente que busca seducirnos, como lo hizo con Eva al principio (2 Corintios 11:3); incluso puede disfrazarse de «ángel de luz» (v. 14); así es como engañó a los fundadores de muchas prácticas idólatras o de falsas religiones.

0 - Fortalecerse en el Señor

El primer consejo que se nos da es que nos fortalezcamos en el Señor y en el poder de su brazo. Esto significa que no debemos confiar en nada en nosotros mismos (nuestra inteligencia o conocimiento bíblico), ni poner nuestra confianza en la carne. Supongamos que un niño quiere ir a jugar al patio, pero tiene miedo de los niños mayores que quieren hacerle daño. Por eso pide a su padre que salga con él; ya no tiene miedo, porque es fuerte, no por su propia fuerza sino por la de su padre. Cuando Elías dijo: «¡Vive Jehová, el Dios de Israel, delante de quien yo estoy!», no tuvo miedo del rey Acab. Pero cuando tuvo miedo de las amenazas de Jezabel, el remedio divino para él fue salir y presentarse ante Jehová (1 Reyes 17:1; 19:11). Estar en su presencia es el secreto de nuestra fuerza espiritual.

En la lucha, se requieren tres cosas esenciales:

  • Soldados fuertes y saludables.
  • Armas apropiadas.
  • Una estrecha relación entre el soldado y su jefe.

«Por lo demás, hermanos… Vestíos de toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las artimañas del diablo. Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los gobernadores del mundo de las tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales» (Efesios 6:10-12).

La Epístola a los Efesios habla de nuestras bendiciones espirituales; nos dice que Dios «nos sentó con él en los lugares celestiales en Cristo Jesús» (2:6). Pero el apóstol, guiado por el Espíritu Santo, no quiso terminar su carta sin decirnos algo muy importante: Mientras estemos en la tierra, habrá una lucha espiritual. Por eso utiliza la expresión «por lo demás» (6:10), para mostrar que todavía hay algo muy serio que debemos tener en cuenta.

Tenemos enemigos muy malvados y bien organizados. Por lo tanto, necesitamos «la armadura completa de Dios». Es una armadura total y perfecta, en la que no falta nada. Es suficiente contra las artimañas del diablo. Alabado sea Dios, Él sabe todo acerca de nuestros enemigos y ha preparado la armadura que nos conviene perfectamente. Pero para salir victoriosos, debemos ponérnosla en su totalidad. No tenemos que elegir una pieza y descuidar otra. Dios conoce nuestras necesidades y nos ha preparado su armadura, armas que no son inventadas por los hombres. Los hombres pueden diseñar armas contra sus semejantes, pero están totalmente indefensos contra los enemigos espirituales. Han intentado muchas cosas –buena educación, psicología, reglas, leyes, prisiones, reformatorios, conferencias sobre moral y ética, entre otras cosas– pero fracasan completamente porque el hombre es esclavo del pecado.

El creyente no debería depender nunca de estos remedios elaborados por el hombre, sino que siempre debe ponerse la armadura completa de Dios para mantenerse firme contra las artimañas de Satanás. Y llevarla desde el momento en que se despierta hasta que se duerme, porque no sabe cuándo puede atacar el enemigo. También debería saber cómo utilizarla con éxito. Por lo tanto, le corresponde a él aprender cuidadosamente cómo hacerlo.

«Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, después de haber superado todo, estar firmes» (Efe. 6:13).

El apóstol Pablo nos recuerda la necesidad de ponerse toda la armadura de Dios. No debe faltar ninguna de sus partes. Es una armadura diseñada por el mismo Dios. En el día malo, es la única manera de resistir los ataques del diablo.

¿Qué significa «en el día malo»? El adjetivo malo se utiliza tres veces en relación con la palabra día:

– Salomón dijo: «Acuérdate pues de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan aquellos días aciagos (malos)» (Ecl. 12:1). En este caso, la palabra «aciagos» se refiere a los problemas de la vejez y a las incertidumbres de la vida.

– Jesús dio este sabio consejo: «basta a cada día sus propios problemas» (Mat. 6:34) - o, según la traducción inglesa, su mal. La palabra se utiliza aquí en relación con los problemas y preocupaciones diarias. No debemos añadir a esto la preocupación por el futuro.

– El tercer uso del adjetivo «malo», en el texto de hoy, se refiere al día en que Satanás y sus agentes atacan violentamente a un hijo de Dios. En la Palabra de Dios tenemos muchos ejemplos de un tal día malo.

David, el hombre según el corazón de Dios, no se había puesto la armadura completa de Dios cuando llegó el día malo para él. Por lo tanto, cayó terriblemente, como está registrado en 2 Samuel 11. Este capítulo termina con esta declaración: «Pero lo que hizo David fue malo ante los ojos de Jehová». En vez de empuñar la «espada del Espíritu», que es la Palabra de Dios (Efesios 6:17), despreció la palabra de Jehová haciendo lo que era malo ante Él (2 Samuel 12:13). Las condiciones en las que se encontraba le eran favorables: ya no era un joven, tenía varias esposas. Pero todo esto no podía garantizarle la victoria a menos que se hubiera puesto la armadura completa de Dios. José, por otro lado, siendo aún muy joven y soltero, se enfrentó a un día malo mucho peor, pero salió victorioso. ¿Por qué salió victorioso? Porque dijo: «¿Cómo podría hacer este gran mal y pecar contra Dios?» (Gén. 39:9). La armadura de Dios lo llevó a huir de la tentación.

Todos necesitamos ponernos la armadura completa de Dios para poder resistir el día malo.

«Estad, pues, firmes, teniendo los lomos ceñidos con la verdad, y vestidos con la coraza de la justicia» (Efe. 6:14).

El apóstol nos exhorta a fortalecernos en el Señor y en el poder de su fuerza (v. 10). Luego enfatiza la necesidad de ponerse «toda la armadura de Dios» para poder resistir al diablo en el día malo y mantenerse firme contra sus artificios. En el versículo 14 menciona dos elementos de esta armadura divina: el cinturón y la coraza.

1 - El cinturón de la verdad

En su oración al Padre, el Señor Jesús pide: «Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad» (Juan 17:17). La Biblia hace hincapié en la importancia de la verdad. Salomón dijo: «Compra la verdad, y no la vendas» (Prov. 23:23). El propio Cristo dijo: «Si permanecéis en mi palabra seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres» (Juan 8:31-32). Se nos exhorta a estudiar la Palabra de Dios y a aferrarnos a ella; debe ser un cinturón que nos rodee y al que nos aferremos. Es porque no nos conformamos con la Palabra de Dios que el error entra y causa divisiones y herejías.

2 - La coraza de la justicia

Todos los verdaderos creyentes son justos en cuanto a su posición en Cristo, porque Cristo es nuestra justicia. Pero aquí se trata de justicia práctica, una parte esencial de la completa armadura de Dios. La coraza protege el pecho, que contiene dos de los órganos más importantes del cuerpo: el corazón y los pulmones. Si se les lesiona, los resultados son desastrosos. Sin esta justicia práctica, nos convertimos en blancos fáciles para nuestros enemigos que nos observan para ver dónde pueden atacar. La Biblia nos dice: «Más que toda cosa guardada, guarda tu mismo corazón; porque manan de él los resultados de la vida» (Prov. 4:23). El descuido de la justicia práctica siempre llevará a la derrota. Está claro que cada verdadero avivamiento entre el pueblo de Dios ha sido acompañado por más santidad en la vida de cada creyente.

Recuerde que el cinturón y la coraza son la verdad y la justicia.

3 - El evangelio de paz

«Calzados los pies para estar preparados a anunciar el evangelio de paz; y sobre todo, tomando el escudo de la fe, con el que podréis apagar todos los dardos encendidos del maligno» (Efe. 6:15-16).

«El evangelio de paz» y el «escudo de la fe» son dos elementos esenciales de la armadura de Dios para que la vida del cristiano sea victoriosa.

Los pies calzados con la preparación «del evangelio de paz» caracterizan a un creyente preparado para llevar las buenas nuevas de salvación a dondequiera que el Señor lo envíe. En efecto, «¡Cuán hermosos sobre las montañas son los pies de aquel que trae buenas nuevas, del que publica la paz» (Is. 52:7). Tenemos un mensaje fundamental que llevar a un mundo que busca la paz porque, desgraciadamente, «no conocen el camino de la paz» (Is. 59:8). Que el Señor trabaje en nosotros y nos ayude a difundir la buena nueva de la salvación. Además, experimentaremos una bendición para nuestras propias almas. Si descuidamos la evangelización, nos debilitaremos en nuestra lucha espiritual y correremos un mayor riesgo de derrota. Que ninguno de nosotros se avergüence jamás del evangelio de Cristo, «porque es poder de Dios para salvación a todo el que cree» (Rom. 1:16).

4 - El escudo de la fe

El maligno ataca con flechas encendidas, las de la duda y de la incredulidad. Si tiene éxito en introducir la duda en nosotros, puede provocar nuestra derrota. Así es como actuó con Eva. Las consecuencias fueron trágicas. Las dudas son flechas muy dolorosas, pero la victoria es por la fe. La confianza en Dios, y en las promesas que nos ha hecho, es el escudo de la fe, que puede extinguir todas las flechas encendidas de Satanás. Como creyentes, debemos caminar por la fe, no por la vista (2 Cor. 5:7), sabiendo que nada «nos puede separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rom. 8:39). Dios nos ha dado su armadura completa.

5 - El casco de la salvación

El casco protege la cabeza, donde se encuentra el cerebro, nuestro órgano más importante y vital. Este casco es la salvación de Dios. «No hay, pues, ahora ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús» (Rom. 8:1). Por eso «tenemos paz para con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Rom. 5:1). Debemos poseer esta seguridad de salvación, este yelmo, sin el cual seremos perturbados y atormentados por muchos pensamientos que nos harán sufrir. Cada día debemos ser liberados de las trampas del diablo. Un día seremos completamente liberados de ellos –espíritu, alma y cuerpo. ¡Tengamos cuidado de cubrir nuestras cabezas con el yelmo de la salvación!

6 - La espada del Espíritu

«Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios» (Efe. 6:17).

La espada del Espíritu, es la Palabra de Dios, ¡y qué espada es! Es «viva y eficaz, más cortante que toda espada de dos filos» (Hebr. 4:12), pero debe ser guardada en la memoria y en el corazón para estar preparada para cualquier eventualidad. Debe ser usado por el Espíritu Santo, y para esto debemos caminar en el Espíritu. Si un joven se enfrenta a una tentación sexual, el Espíritu Santo puede recordarle 2 Timoteo 2:22: «Huye de las pasiones juveniles y sigue la justicia». Si la tentación que surge es por el dinero, el Espíritu Santo le recordará 1 Timoteo 6:10: «Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero; el cual codiciando algunos, se desviaron de la fe y a sí mismos se traspasaron con muchos dolores». La Palabra de Dios contiene todo lo necesario para afrontar cualquier situación. No es de extrañar que el autor del salmo 119 diga: «Dentro de mi corazón he atesorado tu palabra, para no pecar contra ti» (v. 11).

Leed mucho la Biblia, apreciadla como vuestro mayor tesoro, guardadla en la memoria, y el Espíritu Santo la usará para daros la victoria y la seguridad.

¿Podemos permitirnos descuidar este precioso Libro? No, ¡y realmente tenemos que ponernos las seis piezas de «La armadura completa de Dios»!

 

«Orando en el Espíritu mediante toda oración y petición, en todo momento, y velando para ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos» (Efe. 6:18).

Tres cosas son necesarias para obtener la victoria en la lucha «contra las huestes espirituales de la maldad en las regiones celestiales» (v. 12):

1 - Fortalecerse «en el Señor y en el poder de su fuerza» (v. 10a)

2 – Vestirse con «toda la armadura de Dios» (v. 11a). Incluye el cinturón de la verdad y la coraza de la justicia práctica; los pies estando calzados para estar listos para difundir por todas partes el evangelio de la paz; el escudo de la fe permite apagar «todos los dardos encendidos del maligno» (v. 16) y el yelmo nos protege de sus ataques por la seguridad de nuestra salvación; la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, también debe ser tomada (v. 17). En resumen, nuestra armadura es la Biblia, la Palabra de Dios creída y anclada en nuestro corazón, a la que obedecemos y que difundimos; nos da la seguridad de nuestra salvación y, usada por el Espíritu, nos permite vencer.

3 - Estar dispuestos a comunicar con el jefe de nuestra salvación –esto es la oración. Los versículos a continuación proporcionan varias enseñanzas sobre la oración:

  • a) Orar «en todo tiempo» (Lucas 21:36). Debemos «orar siempre» y no desanimarnos (Lucas 18:1). Orar «sin cesar» (1 Tes. 5:17).
  • b) «Orando en el Espíritu mediante toda oración y petición, en todo momento» (Efe. 6:18). Necesitamos orar con un verdadero discernimiento de las necesidades, con el sentimiento de la urgencia, y con una conciencia de la seriedad de la cosa por la que el Espíritu nos está guiando a orar.
  • c) «Velando para ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos» (Efe. 6:18). ¿Por qué no tenemos que rezar solo por un cierto grupo? Porque hay una sola Iglesia, un solo Cuerpo de Cristo. La derrota de una iglesia afecta a las demás, y la victoria de una de ellas es una bendición para todo el Cuerpo. Se nos enseña claramente a orar por todos los creyentes.

Que el Señor nos ayude a fortalecernos solo en él, a ponernos la armadura completa de Dios y a orar en todo momento y con toda perseverancia, para que podamos glorificarlo en nuestras vidas.